Mujeres con Nobel, y sin él

Considerada como la Madre de la Física, Maria Salomea Skłodowska-Curie fue una mujer excepcional de muchas maneras. Fue una joven comprometida con las causas sociales de su natal Polonia, en su tiempo bajo el férreo control de Rusia; durante años trabajó y ahorró para pagar los estudios de medicina de su hermana mayor en un “pacto de damas” donde su hermana se haría posteriormente cargo de su educación. Pero siempre será recordada por ser tres veces pionera en la historia del mayor galardón entregado en nuestro planeta: los premios Nobel.

Marie Curie se convirtió en la primera mujer en recibir el premio en el área de Física junto con su esposo Pierre, en 1903, por sus descubrimientos en el fenómeno conocido como radiación espontánea. Ocho años después se convertiría en la primera mujer en ganar el Nobel de Química (1911) por descubrir el radio y el polonio, y en la primera y única mujer a la fecha en ganar dos veces la presea en campos diferentes. Fue también mentora de su hija, Irène Joliot-Curie, quien recibió también el Nobel de Química, junto con su esposo Jean Frédéric Joliot, por sus trabajos sobre la síntesis de nuevos elementos radiactivos en 1935, un año año después de que su madre falleciera a causa de sus trabajos con la radioactividad.

Pero Curie fue un caso excepcional. El siguiente Nobel de física no lo recibiría una mujer hasta 60 años después cuando la germano-norteamericana Maria Goeppert-Mayer fue galardonada por su propuesta de modelo nuclear de capas, describiendo la estructura interna del núcleo atómico y el comportamiento de los nucleones, las subpartículas que lo componen. Después de la ceremonia donde entregaron el premio de 2018, Donna Strickland, una de los tres ganadores de la medalla de Física de ese año se convertía en la tercera mujer en la historia en obtener la presea. En las áreas de Química y Medicina, las cosas no son muy diferentes. De hecho, de todos los Nobel de ciencias que se han entregado en 100 años, sólo 20 han correspondido a mujeres.

En 1942, el punto álgido de la II guerra mundial, la química británica Rosalind Franklin entraba a trabajar en la Asociación para la Utilización del Carbón, donde realizó investigaciones sobre sus propiedades contribuyendo así al esfuerzo de la guerra, al tiempo que le sirvieron para conseguir su tesis doctoral. Después estudió la refracción de los rayos X en París y se convirtió en experta mundial en el tema, que luego dirigiría a la investigación de la molécula de ADN, describiendo sus propiedades y su estructura helicoidal. Estos datos fueron mostrados por su colega Maurice Wilkins a los físicos James Watson y Francis Crick, lo que confirmó sus sospechas sobre la estructura del ADN, y que les valió, a los tres, el Nobel de Química en 1962 por “resolver la estructura del ADN”.

¿Recuerdan al personaje interpretado por Taraji P. Henson en “Hidden figures”, la película sobre las mujeres computadoras que hicieron posible el programa espacial norteamericano? Ella era Katherine Johnson, una matemática que trabajó para el Comité Asesor Nacional de Aeronáutica, precursor de la NASA, e incluso verificaba a mano los cálculos hechos por las primeras computadoras que pusieron en órbita a un estadounidense. Katherine, junto a otras mujeres negras, trabajaba segregada en una oficina aparte mientras realizaba los cálculos que dirigían la órbita de todos los cohetes que se lanzaban en esa época.

Lise Meitner y su colega Otto Hahn trabajaron juntos durante más de tres décadas investigando el proceso de fisión nuclear y es considerada por muchos la física más importante del siglo XX, pero el Nobel de Química de 1944 le fue entregado a Hahn solamente. En 1960 mientras completaba su doctorado en Cambridge, la astrofísica irlandesa Jocelyn Bell Burnell descubrió los púlsares, los restos de estrellas tan grandes que murieron como una Supernova pero no tan grandes como dejar un agujero negro como cadáver. Estas estrellas, también conocidas como estrellas de neutrones, giran rápidamente sobre uno de sus ejes, expulsando gran cantidad de radiación electromagnética al espacio que nosotros percibimos como pulsaciones, de ahí su nombre. Estos descubrimientos los realizó utilizando un telescopio diseñado por su supervisor Antony Hewish y ensamblado por ambos; Hewish terminó ganando el Nobel de física por “su rol decisivo en el descubrimiento de los púlsares”, mientras que Jocelyn fue ignorada completamente.

Páginas enteras podríamos llenar con casos como estos, en todas y cada una de las ramas del conocimiento científico. Pero lo importante no es eso, sino reconocer la infravaloración de las mujeres y su participación en la Ciencia, no sólo al momento de recibir premios, sino por los obstáculos que se enfrentan al publicarse sus descubrimientos o discutir estos o sus teorías con sus pares masculinos. Esto nos priva de conocimientos que tal vez nunca lleguen a publicarse; y la pérdida de esos conocimientos afecta no sólo a las mujeres que vieron demeritados o incluso ignorados sus esfuerzos; nos afecta a toda la Humanidad.

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