
1. Cuando respondes una pregunta en clase, no actúas como embajadora de todas las mujeres.
Durante mis últimos años en el instituto era la única chica en mi clase de física y todo el rato estaba asustada.
Me asustaba dar la respuesta equivocada y me asustaba que todos me juzgaran por ello. Me asustaba hacer una pregunta que hiciera pensar a todo el mundo que no entendía la asignatura. Pero probablemente lo que más me asustaba es que todos pensaran que cualquier cosa que hiciera mal era por el hecho de ser una chica y que eso empañara para siempre su buena opinión sobre las chicas y sobre nuestra capacidad para la física. Esa era mucha responsabilidad para que la soportara una chica de 17 años; de ahí la ansiedad.
No estoy segura de cuánta atención prestaban los demás al hecho de que era una chica y que era la única, pero fue algo que me estuvo preocupando durante todo ese año.
Diez años después, la verdad es que no tengo recuerdos de hablar siquiera en esa clase, aunque mi profesor no era tan horrible como para que alguien estuviera sin hablar durante dos años, por lo que supongo que al menos una vez hablaría. En este punto solo puedo asumir que mi cerebro se ha encargado de bloquear completamente la experiencia, por mi propio bien.
2. No deberías confundir confianza e inteligencia.
No fue hasta años después, tras terminar mi nivel avanzado en física y después mi grado en física, que me di cuenta de algo muy importante sobre el mundo: todos mienten todo el rato.
Sé que algunas personas son muy listas y pueden transformar matrices y resolver ecuaciones y pasar a la notación de Dirac y salir de ella fácilmente. Pero nadie conoce la respuesta a todo, siempre, con total seguridad. Y aun así, desde donde estaba yo, todos los de la clase parecían capaces de responder preguntas con total confianza. Así que, durante años, creí que todos esos chicos de mi clase de nivel avanzado de física y después de mi grado (para entonces ya no era la única chica, aunque aún éramos minoría) sabían realmente la respuesta a todo.
Lo que me sorprendía más era cuando, en más de una ocasión, durante la clase alguien (normalmente, si no siempre, un chico) corregía al profesor. Yo podría haber tenido abierto delante un libro de texto que confirmara que un profesor estaba equivocado y aun así no lo habría dicho. Ni siquiera lo habría enviado por correo electrónico ni habría escrito una nota anónima para deslizarla por debajo de la puerta de su despacho antes de salir corriendo.
Mirando hacia atrás, creo que los chicos estaban solo un poco menos asustados que yo de fallar. Yo confundía su confianza con lo listos que eran. No tenían sobre sus hombros el peso de medio mundo, no tenían que trabajar más duro que todos los demás solo para que fueran considerados la mitad de buenos y por lo tanto estaban menos preocupados por fracasar en público.
Los chicos de mi clase podían decir con confianza la respuesta incorrecta y simplemente olvidarse luego, seguros en su conocimiento de que su reputación aún estaba intacta y que no habían arrastrado a nadie más en su caída. Lo cual es una forma estupenda de vivir, pero que, años después, aún no he sido capaz de dominar.

3. Sí que tienes que trabajar más duro para que se te aprecie tanto como a los chicos.
Esto es algo que hace que mi ansiedad ante ser mal juzgada en clase empeore y mejore al mismo tiempo: las investigaciones han demostrado que los hombres sí que infravaloran con frecuencia a las mujeres de su clase.
Un estudio publicado este año descubrió que, al pedirles que nombraran a compañeros de clase que consideraban que eran «fuertes en cuanto a la comprensión del material de clase», los estudiantes masculinos nombraban a otros hombres por encima de mujeres más capacitadas. Tal y como lo reflejaba The Atlantic:
“Para los hombres de esas clases una mujer tenía que conseguir un sobresaliente para tener el mismo prestigio que un hombre con un notable alto».
Este estudio en particular era en una clase de biología de nivel universitario, pero no me sorprendería si el hallazgo fuera cierto también en otras ciencias. En tal caso, mi temor a que la gente (chicos) pensara que soy estúpida por ser una chica no era infundado. En realidad ellos podrían haber estado sentados ahí infravalorando mis capacidades todo ese tiempo.
Es una pena que la realidad sea así y es un magro consuelo para nadie que ahora esté pasando por lo que yo pasé. Pero debo admitir que me hace sentir ligeramente mejor el hecho de saber que probablemente no estaba siendo una paranoica.
4. No estás compitiendo contra el resto de mujeres.
Dado que convertí el hecho de ser una chica en mi rasgo distintivo en aquella clase, me sentía extrañamente amenazada por cualquiera que intentara arrebatarme mi corona. Incluso cuando comencé mi grado en física era recelosa hacia las demás mujeres de mi curso: durante mi grado, en torno a una quinta parte de mis aproximadamente 250 compañeros de clase eran mujeres. Constantemente estaba comparándome con lo bien que lo hacían en los exámenes, a cuántas asociaciones pertenecían, cuántos idiomas hablaban… la lista continúa.
Hasta que comencé a trabajar y entablé amistad con otras mujeres que trabajaban en el mismo campo no me di cuenta de lo importante y poderoso que es disponer de una red de apoyo de otra gente como tú. Sí, puedes aprender mucho de todo tipo de gente cuando comienzas en una carrera profesional (¡incluso de los hombres!). Pero, al fin y al cabo, cuando te sientes desanimada o todo te va mal, necesitas a alguien que haya pasado por lo mismo que tú y realmente pueda empatizar contigo. Muchos problemas no parecen ni la mitad de graves cuando te das cuenta de que otras personas también los tienen.
5. El síndrome del impostor es MUY REAL, pero no eres la única que se siente así.
Si me preguntaras ahora mismo, después de casi una década de hacer mi nivel avanzado, si era buena en física, dudaría antes de responder. Diría algo así como: «Bueno, tengo un grado en ello». O, si me sintiera particularmente imaginativa, diría: «bueno, tengo un máster en ello» (pero después añadiría rápidamente: «no es un máster de verdad, solo uno de esos de pregrado» para que tus esperanzas no se elevaran demasiado).
Unos meses después de empezar en el trabajo en que estoy ahora, me pidieron que publicara en una serie que estaba haciendo mi antiguo lugar de trabajo, el Instituto de Física. Querían ilustrar las diferentes carreras profesionales a las que se podría dedicar alguien con un grado en físicas y querían que expusiera el periodismo. Mitad reacia, mitad emocionada, dije que sí y después de una sesión fotográfica y escribir un párrafo sobre qué hago realmente, ahora soy una escritora sobre física.
Así que tengo el grado y tengo un póster con mi propia cara. Pero aún no me puedo librar de ese molesto sentimiento de que de algún modo he engañado a todos y de que realmente no me lo merezco; y de que uno de estos días alguien se va a dar cuenta.
El término «fenómeno del impostor» (más conocido ahora como «síndrome del impostor») lo acuñaron en 1979 un par de psicólogas clínicas. Pauline Clance y Suzanne Imes, en la revista Psychotherapy, lo describieron como una «falsedad intelectual que parece ser especialmente prevalente e intensa entre una muestra seleccionada de mujeres de altos logros». Se da cuando la gente no consigue interiorizar sus logros y, al pensar que están donde están debido a la suerte y no a su propia capacidad, les preocupa que se les descubra como un fraude.
Estudios posteriores han descubierto que no solo se da en mujeres y que el 70 % de las personas podrían sentir que son impostores en algún momento de sus vidas. De hecho, muchos académicos prominentes, entre los que se encuentran otras físicas femeninas, han hablado sobre su propio síndrome del impostor en los años recientes.
Esto no detiene completamente el hilo de pensamiento, pero ayuda.

6. Siempre deberías confiar en tu intuición.
Estuvo a punto de no estudiar física en la universidad. Hasta que un profesor no se equivocó repetidamente pensando que yo iba a física no me di cuenta de que me gustaba mucho más que la química, que era lo que estaba planeando solicitar.
Por algún motivo, incluso aunque pasaba las vacaciones familiares mirando a los cielos libres de contaminación lumínica y llenos de estrellas, nunca se me había ocurrido hacer eso como parte de un grado y posiblemente de una carrera profesional. Por lo que a mí concernía, simplemente era algo que no hacía la gente como yo.
Mirando hacia atrás ahora parece obvio que todo el tiempo había preferido la física. Pero hizo falta un profesor que claramente ni siquiera podía recordar quién era yo para que me diera cuenta de ello.
7. Esto mejora cuando empiezas a preocuparte menos sobre lo que piensan los demás.
En la escuela prefería pasar desapercibida todo lo posible, por lo que tener el rasgo distintivo de ser la única chica de mi clase de física era como tener una X marcada en mi frente con rotulador indeleble.
El hecho de destacar hacía que fuera difícil estar cómoda. Estaba nerviosa. No prestaba atención a lo que se suponía que tenía que aprender, porque estaba ocupada intentando ignorar mis continuas críticas mentales sobre todo lo que hacía y por qué era una estupidez y qué pensaban todos los demás sobre mí.
En algún punto de mi vida conseguí acallar esas críticas internas y dejar de prestar atención a lo que pensaban los demás y a lo que yo creía que pensaban. Hoy día aún siento muchas de esas cosas que hacía en clase, pero son menos frecuentes, menos intensas y hago todo lo posible por reconocerlas como lo que son.
Ojalá me hubiera concedido el hacer las cosas mal en mi clase de física de nivel avanzado y en mi grado, segura en el conocimiento de que eso forma parte del proceso de aprendizaje y que no pasa absolutamente nada, pero comprendo por qué no lo hice.
Me gustaría pensar que nadie que esté leyendo esto es la única chica de su clase de física actualmente, porque me gustaría creer que las cosas han avanzado tan solo un poquito en los últimos 10 años. Pero he visto las cifras y los chicos aún superan ampliamente en número a las chicas en acceso a niveles avanzados de física.
Así que, si eres la única chica en tu clase de física, hazme un favor y responde a una pregunta la próxima vez que estés en clase. Te prometo que no importa si te equivocas.
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