Geografías feministas contra el ‘feminicidio’

Las desapariciones y los asesinatos de mujeres en México se han convertido en cifras y datos que forman parte de informes y discursos políticos, pero sin acceso a la justicia, quedando en la impunidad el esclarecimiento de los casos. El problema radica en la cultura del silencio y la naturalización de la violencia contra las mujeres. ¿Cuáles serían las cartografías de la violencia feminicida en México, si son asesinadas siete mujeres al día y dos de cada tres hemos vivido violencia de género?

Es relevante hablar de Geografía y feminismo en la actualidad, porque son dos disciplinas que se han dado la espalda a lo largo de la historia. Ya lo decía en 1992 una geógrafa llamada Susan Hanson: “mientras la geografía ha ignorado el género como variable social, el feminismo ha olvidado la componente territorial espacial del género”, y esto ha dejado un hueco en el análisis social y cultural del feminicidio. Ambas disciplinas resultan ahora indispensables para entender el contexto histórico y geográfico de la cultura machista en nuestro país. El feminicidio es sólo el reflejo de una cultura de odio contra las mujeres, basada en el sexismo, en la discriminación y la subordinación histórica de nuestro caminar en el mundo por el simple hecho de ser mujeres.

Partiendo de una primera escala de análisis, el cuerpo de las mujeres se convierte en un espacio de contienda por diversos actores que figuran en el escenario de la cultura patriarcal, entendida como una cultura con lenguaje sexista que se sostiene de discursos, ideologías y prácticas desiguales en derechos para las mujeres. Al ser el cuerpo la primera geografía que se construye socialmente como un espacio de poder, el cuerpo se concibe como un territorio y espacio de resistencia, porque puede ser marcado y definido por la identidad de cada persona, como un mapa con su propia cartografía. De tal forma que en el cuerpo se concentra el poder propio que pone límites con otros cuerpos, con otros territorios, con los estigmas y con el control que ejerce el mercado económico, el Estado, la familia, la política y la violencia patriarcal.

Aunque desconocemos con exactitud el entramado de relaciones de poder que están inmersas en los corredores de la trata de mujeres y niñas, de acuerdo con Teresa Ulloa (directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas para América Latina y el Caribe), “el cuerpo de las mujeres se vuelve un artículo de consumo que se puede comprar, vender, explotar, rentar y esclavizar”. El machismo se encuentra en todas las escalas y está inmerso en todas las culturas, porque se sostiene de las estructuras sociales, económicas, políticas, productivas y reproductivas.

Según las cifras del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, los lugares con más feminicidios en México a escala municipal, son Ecatepec, Naucalpan y Toluca, en el Estado de México; y Ciudad de México, las delegaciones Gustavo a. Madero, Iztapalapa y Cuahutémoc tienen las cifras más altas. La frontera entre la ciudad de México y el Estado de México alerta con evidencias estadísticas que cruzar la línea colindante aumenta el peligro de ser víctima de feminicidio y hay una diferenciación territorial en materia de leyes y jurisdicción territorial.

En el libro Geografías feministas desde América Latina, coordinado por Verónica Ibarra e Irma Escamilla, se muestran algunos trabajos que atienden la temática de violencia feminicida, con la investigación realizada por Lucía Damián sobre “El proceso de la producción de un espacio libre de violencia para las mujeres” y “La manifestación espacial de la violencia feminicida. Cabe mencionar el trabajo realizado por Mariana Berlanga sobre “El feminicidio en América Latina desde una crítica cultural feminista”, ya que estas investigaciones aportan elementos de reflexión y análisis para entender la grave situación que estamos enfrentando.

Como respuesta a este panorama, dentro del activismo feminista podemos encontrar múltiples expresiones artísticas, políticas y culturales en la diversidad de grupos de mujeres que convergen en distintas espacialidades para contrarrestar el feminicidio. Una de las consignas que escuchamos siempre en las marchas es: “¡Si tocan a una, respondemos todas!” Lo que pro-pone que a toda acción corresponde una reacción y si aumenta la violencia, también aumenta la indignación para fortalecer las redes de trabajo colectivo entre mujeres y generar movimientos de protesta a través de la música, la lírica, la gráfica, las artes visuales, las artes plásticas y el performance.

Si hacemos memoria de las geografías feministas que han recorrido nuestras precursoras, con echar un vistazo a la trayectoria de Mónica Mayer y el trabajo artístico que ha realizado en treinta y cinco años, desde el proyecto Polvo de Gallina Negra hasta Pinto Mi Raya y una serie de “tendederos y maternidades secuestradas”, podemos aprender de los procesos de denuncia que se han hecho y nos reflejan como un espejo nuestras propias historias de violencia. También sería necesario conocer la valiosa documentación que se tiene del movimiento feminista en México, del Archivo de Ana Victoria Jiménez, el cual se puede consultar de forma gratuita en la biblioteca de la Universidad Iberoamericana.

Nos ha faltado indagar en las geografías del arte feminista en México, a través de prácticas estéticas que han revelado la violencia machista tanto en los espacios públicos como en el espacio privado, donde se ha domesticado la violencia por ser la casa, el lugar oculto para las cifras del feminicidio. Existen muchas artistas feministas que han logrado sensibilizar a la población a través de narrativas de denuncia sobre casos de feminicidio. Con el paso del tiempo han surgido grupos feministas que toman el arte y la cultura como herramienta de denuncia social a través de la música y el hip hop. Susana Molina (alias Obeja negra) cantante y compositora del grupo feminista Batallones Femeninos, narra que “empezaron a compartir en rimas la violencia que estaban viviendo en Ciudad Juárez en el 2009” y decidieron poner la voz contra los feminicidios, junto con un grupo de mujeres de la Kolectiva Fronteriza.

Otro ejemplo es el trabajo realizado por el proyecto Bordamos Feminicidios, que desde 2011 ha encontrado en el bordado una forma de darle una nueva dimensión a la protesta por los feminicidiosen México. Desde el grabado tenemos el trabajo realizado por la colectiva Mujeres Grabando Resistencias que en 2014 presentaron la campaña #VivasNosQueremos compuesta por dieciséis gráficas diferentes con ilustraciones que se oponen a la violencia sexual, el acoso callejero, los feminicidios y el derecho a la legítima defensa ante la violencia patriarcal.

“¡Ante la violencia machista, autodefensa feminista!” Esta consigna, que nos recuerda el caso de Yakiri Rubio en 2013, la joven de veinte años que mató a su agresor y sobrevivió al abuso sexual y a la violencia feminicidia, por lo que fue encarcelada por el delito de “exceso de legítima defensa”. Aquí sí procedió la justicia por la muerte del secuestrador y violador de Yakiri, lo que desató un extraordinario acompañamiento político impulsado por la colectiva feminista Las Likuadoras y otras agrupaciones que planearon un escrache en el lugar donde fue secuestrada y este acto performático marcó la pauta para nuevas formas de acción política feminista.

En el Festival Internacional de Graffiti y Arte Urbano Femenino, realizado en Ciudad Juarez en 2014, se adoptó la campaña contra los feminicidios y se politizó el festival, al pintarse una serie de murales por parte de un grupo de artistas como una forma de recuperar la ciudad desde al arte hecho por mujeres, y se organizó un escrache con pintas y grabados en la manzana 14 del centro histórico, por ser un lugar representativo en la desaparición de mujeres y como una forma de visibilizar los feminicidios al “nombrarnos” junto con las asesinadas. [Feminem 2014 – Cd. Juárez]

El festival volvió a retomar la consigna #VivasNosQueremos en la ciudad de Oaxaca y la artista feminista Ana Yépez (alias Colibrí) impartió el taller Murales en resistencia que consistió en una reflexión conjunta sobre la violencia que hemos vivido las mujeres al ser sobrevivientes de feminicidios, como una forma de sanar en colectividad y fortalecimiento. [Feminem 2015 mural feminsta].

Finalmente, “nombrarse desde el feminismo es tener en cuenta que estamos luchando frente a un sis-tema de opresiones que por el hecho de ser mujeres nos coloca en una posición de desventaja, y creemos necesario aliarnos con otras que partan de ese mismo conocimiento, para generar herramientas que nos permitan combatir y erradicar los feminicidios” 

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