La equidad en salud es un imperativo ético y social que, lamentablemente, no siempre se refleja en la realidad, especialmente cuando se trata de la salud de la mujer. A lo largo de los años, se ha identificado una serie de brechas preocupantes que persisten en el ámbito de la salud de la mujer, teniendo consecuencias profundas no sólo en los niveles de bienestar, sino también en el desarrollo económico de las sociedades. Factores socioeconómicos, culturales, entre otros, contribuyen a esta disparidad. Comprender las causas de estas brechas, sus impactos y trabajar en soluciones integrales es fundamental para construir un futuro más equitativo, saludable y de mayor bienestar.
Un reciente estudio de enero de 2024 del World Economic Forum (“WEF”) en colaboración con McKinsey Health Institute titulado “Closing the Women’s Health Gap: A $1 Trillion Opportunity to Improve Lives and Economies” (Cerrar la brecha sanitaria de las mujeres: una oportunidad de un billón de dólares para mejorar vidas y economías), advierte que las mujeres enfrentan un 25% más del tiempo con “mala salud” que los hombres (técnicamente denominados AVAD en español, es decir, años de vida ajustados por discapacidad, o DALYs en inglés). Concluye que invertir en cerrar las brechas en salud de la mujer, no sólo puede sumar años de vida a ellas, sino que sean más sanos, pudiendo adicionar potencialmente a la economía mundial, 1 billón de dólares anuales de aquí a 2040.
Ese mismo estudio entiende que la salud de la mujer abarca tanto las afecciones específicas de cada sexo (por ejemplo, endometriosis y menopausia) y enfermedades generales que pueden afectar a las mujeres de forma diferente (mayor carga de morbilidad) o desproporcionadamente (mayor prevalencia), como la migraña (2 a 3 veces más) o problemas de salud mental, como depresión (casi el doble). Otros estudios han concluido que existen diferencias significativas también en problemas de la visión, movilidad, dolor y sueño, así como en relación a la angina de pecho y la artritis.
Por otro lado, el referido estudio del WEF atribuye las indicadas brechas en salud entre hombres y mujeres, a que (a) la ciencia, en general, y los estudios clínicos, en particular, se ha centrado más en el organismo masculino, subrepresentando al femenino (existen opiniones divergentes al respecto), lo que dificulta la comprensión de las diferencias biológicas basadas en el sexo, y lleva a que existan menos tratamientos disponibles y/o que sean menos eficaces para las mujeres; (b) la carga de enfermedades de las mujeres es sistemáticamente subestimada, ya que se utilizan datos que la excluyen o infravaloran enfermedades importantes; (c) las mujeres tienen más probabilidades de retrasos en la atención sanitaria, diagnóstico y/o tratamientos; y (d) se ha invertido menos en problemas de la salud de la mujer, en relación con su prevalencia. Dicho estudio propone finalmente medidas para ir cerrando las indicadas brechas y así poder generar más salud y beneficio económico para la sociedad en su conjunto.
Entre ellas, están invertir en programas educativos que aborden los estigmas relacionados con la salud de la mujer y que proporcionen información precisa sobre la salud reproductiva y otras cuestiones específicas de género, lo que tiende a generar conciencia pública y a romper barreras culturales y sociales. También, se propone garantizar un acceso equitativo a servicios de salud, y así la expandir la atención prenatal, servicios de planificación familiar, exámenes de detección y tratamientos especializados para abordar las necesidades específicas de las mujeres. Finalmente, se recalca la importancia de promover la inclusión de mujeres, en la proporción adecuada (representan el 30% de los participantes en estudios de enfermedades cardíacas), en estudios clínicos y de investigación para garantizar que los tratamientos sean efectivos y seguros para ambos géneros, además de centrarse no sólo en patología con alta mortalidad, sino que también en aquellas que generan discapacidad. Esto conducirá, según el referido estudio, a avances médicos más equitativos y personalizados.
Otro ángulo importante identificado por otros estudios, y que también es causante de las brechas en salud de las mujeres, es la participación desigual de ellas en el mercado laboral y las diferencias salariales, en comparación con los hombres. Menores ingresos, en tanto determinante sociales de la salud, tienen un impacto directo en su capacidad para acceder a servicios de salud. Las mujeres con bajos ingresos, a menudo postergan la búsqueda de atención médica debido a barreras financieras, lo que puede resultar en diagnósticos tardíos y tratamientos menos efectivos.
Cerrar las brechas en salud de la mujer, no solo es, por tanto, un imperativo ético, sino también una inversión en el bienestar y en desarrollo económico para la sociedad en su conjunto. Todavía nos falta mucho por entender e investigar sobre sus causas, consecuencias y posibles soluciones, pero al menos ya existen importantes voces que han puesto esta discusión sobre la mesa. Ahora es responsabilidad de los gobiernos, la academia y de la sociedad civil, seguir profundizando esta discusión y tomar las acciones adecuadas, a fin de intentar prevenir los problemas de salud de la mujer y, sino es posible, diagnosticarlos y tratarlos oportunamente.
La presente columna ha sido elaborada en colaboración con el Dr. Guillermo Maligne, médico psiquiatra, farmacólogo y experto en investigación clínica.
*El autor es experto en políticas públicas en salud, Director de la Asociación Chilena de Derecho de la Salud, ha sido académico en diversas universidades chilenas sobre temas relacionados con sistemas de salud.