Misoginia; origen de la desigualdad y la violencia

La misoginia es el huevo de esa serpiente que aniquila a diario nuestra dignidad, nuestros derechos, nuestra integridad y nuestras vidas. | Teresa Incháustegui

La relación entre realidad, lenguaje y pensamiento es compleja. El lenguaje no es el reflejo directo de los hechos reales, pero expresa nuestra visión de los hechos. Además, el lenguaje fija formas de mirar las cosas por lo que condiciona y orienta en gran medida nuestra visión.

Los lingüistas y semiólogos (desde Sapir a Ecco) tanto como los filósofos del lenguaje, han puesto de manifiesto que éste no contiene principios intrínsecos de verdad, sino simplemente nuestras «opiniones» básicamente establecidas a través de siglos, en la comunidad lingüística a la que pertenecemos. Cuando hacemos un juicio sobre lo que es correcto o injusto, apropiado o inapropiado, pareciera que nos referimos a los «hechos» y no al «lenguaje», cuando realmente el lenguaje es «instrumento condicionante» el medio de nuestra referencia en la comunicación. El lenguaje por lo demás no es neutral porque usa, contiene y propone una visión dada del mundo y de las cosas. Como han señalado, el lenguaje es una pista por la que viaja el pensamiento.

El feminismo desde sus primeras etapas descubrió y develó un hecho cada día más incontestable: el androcentrismo del lenguaje y del «estilo» del habla. Develó el carácter excluyente y discriminatorio de las referencias a los individuos y ciudadanos en general, o al llamado sujeto universal. En pleno fragor de los debates acerca de los derechos universales de la ciudadanía, entre la «Convocatoria a la Asamblea de Estados Generales» en la Francia monárquica de 1789 y la redacción de la Primera Constitución Republicana en 1792, las feministas desde Olympe De Gouges (decapitada el 9 brumario de 1792 quien además de la discriminación femenina en la Carta de Derechos Universales del Hombre y del Ciudadano, había advertido también la discriminación de las personas de color) como las redactoras de «Sobre la admisión de las mujeres en el derecho de ciudadanía» (aprox. septiembre de 1791)1 identificaron plenamente el contenido excluyente del lenguaje con que se formulaban los derechos, apelando a una falsa universalidad que en realidad cubría solamente a la mitad masculina de la humanidad. Los antifeministas de entonces liderados por el ícono del contractualismo moderno: Juan Jacobo Rousseau, se las ingeniaron para construir un doble carácter de la ciudadanía: la ciudadanía plena y activa para los hombres y la ciudadanía pasiva, nominal, pero no real para las mujeres.

Buena parte de las argumentaciones para la fundación de este abismo de discriminación y desigualdad en los propios cimientos de la modernidad provino de ideas y prejuicios misóginos en torno a las mujeres. Como bien señala Daniel Cazés: «la misoginia designa una conjugación inextricable de temor, rechazo y odio a las mujeres. Y hace referencia a todas las formas en que se les asigna –sutil o brutalmente– todo lo que se considera negativo y nocivo. De ahí que todo lo que corresponde a la mujeres, debe ser  inferiorizado, deslegitimado, encubierto, estigmatizado, ridiculizado y, si resulta conveniente, condenado y suprimido» (Cazés et all Hombres ante la misoginia).

La misoginia es en el fondo una concepción del mundo y una estructura determinante no sólo del pensamiento, la ciencia, las ideología, sino también de la cotidianidad y las prácticas lingüísticas, destinada a inferiorizar a las mujeres. Está vinculada por otro lado, de manera indisoluble, a la convicción ya sea conciente, elaborada o, inconsciente e incluso involuntaria de que ser hombre es lo mejor que puede sucederle a las personas; de que ser hombre es ante todo no ser mujer, y de que toda mujer es una amenaza, un peligro, e incluso una desgracia para la humanidad. Este desprecio sistemático de lo femenino, trasunta, como decíamos arriba, desde las formas más abstractas del pensamiento hasta las expresiones más burdas de la lengua cotidiana. Su carácter común es dar por ciertos, proclamar y difundir todos los defectos, los pecados y las lacras que se atribuyen a las mujeres simplemente porque son mujeres. De esta forma se las sentencia a todas como si fuera un solo ser, un solo cuerpo.

Una como mujer puede recibir en cualquier momento y de parte de cualquier persona, en el trato cotidiano, invectivas de violencia verbal como: «pendeja», «vieja estúpida», «puta», «perra». En las redes sociales, casi no hay respuesta a comentario o posteos realizados por mujeres que no reciban calificativos denigrantes de parte de hombres, viejos o jóvenes. Un estudio publicado por Alejandro Molina del Centro-Geo apunta dos temas que concentran la actividad misógina en las redes: la sexualidad de las mujeres y su descalificación intelectual.

En el primer aspecto la atención a la sexualidad de las mujeres, genera una gran cantidad de léxico negativo centrado en denostar a las mujeres que expresan libremente su sexualidad, a diferencia de lo que sucede con la sexualidad masculina en la que el léxico privilegia en términos positivos el desempeño sexual, la potencia o la aceptación social. En cuanto a las capacidad intelectual, los comentarios de las redes recurren a la imputación de «tontas», «locas», «dementes», «débiles mentales», «taradas», incluso.

Hay que señalar también que entre la representación misógina del mundo y las formas de violencia en contra de las mujeres y las niñas no media un palmo de mano. Son parte de lo mismo. La violencia simbólica de las palabras y los insultos, pasa de inmediato a los gestos, a las agresiones, a los actos deliberados de maltrato, lesiones, la violación, e incluso los feminicidios. La legitimación de la violencia en contra de las mujeres que parte de las palabras, se convierte de manera imperceptible pero efectiva y real en la legitimación de los abusos, despojos, el maltrato, los golpes o aún, la privación de la vida que sufren a diario las mujeres y niñas en el mundo. En el estudio citado del Centro Geo, se podrían sobreponer las cifras de feminicio, violación y lesiones contra las mujeres y las niñas, y la violencia misógina verbal, y no sorprendería constatar vis a vis su correlación.

La misoginia es el huevo de esa serpiente que aniquila a diario nuestra dignidad, nuestros derechos, nuestra integridad y nuestras vidas. La puede ver uno esculpida en imágenes, codificada en normas, emasculada en criterios de selección para puestos y trabajos; la puede ver uno danzar en los labios y las actitudes no sólo de los violentadores y asesinos de mujeres, sino en las/los policías, las/los forenses, las/os jueces, las/los periodistas, las/los profesores, porque no es privativa de nadie. Está inoculada en nuestra cultura y es cemento de la estructura de desigualdad que a diario enfrentamos. Es ambiental e institucional, es visible e invisible, es verbal y escrita, es directa e indirecta. Por ello, si queremos detener la violencia que en todas sus variantes que se ceba sobre las mujeres y las niñas, el primer frente está en denunciar y desmontar la misoginia, empezando con la del lenguaje. ¡Ni un insulto más a las mujeres por ser mujeres, ni una descalificación más; ni una estigmatización más! Detengamos el desprecio hacia las mujeres y todo los femenino, para exigir y comenzar a ser tratadas como iguales.

1. Ver Karen Offen 2010

Toda la información e imágenes son de LA SILLA ROTA / Teresa Incháustegui.
Link original: https://lasillarota.com/opinion/columnas/misoginia-origen-de-la-desigualdad-y-la-violencia/473033?fbclid=IwAR3qLSK07ZOsjg0sub5aBHdtSnh2EzeELK2abmlBwOBu4SA_EXbcc00CUmA