Hay inventos que lograron provocar una revolución social, ha pasado con la imprenta, con las computadoras, el automóvil, las maquiladoras, pero uno que no se queda atrás es la bicicleta, que no solo cumplió la función de ayudar a la movilidad de una forma sencilla y con cero emisiones, sino que para las mujeres representó un arma en la lucha feminista.
¡¿Cómo?!
En 1896, Susan B. Anthony, feminista y sufragista estadounidense, dijo que “la bicicleta había hecho más por la emancipación de las mujeres que cualquier otra cosa en el mundo”. Y sí. Te explicamos cómo es que esto ocurrió.
Entre los primeros modelos de bicicletas que existieron está el velocípedo (en inglés le llamaban penny-farthing), esas que tenían la rueda de enfrente súper grande y una pequeña detrás. Si para los hombres de finales del siglo XIX era algo incómodo, podrán imaginarse cómo era para las mujeres que usaban largos faldones o vestidos con fondos y capas de ropa… además de que era muy peligroso porque era difícil guardar el equilibrio y cualquier parada intempestiva provocaba muchos accidentes.

El inglés J.K. Starley, J.H. Lawson y Shergold resolvieron este problema al introducir la cadena de transmisión (originada por el fallido «biciclo» del inglés Henry Lawson), esta conecta las bielas montadas en el marco a la rueda trasera. A estos modelos se les llamó bicicletas de seguridad, dispositivos de seguridad enanos o bicicletas verticales por su menor altura de asiento y una mejor distribución del peso.
Este modelo conocido como el Rover tiene como fecha de aparición 1885 y el crédito lo tiene Starley y se le reconoce como la primera bicicleta moderna. Pronto se agregó el tubo del asiento, creando el marco de diamante de doble triángulo de la bicicleta moderna.
Al ser de fácil uso, comenzó a popularizarse hasta que llegó al nuevo mundo. En Estados Unidos comenzó a ser uno de los objetos más deseados y vendidos. Y aunque para las mujeres era mucho más sencillo andar en ellas que en los velocípedos, aún resultaba horrible tener que andar con las faldas largas que fácilmente podían atorarse en la cadena.

Y los pantalones también…
La moda y la moral es algo que iba mucho de la mano, bueno, aún en algunas partes del mundo sigue siendo así. Si las “buenas costumbres” dictaban que las mujeres debían vestir faldas largas para no enseñar las piernas y “provocar a los hombres”, pues eso se seguía.
A finales del siglo XIX, muchas mujeres comenzaron a usar pantalones para el trabajo industrial.
Un ícono de esta moda fue Amelia Bloomer, defensora de los derechos de las mujeres y editora del primer periódico feminista The Lily. Dando un paso adelante en la liberación femenina, “provocó” al mundo y se puso pantalones en un contexto fuera de lo laboral. Con su ropa quiso expresar que vestir como un hombre le daba el poder de hacer lo mismo que ellos.
Otro hito fue que durante la Segunda Guerra Mundial las mujeres —literalmente— se pusieron los pantalones de sus esposos para ir a trabajar. Puesto que ellos estaban en la guerra, ellas debían tomar las riendas del hogar y conseguir dinero para mantener a su familia.
Con estos pasos, el que las mujeres usaran pantalones fuera del trabajo fue cada vez menos extraño.
El pantalón femenino también resultó ser una solución perfecta al problema de las faldas largas y su poca comodidad para andar en bicicleta.

La osadía de andar en bici
Para los varones, andar en uno de estos vehículos era algo cada vez más común, adquirir una seguía siendo un lujo, pero con la fabricación masiva se volvió accesible.
Entonces, muchas mujeres jóvenes comenzaron a usarla de igual modo. Esta les permitía ir a donde quisieran, podían salir más de casa (sin necesidad de ir acompañadas de un hombre o de una mujer mayor), tener más vida social, es decir, independizarse. No obstante, a finales del siglo XIX, era una osadía andar sola en la calle y exhibirse sobre una bicicleta.
Un punto de luz que llevó a que se aceptara más ver a una mujer en bici fue que finales de la década de 1880, la Reina Victoria del Reino Unido comenzó a andar en triciclo para adultos y también le obsequió bicicletas a sus hijas. Con la admiración que la gente tenía por ella, se pensó: “Si una persona tan importante usaba y aprobaba que las mujeres anduvieran en este medio de transporte, ¿por qué no el resto del mundo?”.
No todo es belleza
Por muchos años, aún ya en el siglo XX, se siguió viendo mal que una mujer anduviera en bici, con falda larga, con pantalones, con minifalda, el problema apuntaba a la ciencia médica.
Algunos médicos advirtieron sobre riesgos potenciales para la salud de las mujeres ciclistas, como la depresión, la palpitación acelerada del corazón, así como algo llamado “cara de bicicleta”, que se dice causa enrojecimiento, palidez, ojeras… claro, como si a los hombres no les pasara igual.
Y siempre queda ese mito de que el himen se rompe por andar en bicicleta, lo cual no está comprobado y es muy distinto a iniciar una vida sexual.
La bicicleta ha hecho más por la emancipación de las mujeres que cualquier otra cosa en el mundo.
¡Viva Annie Londonderry!
Si una mujer puede considerarse un ícono de la bicicleta y la liberación femenina, esa es Annie Cohen Kopchovsky (1870–1947), mejor conocida como Annie Londonderry.
Ella fue una inmigrante letona establecida en los Estados Unidos que en 1894–95 se convirtió en la primera mujer en recorrer el mundo sobre su bici. Era de pensamiento liberal, se reinventó bajo su seudónimo de empresaria, atleta y trotamundos.

A ella y a todas las mujeres que se atrevieron a romper los cánones y las buenas costumbres debemos que ahora podamos ir de aquí para allá con pantalones, minifalda o en shorts con nuestra bicicleta por donde queramos y a donde nos plazca.
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