La economía feminista¹ ha contribuido a la construcción de nuevo conocimiento con relación al trabajo, al sostener que no sólo debe aludir al que se desarrolla en el ámbito del mercado sino al del hogar. Éste también es generador de valores de uso², representa la transformación de materia prima en productos terminados y ofrece la oportunidad de resolver una necesidad, con la desventaja de no ser remunerado ni reconocido socialmente. Es realizado fundamentalmente por las mujeres. La siguiente gráfica muestra la participación de mujeres y hombres tanto en el trabajo de mercado como en el del hogar y lo que se advierte es la sobrecarga laboral principalmente para las mujeres. Esta situación expresa una primera desigualdad en el acceso al mercado de trabajo; casi 100% de las mujeres entran ya con una jornada de trabajo establecida por sus responsabilidades de cuidado familiar y de trabajo doméstico. En estos datos se debe considerar que el promedio de horas dedicadas al trabajo en el hogar es mayor para las mujeres.
Hay otros elementos que explican, junto con el bajo crecimiento económico, la falta de acceso al trabajo y con esto la falta de ejercicio de este derecho, son los estereotipos y roles de género. Durante siglos se mantuvo la idea de que el trabajo del hogar lo debían realizar las mujeres y el del mercado los hombres, y aún permea en la sociedad esta idea, como se puede observar en las siguientes gráficas de las tasas de participación económica por sexo según nivel de estudios y condición civil. Es en los grupos de menor acceso a la educación en donde más se reproducen esas ideas.
Una manera de confirmar el peso que tienen los estereotipos y roles de género en el ejercicio del derecho al trabajo son los datos de la tasa de participación por condición civil, entre los que se observa que las mujeres casadas o unidas son las que menos ingresan al mercado de trabajo. Esto representa una desigualdad más, ya que para las mujeres unidas, incorporarse a este trabajo significa que no tendrán las mismas oportunidades de ascenso y recompensa que quienes ingresaron más jóvenes y sin hijas/os (la mayoría de las mujeres casadas o en unión libre tienen hijas/os). Las mujeres separadas y divorciadas tienen una mayor tasa de participación económica, sin embargo, también tienen como responsabilidad el trabajo de cuidado y el doméstico, como lo vimos líneas arriba. La falta de independencia económica ha sido analizada como explicación de la subordinación y discriminación de las mujeres, por lo que debe ser prioritario tomar medidas para la ampliación de la oferta de empleo, pero además para que las mujeres reconozcan en el trabajo un derecho digno de ser reclamado.
Las características del mercado de trabajo permiten identificar los rasgos que tienen en México los principios que rigen el trabajo decente. Con fines de aproximación a esos rasgos, se vinculan algunos indicadores laborales a tales principios.
Libertad: Distribución porcentual por sexo de los grupos de ocupación.
Se parte de que la libertad se expresa en las elecciones que las/os trabajadoras/es asumen para realizar una actividad. La libertad de elegir está anclada a la identidad de género, pues ésta ha llevado a las y los trabajadores a elegir en función de los comportamientos, habilidades, valores y oportunidades que se espera tengan según su sexo. El siguiente cuadro muestra mayores concentraciones de los hombres en la ocupación de trabajadores industriales, artesanos y ayudantes y de las mujeres en comerciantes y en trabajadoras en servicios personales. La ocupación comerciante, más que una “elección”, ha sido la única opción para miles de trabajadoras/es que no cuentan con opciones para desarrollarse en el área profesional o técnica de su formación. La libertad no está garantizada.
Igualdad: Distribuciones porcentual por sexo según la posición en el trabajo.
La igualdad desde el punto de vista del género estaría indicando iguales oportunidades para unas y otros en la posición en el trabajo, esto es, es la posibilidad de ser empleadora o no ser trabajadora sin remuneración. Las mujeres tienen menos probabilidades de ser empleadoras, ya que persiste la idea de que no pueden ser sujetas de crédito o contar con bienes a su nombre. Además, es una posición que tiene la más baja participación, ya que requiere contar con recursos para ofrecer empleo. Por otra parte, tienen mayores probabilidades de no contar con remuneración por estar dispuestas a ayudar a las/os demás sin nada a cambio. Es otro de los estereotipos más arraigados sobre el trabajo de las mujeres.
Seguridad y Dignidad: Distribución porcentual por sexo según acceso a instituciones de salud, nivel de ingreso y porcentaje de mujeres que vivieron violencia en el trabajo.
Una de las mayores pérdidas que la desregulación y la flexibilidad en el mercado de trabajo han traído es la seguridad social. El acceso a los servicios de salud no está garantizado. Este indicador no solo es expresión de la seguridad sino también de la dignidad, ya que está de por medio la integridad física y mental de las personas. La seguridad y la dignidad, como rasgos que el trabajo decente debe ofrecer, está en un nivel bajo para 5 de los 10 grupos de ocupación que se presentan tanto de las mujeres como de los hombres.

Un indicador más de los rasgos de Seguridad y Dignidad es el porcentaje de la población ocupada por sexo según nivel de ingresos. En la gráfica se observa que hay mayor proporción de mujeres que de hombres en los niveles de ingreso bajos. Los ingresos menores en las mujeres están vinculados, no solo a la valoración general a la baja del trabajo, sino a asuntos de género; ellas se ocupan en jornadas laborales menores y actividades que les permiten atender las responsabilidades de cuidado, ya que prevalece esa distribución de las actividades en las familias, aun con el ingreso de ellas al trabajo en el ámbito público. Por otra parte, también se ha encontrado que por discriminación debida al género se pagan menores salarios a las mujeres que desarrollan una actividad similar que los hombres. El mercado de trabajo no ofrece los principios de seguridad, dignidad e igualdad que instituye el trabajo decente.
El último indicador a utilizar para expresar los rasgos de Seguridad y Dignidad, es el porcentaje de mujeres ocupadas que vivieron violencia en el ámbito laboral según tipo de violencia, los datos refieren al 2016. Estos muestran la gravedad del problema pues más de la cuarta parte de las mujeres trabajadoras vivió algún evento de violencia. La distribución del poder, como recurso simbólico para la autonomía, es la más desigual y afecta más a las mujeres en cualquier ámbito. Con este problema presente en las relaciones laborales se puede afirmar que no contamos con las condiciones que brinden un trabajo digno y seguro a todas las trabajadoras.
¹Refiere a la teoría desarrollada por diversas académicas economistas que constituyó una nueva perspectiva de análisis y la redefinición de conceptos y categorías partiendo de la propia experiencia de las mujeres. Sostienen que la definición de las fronteras de la economía que considera sólo la economía de mercado, es estrecha y excluyente (Carrasco, 2006). Además propone otra forma de organización económica y social que tenga como objetivo central el bienestar de la población y no la ganancia capitalista.
²Desde la teoría marxista, los valores de uso son los productos generados que tienen la cualidad de ser útiles para el consumo humano.
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