A pesar de ser sistemáticamente relegadas del ejercicio intelectual, las mujeres han fracturado las barreras impuestas y revolucionado la ciencia en sí.
Actualmente, las mujeres dedicadas a disciplinas científicas, tecnológicas, de ingeniería y matemáticas son minoría. Desde la infancia a las personas se les asignan roles de género que influyen tanto en su desarrollo personal como profesional. Esto repercute en las dinámicas dentro del salón de clase y pone en desventaja a las estudiantes. Por ejemplo, se cree que existe una brecha intelectual natural entre hombres y mujeres, y que estas últimas deben esforzarse más para compensar su “inferioridad intelectual”. El éxito de un hombre se atribuirá a su genialidad, y el de una mujer a su organización y disciplina.
La desigualdad también se ve reflejada en la convivencia escolar y laboral. Escuchar chistes misóginos y recibir algún tipo de acoso de parte de profesores o compañeros resulta habitual. Denunciar estos comportamientos usualmente deriva en ser señaladas y etiquetadas, lo cual agrava la segregación.
Es común que una mujer que se dedica a una disciplina tan demandante como lo es la ciencia se enfrente ante la disyuntiva de elegir entre una familia y una carrera fructífera: si desea destacar en su área debe duplicar su esfuerzo para compensar “el tiempo perdido” en el cuidado del hogar.
La limitada representación femenina en la ciencia también se debe al robo de propiedad intelectual. Por ejemplo, los descubrimientos de Rosalind Franklin sobre el ADN se le atribuyen a Watson y Crick, Mileva Marić fue desacreditada por Einstein, y al hablar de fisión nuclear Lise Meitner nunca es mencionada. Ya muchas han sido invisibilizadas.
A pesar de ser sistemáticamente relegadas del ejercicio intelectual, las mujeres han fracturado las barreras impuestas y revolucionado la ciencia en sí. Aún queda un largo camino por recorrer, y es crucial identificar los desafíos existentes para poder erradicarlos y finalmente brindarles a las mujeres la justicia que se les debe.
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