Me encantaría vestirme libremente pero no puedo por el acoso

Si eres hombre, no tienes que pensar en esto porque tal vez no has sentido el roce de una mano en tu trasero o detectado la mirada fija de alguien hacia tu pecho.

Si eres hombre, probablemente no sabes la infinidad de formas que hay de molestar a una mujer en la calle, en el metro, el camión, las escaleras, de subirte a un taxi en modo alerta, temiendo que el conductor cambie de ruta o, peor: que intente violarte.

Pero si eres mujer, seguramente, en algún momento has preferido simple y sencillamente renunciar a lucir tu cuerpo o a vestir como te da la gana porque sabes lo que te espera afuera.

Te presentamos una serie de fotografías y testimonios de mujeres que viven en Ciudad de México y el área metropolitana que nos muestran cómo y por qué a veces renuncian a su feminidad, comodidad y gustos por algo que debería ser garantía: su seguridad.

Susana Triana, universitaria

‪Usé esa falda y esa blusa para estar en mi escuela la semana pasada. Los días estaban soleados y a mí me gusta mucho usar falda. Sin embargo, para poder ir de camino a la escuela y regresar, tuve que usar los pants y la sudadera sobre mi ropa. ¿Por qué tuve que hacerlo? Tenía miedo, creo que como todas.

‪Unos días antes estaba por el centro de la alcaldía donde vivo, era mediodía y usaba otra falda, un coche me siguió. Tuve que correr a tomar el primer camión que pasara para poder estar a salvo. No es la primera vez que me pasa. ‬

‪El Miedo es el verdadero usuario del espacio público que deberíamos ocupar nosotras, las mujeres. Nos vemos obligadas a cambiar nuestra forma de vestir, usar audífonos para no escuchar lo que nos dicen en la calle, llevar las llaves en la mano (para hacer ese truco de ponérselas entre los dedos) y además, tenemos que poner cara de enojadas para que no confundan alguna sonrisa que se nos escape con coqueteo.‬

‪Tenemos que hacer todo esto para estar seguras y, aún así, no es suficiente.

Olivia Zerón, periodista

Todas las mujeres tenemos esa duda y no siempre es por vanidad. Lo que no contamos es que a veces no sabemos qué ponernos hasta para ir a la tienda. Yo he tenido que echarme encima un poncho, para no ir a comprar jamón vestida demasiado “algo” como para exponerme a una mirada o comentario lascivo.

Lo mismo para ir al trabajo: la ropa que uso como conductora de noticias en televisión es incompatible con el transporte público. De los años que trabajé en el centro de la Ciudad de México, recuerdo ir en Metrobús muriendo de calor y sin poder descubrirme. Debajo de la gabardina llevaba el vestido que hubiera querido no tener que esconder y al que, al mismo tiempo, me negaba —y me niego— a renunciar.

Desaparecer nuestros cuerpos es aún la estrategia para ir seguras. ¿Cómo nos rebelamos a eso? Una compañera de trabajo me presumió su nuevo aparato para dar toques: “Si me tocan en el metro lo usaré”. Estamos hartas de ir con miedo.

Sofía Téllez, traductora

A veces, cuando me visto, lo que hago es “equilibrar” lo que “enseño”. Digamos que tengo 2 puntos y eso es todo lo que puedo usar. Un escote vale un punto, una falda vale un punto, los tacones valen un punto y el pelo suelto vale un punto. Puedo traer tacones y escote, pero me recojo el pelo. Puedo traer falda y tacones, pero escote ya no.

Es como un sistema que me sirve para no “pasarme”. Si traigo tacones, falda y escote es casi como si estuviera gritando: MOLÉSTENME. Entonces, me llevo los tacones en la bolsa, me pongo tenis y un suéter que cubra el escote.

A veces, llegando a la oficina me “transformo” y ya me cambio como me hubiera gustado salir desde mi casa. A veces ya mejor me quedo como llegué. Es increíble que tengamos que pensar en todo esto. Estoy segura de que un hombre jamás tiene que considerar tantas variables al momento de escoger su vestimenta. 🙁

Abril Alcalá, diputada

Con el calorón a veces quería usar minifalda, a veces quería sentirme fresca, colorida y muy femenina. Sin embargo, llama demasiado la atención y se malinterpreta.

Además, en el mundo de la política —que vive bajo la lupa del juicio público—, y en un “escenario» históricamente masculino y machista, es indispensable que te valoren por tu mente y no por tu físico.

Por eso, “te das a respetar” —como se suele decir—, te cubres, te ocultas y a veces hasta te “masculinizas”. Te evitas el mal trago de que te falten al respeto, de que reduzcan tu inteligencia a un accesorio del “objeto físico” e incluso de ponerte en riesgo.

Ana, oficinista

Prefiero el bajo perfil. En compañía de mi siempre pesada y amplia mochila vieja me disfrazo de las miradas indeseadas. Uso metro, taxi y combi desde Ecatepec, por Ciudad de México, hasta Naucalpan.

En ningún lado puedo ser yo. Si con el uniforme en el trabajo se me notan las piernas, me incomoda tener que estudiar los lugares donde puedo sentarme.

En el espacio público soy una mujer arisca y malhumorada. Cuando viajo de regreso a casa, toca aclimatarse para evitar, con varias estrategias, que algún tipo me haga pasar un mal momento: vagón de mujeres, evitar escotes, taparse las curvas.

Al regresar a casa voy alerta, con una posición erguida y quizá retadora al caminar, siempre vigilante. El miedo gana sobre mi deseo, aunque disfruto de aplicar mi creatividad en mi forma de vestir con las faldas, los vestidos, los colores, piel con maquillaje, uñas contrastantes; no me gusta pagar el precio de las miradas transgresoras.

Renuncio a mi feminidad a cambio de seguridad. Me quiero viva.

Margarita Mantilla, socióloga

Con regularidad y, sobre todo, cuando sé que voy andar por las calles de la ciudad trasladándome por medio del transporte público, suelo usar calzado cómodo y pantalones. También, al usar blusa de botones procuro abrocharla para que el escote no se me vea.

En temporada de calor me encantaría llevar vestido, falda o short, alpargatas o algún calzado fresco y alguna blusa o playera fresca, de tirantes y escote, pero sé que si lo hago es exponerme al acoso callejero. En mi bolsa nunca falta un bóxer en forma de gato y un gas pimienta.

Si voy en el metro, procuro permanecer cerca de la palanca de emergencia. Al caminar sola por las calles de la ciudad, voy seria y atenta a todo lo que pasa a mi al rededor. No confío en ningún hombre extraño que se me acerque.

Daniela Díaz, Cristina Salmerón, Carlos Carabaña, Sergio Rincón, Omar Bobadilla y Nadia Sanders contribuyeron a este trabajo.

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