Autor: Editora

  • #EsAhora: ilustraciones y pañuelos verdes en redes sociales para apoyar el aborto en Argentina

    #EsAhora: ilustraciones y pañuelos verdes en redes sociales para apoyar el aborto en Argentina

    El Senado decide sobre la legalización del aborto en una votación clave.

    En una noche caldeada fuera y dentro del Senado, Argentina debate y vota este martes el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo que permite el aborto libre hasta la semana 14. Dos años atrás, la Cámara Alta rechazó la ley y hoy la votación muy ajustada se decidirá por un puñado de votos de algunos senadores indecisos. La iniciativa que parte de una propuesta de Ley desde el Ejecutivo de Alberto Fernández fue aprobada hace dos semanas por la Cámara de Diputados y contempla que las mujeres puedan acceder a una interrupción del embarazo al firmar un consentimiento por escrito.

    Mientras los senadores deliberan, las calles frente al Congreso se llenan de partidarios y detractores, pese a la pandemia. Se estima que cada año se practican en Argentina centenares de miles de abortos clandestinos y miles de embarazos violentos de niñas menores de 13 años.

    Igual que las redes sociales, las calles muestran la división de la sociedad argentina que parece estar a un paso de la legalización del aborto pero que podría volver a retroceder como lo hizo en 2018. «Es tiempo de hacer historia. El mundo nos está mirando», señala un documento firmado por más de 1.500 personalidades de la cultura.

    Estas son algunas manifestaciones de apoyo que se han dado durante la jornada de este martes. Varios países de Latinoamérica y el mundo donde todavía el aborto es ilegal, miran con esperanza lo que pueda suceder en el Senado como hoja de ruta para hacer su propia historia.

     

     

    Toda la información e imágenes son de VERNE.
    Link original: https://verne.elpais.com/verne/2020/12/30/mexico/1609285988_165920.htm

  • Deseos de fin de año para los feminismos que vienen

    Deseos de fin de año para los feminismos que vienen

    En 2020, el movimiento feminista se terminó de fragmentar. Quizás nunca estuvimos unidas y a lo mejor no es la unidad lo que necesitamos. Pero sí debemos ser capaces de construir puentes entre nosotras. ¿Podremos hacerlo en 2021?

    Si hay algo más bochornoso que releerse a una misma, es releerse con lágrimas en los ojos.

    Me acaba de pasar cuando, para escribir esta columna, volví al artículo que publiqué en estas mismas páginas, a principios de este año. Se titulaba “La década en que nos hicimos feministas” y era mi repaso personal por los grandes hits del feminismo del siglo XXI. Lloré porque esa década que había supuesto para mí y para tantas transitar de una lucha individual a una colectiva, plena, radical, ilusionante, había terminado en este momento extraño en que ya no podía escribir así, en plural; ni sentirme así: ni entusiasmada, identificada, fuerte ni parte de nada.

    Lloré porque solo podía pensar en el día en que las feministas nos enfrentamos en la manifestación del 8M de este año. Sí, el último 8 de marzo, en Madrid, literalmente nos pegamos, y se selló así, simbólicamente, un proceso de fragmentación anunciado. Entonces tuvimos que aceptar que ni la búsqueda del consenso ni la idea de trabajar desde lo que nos une y no desde lo que nos separa —ni siquiera la idea de sororidad— eran suficientes, que la hermandad de género no alcanza y que ese “nosotras” ya no nos incluía a todas.

    Recuerdo unas pancartas luchando por imponerse sobre otras, los debates teóricos imponiéndose sobre las vidas. Recuerdo las caras de mis amigas y de mis enemigas. Recuerdo entenderlo como algo defensivo, recuerdo entenderlo como fracaso. Recuerdo que no era la primera vez, recuerdo que venía de antes, que ya se habían ido muchas personas del movimiento. Recuerdo que pensé que habíamos caído en el juego del patriarcado, que se nos había colado dentro o, peor, que la violencia también estaba entre nosotras.

    Me dije: Quédense con su feminismo excluyente, quédense con el sujeto mujer, quédense con el 8M. Todo para ustedes.

    Por eso, en lo primero que pensé cuando me preguntaron por mis buenos deseos para el año que viene fue en encontrar otro horizonte para los feminismos que sea todo lo contrario a ese día, a la fractura, a la lucha por el poder, a la falta de escucha, a la cancelación y al dolor.

    Hoy que la pandemia nos ha desarticulado, echado de la calle, interrumpido nuestros procesos y desmovilizado, mientras que el sistema ha logrado mantenerse intacto y la ultraderecha (en España y distintas partes de América Latina) acecha, solo puedo pensar en volver a construir.

    Es urgente volver a imaginar y poner de nuevo en el centro la necesidad de mejorar y dignificar nuestras vidas, las de las mujeres y todas las demás.

    Dentro de los feminismos, como en todo, hay fuerzas hegemónicas que buscan garantizar que los privilegios se mantengan y que nada cambie, salvo por algún techo de cristal que romper o alguna presidenta que elegir. Las necesidades de las demás no les interpelan y acusan a quienes incluyen más voces diversas de querer fragmentarnos. Pero existen otras posturas, a las que me adhiero, que proponen todo lo contrario: abordar de manera transversal los conflictos, ampliar la red y sumar otras trincheras que van más allá del género, por ejemplo la sindical, la migrante, la vecinal, porque lo que nos mueve es cambiar las estructuras que perpetúan todas las desigualdades.

    El 22 de diciembre se organizó una marcha contra la violencia de género en Ciudad de Guatemala.
    Credit…Moises Castillo/Associated Press

    Este año en que el coronavirus también tocó a mi puerta, tuve que cuidar a mi familia de la enfermedad y dejarme cuidar por mis compañeras, que vinieron a nuestro auxilio cuando no nos dábamos abasto. Pensé que no nos equivocábamos cuando decíamos que había que poner los cuidados de los más vulnerables y el maternaje en el centro de las políticas públicas, especialmente durante la pandemia. Porque la emergencia sanitaria y social solo hizo más clamorosa esta desatención, esa invisibilización, ese olvido, el racismo y la exclusión.

    Las trabajadoras, en especial las no blancas y migrantes en países ricos, que los gobiernos llaman pomposamente “esenciales”, sostienen aún esta crisis y enferman y mueren mientras cuidan, limpian exponiéndose al contagio a cambio de poco o nada, sin derechos laborales.

    Por eso mi deseo para el próximo año es que los feminismos incluyan en sus agendas la lucha por los derechos de todas las personas, su reconocimiento y el compromiso con sus reclamos concretos y urgentes para la subsistencia, por ejemplo, regularización para las migrantes y un sistema de salud público integral.

    Los feminismos del mañana, con los que sueño, deben luchar contra el racismo, que se ha fortalecido. Para eso hay que estar en sintonía con las luchas en las fronteras y junto a los pueblos originarios, que entienden la liberación no desde la lógica del progreso, sino partiendo de la memoria de sus comunidades, de su organización igualitaria y resistencia ancestrales. Aunque se les trate de anacrónicos, sus luchas son las luchas del presente por excelencia, aquellas por la conservación del planeta, la naturaleza y la vida.

    Voltear la mirada hacia otros territorios reales y simbólicos, en lugar de mirarnos el ombligo, en lugar de repetirnos y atascarnos, encerradas como estamos en nosotras mismas, podría ser sanador.

    Necesitamos articular nuevos frentes de lucha y esperar otros escenarios posibles, como el regreso a las calles en un tiempo pos-COVID en el que generar alianzas inesperadas, aún no transitadas.

    A lo mejor no nos fragmentamos porque nunca estuvimos unidas. A lo mejor no es la unidad lo que necesitamos. Y sí la idea de pequeñas comunidades diversas, libres, que tiendan, cuando lo necesiten, amorosos puentes entre ellas. Ojalá seamos capaces de construirlos. 2021 es un buen momento para empezar.

    Gabriela Wiener es escritora, periodista y colaboradora regular de The New York Times. Es autora de los libros SexografíasNueve lunasLlamada perdida y Dicen de mí.

    Toda la información e imágenes son de NYTIMES.
    Link original: https://www.nytimes.com/es/2020/12/28/espanol/opinion/feminismo-futuro.html

  • Mujeres que dejaron huella en el deporte durante el atípico 2020

    Mujeres que dejaron huella en el deporte durante el atípico 2020

    Debido a la pandemia del coronavirus, el 2020 ha sido el año más inusual de mi carrera como periodista deportiva (y me atrevo a decir que en la vida de todos nosotros), superando lo vivido después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. El mundo se viró al revés. Los deportes y tantas otras cosas pasaron a segundo plano porque las decisiones de vida o muerte se volvieron prioridad. En un año ‘normal’, esta lista de fin de año se llamaría, “Las mujeres que dominaron el mundo del deporte en 2020”. Pero no han sido 12 meses de puro logro deportivo; ha sido mucho, mucho más.

    A continuación (en orden alfabético), un tributo al grupo diverso de mujeres que nos mostró en este gris 2020 que se vale competir, inspirar, opinar y trascender. Todas enviaron un claro mensaje: aún quedan muchos récords por quebrar, torneos por ganar, batallas por conquistar, techos de cristal por romper y terreno por descubrir… Y todas dejaron una huella.

    GIANNA “GIGI” BRYANT: ESPERANZA Y POTENCIAL

    Gigi Bryant pasó a ser protagonista al morir el pasado 26 de enero cuando se desplomó el helicóptero donde viajaba con su padre y siete personas más. Con 13 años, ya seguía los pasos de su padre Kobe Bryant, y era promesa del basquet, evidente en los videos de ella que el cinco veces campeón de la NBA subía a Internet. La ‘Mambacita’ soñaba en grande: asistir al gran programa de UConn y ser estrella de la WNBA. Para honrar su recuerdo, la fundación de Kobe fue renombrada como ‘Fundación Deportiva Mamba y Mambacita’ y empodera a las comunidades marginadas a través del deporte juvenil. La WNBA nombró a Gigi y las otras dos víctimas del accidente que jugaban basquet, Alyssa Altobelli y Payton Chester, selecciones honorarias del draft este año.

    NATASHA CLOUD: COMPROMISO Y LUCHA

    Natasha Cloud, campeona de la WNBA con las Mystics en 2019, decidió no participar en la temporada 2020 y en vez de ello luchar por la justicia social. Escribió en su cuenta de Twitter, “Tengo una responsabilidad conmigo misma, con mi comunidad y con mis futuros hijos para luchar por algo que es mucho más grande que yo y el juego de baloncesto”. Para apoyarla, la empresa Converse le dio un contrato que cubrió su salario perdido. Cloud y Bradley Beal de los Wizards en la NBA encabezaron un grupo de jugadores de ambas ligas que se manifestó contra la brutalidad policial. La WNBA dedicó su temporada a, ‘Di su nombre’ en memoria de Breonna Taylor, quien falleció como consecuencia de una redada policial fallida seguida de impunidad.

    SARAH FULLER: PODER Y TALENTO

    Sarah Fuller, portera del equipo femenino de futbol de Vanderbilt, hizo historia. En noviembre recibió el llamado a cubrir bajas por COVID-19 ¡en el equipo de futbol americano de los Commodores! Contra Missouri, envió la patada del saque inicial a la yarda 35 y así fue la primera mujer en un partido de las conferencias Power 5. Atrás de su casco develó una calcomanía con el mensaje, ‘Juega como una niña’. Varias semanas después, hizo historia al ser la primera mujer en anotar en un juego de futbol americano Power 5 cuando logró un punto extra contra Tennessee. Fuller es la tercera mujer en jugar futbol americano en la FBS de la División I, luego de Katie Hnida de New Mexico (2003) y April Goss de Kent State (2015).

    MAYA GABEIRA: INTENSIDAD Y TENACIDAD

    La surfista de olas gigantes, Maya Gabeira, de 33 años, quebró su propia marca mundial de 2018 por la ola más grande jamás surfeada por una mujer. El 11 de febrero la brasileña montó una ola de 73.5 pies en el Nazaré Tow Surfing Challenge de la WSL en Nazaré, Portugal. En septiembre, Guinness World Records validó su hazaña con un certificado. Lo más sorprendente de todo es que Maya surfea las mismas olas de Praia do Norte donde casi murió bajo una ola gigantesca siete años atrás. Tres cirugías, cuatro años sin surfear, pero volvió. Y abogó con éxito por que la WSL y los récords Guinness añadiesen una categoría femenina de surf de olas grandes para que los varones ya no siempre tuviesen la marca. Ahora es suya.

    DANY GARCÍA: PROFESIONALISMO Y CAPACIDAD

    La empresaria Dany García abrió nuevos caminos al convertirse en agosto en la primera mujer propietaria de una liga profesional, la XFL del futbol americano. Junto con su exesposo y socio comercial de mucho tiempo, Dwayne ‘The Rock’ Johnson, y RedBird Capital compraron por $15 millones la XFL, que se había declarado en bancarrota en abril justo después de cancelar lo que restaba de su temporada inaugural debido al coronavirus. García, de 51 años y con raíces cubanas, anunció que la liga volverá en la primavera de 2022. Antes de romper esta barrera a la equidad de género, García ya presumía de los títulos de directora ejecutiva de The Garcia Companies y TGC Management, culturista profesional, productora ejecutiva, madre y esposa.

    SOFIA KENIN: TESÓN Y DETERMINACIÓN

    En febrero, la estadounidense de origen ruso Sofia Kenin ganó el Abierto de Australia, batiendo a Garbiñe Muguruza en la final, por 4-6, 6-2 y 6-2. Con 21 años, se volvió en la estadounidense más joven en ganar un título de Grand Slam desde Serena Williams en 2002. Kenin también culminó como subcampeona del Roland Garros este año, perdiendo por 6-4 y 6-4 a manos de la polaca Iga Swiatek. Kenin finalizó el 2020 clasificada cuarta en el ranking de la WTA. Se ha propuesto las metas de ganar el Roland Garros y ascender al primer puesto del ranking mundial: “Perder es algo que odio; me encanta ganar. Intento hacer todo lo posible por ganar”.

    A LIM KIM: RECUPERACIÓN Y CORAJE

    La surcoreana A Lim Kim, de 25 años, jugando en su primer torneo de golf en los Estados Unidos, se consagró campeona del U.S. Open con birdies en los tres hoyos finales para borrar un déficit de cinco golpes. Simplemente sensacional. De esta manera, la #94 del mundo igualó el regreso más impresionante en este torneo major del golf femenino. Venció por un golpe a Jin Young Ko, #1 del Ranking Mundial Rolex, y a Amy Olson, quien lidiaba con la pena del fallecimiento repentino de su suegro el sábado del torneo.

    GABY LÓPEZ: PROPÓSITO Y ORGULLO

    En enero, la mexicana Gaby López, de 27 años, cosechó su segunda victoria como profesional en el LPGA Tour. Batalló en un playoff intenso de 7 hoyos y ganó el primer torneo del año, Diamond Resorts Tournament of Champions 2020, y una bolsa de $180,000. En julio, López fue la primera jugadora de la LPGA en dar positivo por COVID-19, lo cual retrasó su retorno a la competición. Aun así, cerraría el año en el puesto 56 del Ranking Mundial Rolex del Golf Femenino, la única latinoamericana entre las mejores 100 del mundo. Gaby siempre viste los colores de su tierra — verde, blanco y rojo. Como explicó en una entrevista con Golf Channel, “Estoy sumamente orgullosa de representar a México”.

    MAYA MOORE: CONVICCIÓN Y AMOR

    Los fanáticos del baloncesto femenino han extrañado a Maya Moore, una de las máximas estrellas de la WNBA con cuatro títulos ganados con las Minnesota Lynx, quien se alejó de la cancha por razones personales desde principios de 2019. Todo rindió frutos este verano. Moore ayudó a anular la condena injusta de Jonathan Irons, quien pasó 22 años en la cárcel y salió libre al fin en julio al mostrarse que no había pruebas para condenarlo dos décadas atrás. En septiembre, Moore, de 31 años, y Irons, de 40, revelaron que se habían casado. La pareja sigue luchando incansablemente por la reforma al sistema de justicia criminal. ESPN Films colabora para producir un documental sobre esta gran historia.

    KIM NG: MOTIVACIÓN Y ESPÍRITU EMPRENDEDOR

    Kim Ng fue contratada en noviembre como gerente general de los Miami Marlins, 15 años después de haber entrevistado por primera vez para una posición de gerente general en Major League Baseball. A sus 51 años, Ng rompió un importante ‘techo de cristal’ como la primera gerente general femenina en una liga principal de Norteamérica. Además, es la primera gerente asiático-americana (hombre o mujer) en ocupar el puesto en la MLB. Quizás hizo falta alguien como Derek Jeter, primer director ejecutivo negro del beisbol, consciente en carne propia de lo que es la discriminación y con la visión para contratar a Ng, pero su trayectoria estaba más que probada con tres décadas de experiencia como ejecutiva en las Grandes Ligas.

    AMANDA NUNES: FIEREZA Y BRAVURA

    A principios de junio pasado, Amanda Nunes se convirtió en la primera peleadora de la UFC que defiende títulos en dos divisiones al mismo tiempo — pesos Pluma y Gallo. La brasileña venció a Felicia Spencer por decisión unánime en UFC 250 y retuvo su corona de peso Pluma. ‘La Leona’, #1 del ranking libra por libra de la UFC, ahora es la mujer con más victorias (20) y con la racha ganadora más larga (11 combates en fila) en la historia de la UFC. Dichosamente, Nunes sumó otro título en 2020: madre. Su prometida, la peleadora de la UFC, Nina Ansaroff, dio a luz a la hija de ellas, Raegan Ann Nunes.

    NNEKA OGWUMIKE: CONFIABILIDAD Y EFICACIA

    Nneka Ogwumike, de 30 años, es justo lo que necesitaban las jugadoras de la WNBA en una digna representante como presidenta del sindicato (WNBPA, por sus siglas en inglés). En enero de este año, se anunció el nuevo acuerdo colectivo de ocho años, el cual la estrella de las LA Sparks ayudó a negociar. Este incluye mejores condiciones salariales y beneficios, con mayores incentivos para evitar que las jugadoras vayan a jugar al extranjero en la temporada baja, algo que ha llevado a lesiones y desgaste. Sobre todo, Ogwumike garantizó que las jugadoras de la liga pudiesen ser líderes en la lucha por la justicia social. Como si fuera poco, ayudó a formular los detalles de la burbuja de la WNBA para una temporada 2020 segura. ¡Bravo, Nneka!

    NAOMI OSAKA: ACTIVISMO Y PRINCIPIOS

    En septiembre, la tenista Naomi Osaka, de 22 años, alzó su segundo trofeo de campeona en el U.S. Open, su tercer título de Grand Slam. Pero la noticia principal fue su apoyo al movimiento Black Lives Matter. Osaka, nacida en Japón, de madre japonesa y padre haitiano, se puso siete mascarillas diferentes en los siete partidos que disputó, cada una impresa con el nombre de una persona negra víctima del racismo o la violencia policial en Estados Unidos. La #3 del ranking de la WTA fue implacable en su afán por utilizar su visibilidad para crear conciencia social en 2020. Las víctimas que le recordó al mundo con sus tapabocas fueron: Breonna TaylorElijah McClainAhmaud Arbery, Trayvon MartinGeorge FloydPhilando Castile y Tamir Rice.

    SOPHIA POPOV: PERSISTENCIA Y DESTINO

    El pasado mes de agosto, Sophia Popov, de 27 años, firmó su primera victoria como profesional al ganar el Women’s British Open por dos golpes en el campo de golf Royal Troon. Clasificada #304 en el mundo y sin victorias en el LPGA Tour, Popov ganó $675,000, más de seis veces sus ganancias de por vida hasta entonces. ¡Y pensar que un año atrás casi renunciaba al golf y que tres semanas antes hizo de caddie para una amiga! Con su triunfo, se volvió en la primera golfista alemana en conquistar un torneo major femenino.

    YULIMAR ROJAS: ESFUERZO Y AMBICIÓN

    Yulimar Rojas, bicampeona mundial y subcampeona olímpica de salto triple, ejecutó el mejor salto de la historia en pista cubierta y segundo mejor salto de la historia al llegar a 15.43 metros en su cuarto intento en la reunión indoor de Madrid en febrero. En diciembre, la caraqueña ganó el premio a la Mejor Atleta Mundial del 2020 junto con el pertiguista sueco Armand Duplantis. Es la primera venezolana y tercera latinoamericana en recibir este galardón otorgado por World Athletics. En 2021, Rojas buscará ganar el oro olímpico y romper el récord mundial de la ucraniana Inessa Kravets, quien saltó 15.50 metros al aire libre en 1995, “Mi ambición es ser la primera que supera los 16 metros”, dijo en una entrevista publicada por World Athletics.

    TARA VANDERVEER: DURABILIDAD Y PERSEVERANCIA

    Precisamente este mes de diciembre, Tara VanDerveer, entrenadora del equipo #1 de la nación, Stanford, superó a la mítica Pat Summitt como la entrenadora más ganadora en la historia del baloncesto femenino de la División I al conseguir la victoria #1,099 de su carrera. La dos veces campeona de la NCAA y cuatro veces Entrenadora del Año de la NCAA, de 67 años, ahora es segunda en la lista histórica de victorias del básquet universitario, femenino y masculino, detrás de Mike Krzyzewski de Duke, quien ostenta la marca de 1,084 victorias y cuyo retiro podría estar cerca.

    A’JA WILSON: EMPATÍA E INCLUSIÓN

    A’ja Wilson mereció el premio a la Jugadora Más Valiosa de la WNBA en la temporada regular 2020 y guió a su equipo, Las Vegas Aces, a ser primer sembrado. Fue el tercer año en la liga para la jugadora de 24 años desde ser la primera seleccionada del draft. En los playoffs, Wilson guió a las Aces a las Finales de la WNBA, aunque fueron barridas 3-0 por Seattle Storm, que selló el cuarto título en su historia. Wilson también emergió como líder fuera de la cancha. En julio, escribió una carta dirigida a las niñas negras y compartió que ha sido víctima de racismo. Los fans se lo agradecieron. Wilson se unió al Consejo de Justicia Social que creó la WNBA para debatir cómo mejor usar el basquet para expandir el mensaje de la igualdad en la sociedad.

    Toda la información e imágenes son de ESPN.
    Link original: https://espndeportes.espn.com/otros-deportes/nota/_/id/7966097/mujeres-figuras-femeninas-deporte-huella-2020-michele-lafountain

  • Derechos de las mujeres en América Latina, entre dos pandemias

    Derechos de las mujeres en América Latina, entre dos pandemias

    El 2020, un año atípico debido a la pandemia del Covid-19, ha dejado como víctimas colaterales los derechos de las mujeres en América Latina. Durante el confinamiento y las medidas de restricción, muchas mujeres se vieron forzadas a aislarse con sus agresores, lo que provocó un aumento de las llamadas a las líneas de atención, pero también se vio un fuerte repunte en las tasas de violencia sexual y feminicidios, el máximo exponente de violencia contra las mujeres. Informe especial.

    La pandemia del Covid-19 llegó a finales de febrero a América Latina y entre sus múltiples impactos en las sociedades latinoamericanas, se cebó especialmente con las mujeres y niñas de la región. Las medidas para contener y paliar la emergencia sanitaria agravaron las desigualdades a las que se enfrentan diariamente las latinoamericanas, dejando patente otra pandemia silenciosa y endémica: la violencia.

    El coronavirus sirvió para poner de manifiesto una serie de problemáticas históricas que golpean a las mujeres y sus derechos. “La pandemia vino a poner el dedo sobre la llaga, a hacer mucho más visible las problemáticas que ya se encontraban enquistadas en las sociedades latinoamericanas”, anota Amaranta V. Valgañon, de la organización mexicana Equis Justicia para las mujeres.

    Desde acentuar la brecha económica de género, la mayor exposición y riesgo al contagio -debido a que la primera línea de batalla y cuidado frente al virus fue femenina-, hasta incrementar las tasas de violencia contra las mujeres y niñas durante los meses de cuarentena. Todo ello en medio de una crisis sanitaria mundial que captó todos los esfuerzos de los Gobiernos y las instituciones para contener el brote, olvidando una vez más las dificultades que enfrentan las mujeres desde México hasta Argentina.

    «Los Estados estaban diseñando medidas que no tenían en cuenta las particularidades de las mujeres»

    Las cifras detrás del virus van más allá de contagios y decesos. Más de 1.400 mujeres han sido asesinadas durante los meses de aislamiento en lo que se conoce como feminicidios, unos datos que no revelan la realidad debido a las distintas tipificaciones que hacen las instituciones sobre el homicidio agravado por razón de género y a la falta de un organismo regional que registre estos asesinatos, pese al esfuerzo de las organizaciones feministas. En la región, más del 70% del personal de la salud son mujeres. Y más de 18 millones de mujeres se quedaron sin acceso a métodos anticonceptivos durante la cuarentena. Estos son tan solo algunos datos que refleja la pandemia silenciosa contra las mujeres.

    Para Damaris Ruiz, excoordinadora de derechos de las mujeres de Oxfam en Latinoamérica y el Caribe y actual miembra de la organización We Effect, son muchas las razones por las cuales las mujeres se han visto desproporcionadamente afectadas por la pandemia, pero achaca la responsabilidad de las trágicas cifras a que no existe un compromiso político con la igualdad de género.

    “Por tanto, cuando se analiza y se piensa en políticas o medidas para prevenir la propagación del virus, no se piensa en clave de género e interseccionalidad, con lo cual las medidas terminan profundizando la ya difícil situación que enfrentan las mujeres al exponerlas en mayores riesgos”, dice Ruiz a France 24, recordando que se trata de una suma de otras crisis preexistentes: “La crisis de la violencia machista, la crisis de los cuidados, la precariedad laboral, etc.”.

    Son muchas las académicas, activistas feministas y mujeres que se dedican a la protección de los derechos de otras mujeres que se han quejado públicamente de cómo las políticas de los Gobiernos latinoamericanos para mitigar la propagación del virus, especialmente al inicio del brote, no estuvieron pensadas con enfoque de género. Medidas específicas como la restricción de las salidas dependiendo del género, el llamado “pico y género”, que impusieron las autoridades en Perú y Panamá (donde fracasó a los pocos días debido al llamado de las activistas). En Bogotá, la capital colombiana, esta medida estuvo vigente durante varias semanas y en ese tiempo aumentaron las tasas de violencia contra las mujeres trans en el espacio público e incrementó la sensación de inseguridad para las mujeres trabajadoras en los días donde solo podían salir los hombres a la calle.

    ¿Cómo ha afectado la pandemia de Covid-19 a los derechos de las mujeres en América Latina?

    Este tipo de políticas de contingencia “indican que los Estados estaban diseñando medidas que no tenían en cuenta las particularidades de las mujeres, la carga mayor de cuidado, el riesgo de desempleo y el hecho de trabajar a un ambiente que por una medida del Estado se hizo mayormente masculina”, señala a France 24 Mariana Ardila, abogada de la dirección legal de la red Women´s Link.

    Otra polémica medida, en este caso impuesta también por la Alcaldía bogotana, fue el condicionamiento de la entrega de ayuda monetaria a hogares de bajos recursos con el requisito de que no hubiese denuncias de violencia doméstica.

    Según explica Ardila, las mujeres que han tenido una mayor carga laboral o han perdido sus empleos por la pandemia, “evitaban denunciar la violencia doméstica con el objetivo de no perder o poder acceder a estas ayudas monetarias. Todo está conectado; el tema de la violencia y la brecha en el trabajo de cuidados no remunerado”. Son solo algunos ejemplos que ilustran a una mayoría de Gobiernos de la región que no planearon una contingencia frente a la pandemia pensada en las necesidades de las mujeres, incentivando las desigualdades.

    En aislamiento, la violencia machista aumenta a la par que la brecha económica de género

    El coronavirus condujo al aislamiento social y al cierre de las escuelas y servicios, lo cual generó un mayor desempleo que a su vez llevó a un aumento en la brecha salarial de género y a una mayor pobreza para las mujeres, especialmente entre las mujeres que se dedican al trabajo informal como única forma de ingresos, el 59% de las mujeres en la región, según ONU Mujeres.

    Las trabajadoras informales o las mujeres que se dedican al trabajo doméstico no remunerado tienen una menor capacidad para absorber choques económicos, explica Damaris Ruiz. “Las mujeres están trabajando hasta tres veces más durante la pandemia”, añade.

    En América Latina, el valor del trabajo no pago, como el doméstico, se calcula en 15,2 % del PIB regional, según Naciones Unidas. La economía del cuidado “invisible” ha aumentado su carga durante la pandemia del coronavirus y los Estados no han tenido en cuenta que este tipo de precariedad laboral no se eliminó por el Covid-19, sino que se acentuó, especialmente entre las mujeres de clases más bajas o empobrecidas.

    “En la mayoría de los países en los que trabajamos en América Latina, hemos visto que se han aumentado las horas que se dedican al cuidado doméstico no remunerado. Por ejemplo, en Bogotá se dice que las mujeres dedican 31 horas semanales al trabajo doméstico no remunerado y los hombres 14 horas”, insiste Ardila.

    Esta mayor desigualdad laboral tendrá un impacto en los avances que durante años se habían hecho en materia de equidad laboral, haciéndolos retroceder.

    Aumentan las violencias contra las mujeres en el ámbito doméstico 

    El aislamiento, el distanciamiento social y las restricciones de movilidad exacerbaron las tasas de violencia contra las mujeres y niñas en la mayoría de países de la región, como demuestran los datos y el desproporcionado incremento de llamadas a las líneas de atención para denunciar violencia doméstica.

    Muchas latinoamericanas enfrentaron la pandemia aisladas con sus agresores, que generalmente se hallan dentro del círculo familiar. Por ejemplo, en Ecuador el 80% de los agresores son familiares de las víctimas. “Un lugar de riesgo históricamente para las mujeres latinoamericanas es la casa. Entonces, el confinamiento nos pone en la casa con nuestros agresores y somos mucho más vulnerables a vivir violencia que en su expresión máxima termina en feminicidio”, analiza Isabel Erreguerena, coordinadora de políticas públicas de la organización mexicana Equis.

    ¿Cuáles son las consecuencias del aislamiento con el agresor? El hecho de que las mujeres estén encerradas en el hogar con sus maltratadores tuvo varias implicaciones: desde una mayor vulnerabilidad por pasar más tiempo en un mismo espacio con los agresores hasta no poder salir hacia los refugios donde pueden pedir ayuda. El incremento de llamadas a las líneas de atención para mujeres en toda la región resalta esta problemática, con más de 1,5 millones de llamadas durante la cuarentena para reportar algún tipo de abuso.

    “En México, hablando de focos rojos, hemos encontrado números bastante complicados en las llamadas al 911. Si comparamos las llamadas de este año, entre enero-junio del 2019, vemos un incremento del 46%. Así mismo vemos que los asesinatos continúan, han incrementado en la casa y no se establecen políticas de prevención”, dice Erreguerena, alertando que “no necesariamente las instituciones se están adaptando adecuadamente al contexto para dar respuesta a esa violencia”.

    Para su compañera de organización, Valgañon, la pandemia agudizó un problema endémico: “Durante mucho tiempo se normalizó la violencia dentro de los hogares. En México es algo que está muy arraigado en las prácticas culturales, sociales, en la educación. Está relacionado con una serie de valores establecidos”.

    Antes de la pandemia, las mujeres que recibían violencia la vivían en silencio –por estas prácticas sociales- pero encuentran “mecanismos de resistencia”, como salir del hogar para trabajar. Sin embargo, el encierro agotó estos espacios de libertad sin violencia y puso a las mujeres en la delicada situación del aislamiento con sus abusadores, ante una clara deficiencia institucional para paliar la problemática.

    América Latina es la región más letal para las mujeres, según la Cepal

    Las cifras –inconclusas- de feminicidios hacen de América Latina la región más letal para las mujeres: más de 7.300 fueron asesinadas por su pareja entre 2018-2019, según la Cepal. Estos números denotan la falta de protección que tienen las mujeres ante sus asesinos y la mayor exposición a sufrir violencias durante la emergencia sanitaria.

    “Solo en Honduras, hasta el 31 de agosto de 2020, según el Centro de Derechos de Mujeres (CDM), se registraron 163 muertes violentas de mujeres, de las cuales 94 ocurrieron en el contexto de toque de queda nacional decretado por el Gobierno (el 15 de marzo 2020) para prevenir más contagios por el Covid-19, explica Ruiz.

    El asesinato agravado por razones de género y otros tipos de violencias contra las mujeres transexuales latinoamericanas también se exacerbaron durante las restricciones. En Colombia, al menos 30 mujeres trans han sido asesinadas en lo que va de año, en lo que se conoce como transfeminicidios.

    “Solamente por el hecho de ser trabajadoras sexuales, por ser una mujer con pene, por ser mujer”, reclama Yoko Ruiz, de la Red Comunitaria Trans, que reivindica que las mujeres trans “no están solo en las urbes, no solo viven en las ciudades. Las trans también son rurales, también son campesinas” y exige protección para todas ellas.

    Más de 18 millones de mujeres perdieron el acceso a métodos anticonceptivos por el coronavirus

    La emergencia sanitaria también tuvo un impacto directo en la salud sexual y reproductiva de las mujeres latinoamericanas. Según las cifras de ONU Mujeres, se calcula que 18 millones de mujeres perdieron el acceso a métodos anticonceptivos modernos por el coronavirus. Esta dificultad llevó a un aumento de embarazos no deseados, que en muchos casos empujan a abortos clandestinos que ponen en riesgo la vida de las mujeres.

    Solo tres países de América Latina permiten la interrupción voluntaria del embarazo, la imposibilidad de acceder a un aborto libre, seguro y gratuito que es, según las activistas, otra forma de violencia contra las mujeres. Organizaciones como Las Parceras, en Colombia, ayudan a las mujeres a acceder a abortos seguros en un país donde este derecho sigue penado en la mayoría de los casos.

    Activistas pro-aborto se manifiestan a favor de la despenalización del aborto con esta pancarta, un día después de que el presidente Alberto Fernández enviara un proyecto de ley para legalizar el aborto, frente al Congreso en Buenos Aires, Argentina, el miércoles 18 de noviembre de 2020.
    Activistas pro-aborto se manifiestan a favor de la despenalización del aborto con esta pancarta, un día después de que el presidente Alberto Fernández enviara un proyecto de ley para legalizar el aborto, frente al Congreso en Buenos Aires, Argentina, el miércoles 18 de noviembre de 2020. © Víctor R. Caivano / AP

    “En Colombia el rostro de las mujeres judicializadas y criminalizadas por aborto es el rostro de mujeres jóvenes campesinas, indígenas, rurales, negras. Solamente el 1% de las mujeres que abortan en Colombia al año acceden a través de la sentencia de la Corte Constitucional. El 99% están en la clandestinidad. Y la clandestinidad también hay que hacerla segura y por eso para nosotras es importante que las mujeres accedan a esa información y no tomen riesgos innecesarios a la hora de acceder a un aborto”, explica Eliana Riaño, miembra de la red feminista de acompañamiento Las Parceras.

    Si bien los Gobiernos latinoamericanos fortalecieron algunos mecanismos y políticas públicas para evitar estas violencias a las que se enfrentan las mujeres, como ampliar la red de casas refugio o la red de atención a las llamadas de emergencia, fue una respuesta insuficiente ante una emergencia que persiste en las sociedades de la región.

    «No es lo mismo los obstáculos que vive una mujer en la ciudad que una mujer en lo rural»

    “Las políticas públicas para reaccionar a esta violencia también tienen que adaptarse. Y aquí también ha habido un tema muy interesante que es sobre el uso de la tecnología. No es lo mismo los obstáculos que vive una mujer en la ciudad que una mujer en lo rural. Hay que tener cuidado de apostar únicamente a lo tecnológico para darnos cuenta también a quiénes estamos dejando fuera”, apela Erreguerena sobre algunas de las políticas implementadas en torno a las tecnologías.

    Un reclamo que se extiende, según Damaris Ruiz, poniendo sobre la mesa el olvido institucional de las mujeres más vulnerables de la región, “de ahí que las mujeres rurales, campesinas, indígenas, de la diversidad sexual, las negras, estén entre las más afectadas. A todo esto, se le suma la ausencia de datos oficiales, de estadísticas que den cuenta del impacto de la pandemia en la vida de las mujeres, lo cual hace mucho más difícil la búsqueda de respuestas públicas adecuadas y la incidencia desde la sociedad civil, organizaciones feministas y de mujeres”, concluye.

    Superar esta pandemia silenciosa en América Latina pasa por reconocer las violencias estructurales que diariamente enfrentan las mujeres en la región, empañadas y recrudecidas por la emergencia sanitaria del coronavirus.

    Toda la información e imágenes son de FRANCE 24.
    Link original: https://www.france24.com/es/programas/especial-noticias/20201229-pandemia-derechos-de-la-mujer-feminicidios-violencia-de-genero

     

  • Reportan 28 delitos de género cada hora; el año más violento para las mexicanas

    Reportan 28 delitos de género cada hora; el año más violento para las mexicanas

    Las cifras oficiales refieren que en 2020 suman 888 mujeres asesinadas por motivos de género.

    Además de lidiar con la pandemia, un mayor estrés por las clases en línea, el aumento en la carga laboral o por perder su empleo, las mexicanas cerraron este año como víctimas de la mayor cifra de delitos de género de la historia.

    Entre enero y noviembre se registraron 222 mil 401 carpetas de investigación a nivel nacional por feminicidio, violencia familiar, violencia de género o violación, un promedio de 666 indagatorias al día o 28 cada hora, de acuerdo con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).

    En cambio, durante el año pasado el total de carpetas por dichos delitos ascendió a 214 mil 59, un promedio de 643 al día o 27 cada hora, lo que hasta ese año era el mayor registro histórico.

    En la última actualización correspondiente a 2020 sobre la incidencia delictiva, destaca que por feminicidio se iniciaron 860 carpetas, 2.5 diarias en promedio. Los cinco municipios con más incidencia en este delito son Ciudad Juárez (19), Tijuana y Monterrey (17 cada uno), Culiacán (13) y la alcaldía de Iztapalapa, en la Ciudad de México, con 12 indagatorias.

    En cuanto a la violencia de género, el aumento es de 26% si se comparan los periodos enero-noviembre de 2019 (dos mil 900 investigaciones) contra el de 2020 (tres mil 661). Septiembre pasado fue el mes con más delitos por este concepto, con 400. La cifra cayó a 394 para octubre y a 326 para noviembre.

    En cuanto a violencia familiar, el alza es de 4.4% entre el año pasado y 2020 (194 mil 189 carpetas contra 202 mil 640).

    Respecto a la violación, el mes pasado registró un descenso tras seis aumentos consecutivos desde abril. El saldo del año es de 15 mil 240 indagatorias, 45 al día en promedio o dos cada hora. Los estados con más delitos son Estado de México (mil 775), Ciudad de México (mil 395), Nuevo León (mil 14), Chihuahua (mil 4) y Baja California (815).

    VÍCTIMAS

    En el apartado de víctimas por delitos relacionados con la violencia de género o infantil también hubo aumentos, según el SESNSP.

    Mientras este año suman 888 mujeres asesinadas por motivos de género, en 2019 esta cifra fue de 873. Además, por corrupción de menores y trata este 2020 se contabilizan mil 748 por mil 780 del año pasado para ambos delitos.

    Los estados con mayor incidencia en corrupción de menores este año son Guanajuato (203 carpetas), Baja California (198), Ciudad de México (162), Nuevo León (116) y Edomex (106). En trata de personas despuntan Edomex (65), CDMX (63), Nuevo León (41), Quintana Roo (38) y Baja California (29).

    Toda la información e imágenes son de EXCELSIOR.
    Link original: https://www.excelsior.com.mx/nacional/reportan-28-delitos-de-genero-cada-hora-el-ano-mas-violento-para-las-mexicanas/1424307

  • Mujeres y jóvenes, los más afectados por crisis turística

    Mujeres y jóvenes, los más afectados por crisis turística

    El coronavirus no solo ha derrumbado los cimientos económicos de la industria turística, al generar pérdidas “devastadoras” por arriba del billón de pesos, sino que también ha causado una crisis social al generar un grave desempleo entre mujeres y jóvenes, la principal fuerza laboral de las empresas turísticas.

    Según las proyecciones de la Organización Mundial del Turismo (OMT) a escala mundial el número de turistas puede disminuir entre 58 y 78 por ciento, lo que pone en peligro más de 100 millones de puestos de trabajo directos del sector, muchos de ellos en micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) que dan empleo a una alta proporción de mujeres y jóvenes.

    En México, de acuerdo con un estudio del Centro de Investigación y Competitividad Turística de la Universidad Anáhuac (Cicotur), en el sector se tendrá una pérdida de un millón de empleos en 2020, aunque la cifra puede subir de continuar los contagios y las restricciones a la movilidad.

    El director de Cicotur, Francisco Madrid, comentó en entrevista con MILENIO, que “las características propias de los trabajos hacen que la afectación tenga algunos sectores con un mayor vulnerabilidad, no solo en mujeres trabajadoras y madres solteras, que encuentran con frecuencia ocupación en la industria restaurantera, sino también en los jóvenes”.

    De acuerdo con el presidente del Consejo Nacional Empresarial Turístico (CNET), Braulio Arsuaga, este sector es el segundo mayor empleador de personal femenino, y significa la puerta de entrada al mundo laboral para los adolescentes.

    Arsuaga señaló que las mujeres “son un gran pilar para esta industria; sentimos que derivado de que estamos en un sector intensivo en capital y que al final de cuentas los ingresos no se están dando, se tuvo que tocar la nómina. Es muy triste saber que hay mucha vulnerabilidad en las personas que trabajamos en la industria, porque no se ve en breve una luz al final del camino”.

    A escala mundial, 54 por ciento de las personas empleadas en el sector es femenino.

    Madrid, del Cicotur, señaló que antes de la pandemia se tenía una fuerza laboral en la industria de aproximadamente 4.1 millones y con las pérdidas pronosticadas quedará en 3.1 millones para finales de este año.

    De acuerdo con los últimos estudios del Cicotur, la emergencia de salud causará una pérdida anual para el turismo de 1.4 billones de pesos y ocasionará que el gobierno federal deje de captar 101 mil 500 millones de pesos por concepto de pago de impuestos.

    En este último aspecto, la afectación será por una menor captación fiscal en términos del Impuesto Sobre la Renta (ISR), al Valor Agregado (IVA) y Derecho de No Residente (DNR).

    El director del Cicotur informó que otro efecto adverso del desempleo será la pérdida de gente con altos conocimientos del sector y especializada en los diversos rubros que se tienen como ventas, restaurantes o atención a clientes.

    “Son años de preparación, de formación que de pronto se quedan sin una opción laboral, no solo gente de base que al quedarse sin trabajo buscaron en otro lado y no van a regresar al sector”, lamentó Madrid.

    El también ex subsecretario de la Secretaría de Turismo federal (Sectur) afirmó que este escenario ya causa un déficit de capacidades instaladas para las empresas, y dijo que una vez que se consolide la recuperación del sector, tendrá que buscarse nuevamente a personas especializadas en el escenario laboral del país.

    Por su parte, el presidente del CNET señaló que en el futuro esto significará sobrecostos para las empresas, ya que tendrán que realizar otra vez desembolsos para la capacitación de la gente, los cuales son montos importantes.

    Este escenario se suma a los sobrecostos que tienen las compañías por compra de equipos de seguridad para la salud del personal y los diversos productos de limpieza y toma de temperatura.

    La Federación Mexicana de Asociaciones Turísticas (Fematur) previó que la recuperación tardará entre tres y cuatro años, debido a que las restricciones a la movilidad y el miedo de la gente a viajar por el riesgo de contagio seguirá en el futuro.

    Para el presidente de la Fematur, Jorge Hernández, uno de los efectos que retrasará el restablecimiento del sector será la ausencia de ayudas económicas por parte del gobierno federal.

    De acuerdo con la Sectur, debido a la pandemia este año dejarán de venir al país 20 millones de turistas del extranjero, y se dejarán de captar divisas por 13 mil 400 millones de dólares.

    Las proyecciones de la dependencia apuntan a que en 2020 el arribo de viajeros internacionales sea de 25.1 millones, una baja de 44.3 por ciento en comparación con 2019; el gasto de visitantes extranjeros será de 11 mil 200 millones de dólares, una disminución de 54.4 por ciento.

    Arsuaga, del CNET, afirmó que a pesar de que ya se tiene la vacuna contra el covid, la recuperación en la industria será limitada, debido a que tardará más de un año en aplicarse a toda la población en el país.

    Escenarios 2021

    La Secretaría de Turismo previó para 2021 tres escenarios (optimista, conservador y pesimista) y en todos ellos vislumbra un aumento de viajeros y en derrama económica.

    Optimismo

    En el mejor de los casos anticipa la llegada de 42.7 millones de turistas extranjeros, un incremento anual de 65 por ciento.

    Conservador

    En este escenario espera un arribo de 34.5 millones de viajeros internacionales, un alza de 33.3 por ciento respecto a 2019.

    Pesimismo

    Siendo pesimista, la Sectur vislumbra 26.3 millones de viajeros extranjeros, un crecimiento de solo 1.6 por ciento.

    Ingresos

    Con el primer escenario se prevé una derrama económica de 17 mil 379 mdd, 47% más que 2019; con el segundo 15 mil 579 mdd, un aumento de 31.8%, y en el tercero, 13 mil 78 mdd.

    Toda la información e imágenes son de MILENIO.
    Link original: https://www.milenio.com/negocios/mujeres-y-jovenes-los-mas-afectados-por-crisis-turistica

  • Asesinaron a 10.3 mujeres al día entre enero y noviembre de 2020

    Asesinaron a 10.3 mujeres al día entre enero y noviembre de 2020

    Un informe del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), difundido este viernes, reveló que entre enero y noviembre de este año fueron asesinadas 3 mil 455 mujeres en el país. Esto es, un promedio de 10.3 al día.

    A partir de los datos proporcionados por el Secretariado, 9 serían las entidades más peligrosas para las mujeres en todo el país, porque ahí se concentra el mayor número de asesinatos dolosos y feminicidios.

    En el caso de los homicidios dolosos de mujeres, encabezaron la lista Guanajuato, con 382; Chihuahua, con 241; Estado de México, 234; Baja California, 230, y Michoacán, con 207.

    Mientras que las de mayor número de feminicidios fueron Estado de México, con 133; Veracruz, 82; Ciudad de México, 67; Nuevo León, 62, y Jalisco, 56.

    De acuerdo con datos oficiales difundidos este viernes, del total de mujeres asesinadas, 2 mil 567 fueron víctimas de homicidio doloso y 888 de feminicidio.

    En comparación con el año pasado el número de mujeres asesinadas tuvo un ligero descenso, de 0.8 por ciento, en comparación con el mismo periodo de 2019, que sumó 3 mil 486 víctimas totales.

    Este descenso, explica el documento, se debió principalmente a que fueron reportadas 173 víctimas de homicidio doloso durante noviembre, la cifra mensual más baja desde febrero de 2017.

    Según el informe de la SESNSP, el municipio con más casos de feminicidio durante este periodo fue Ciudad Juárez, Chihuahua, con 19; le siguen Tijuana y Monterrey, con 17 casos cada uno, luego con 13 casos Culiacán, seguido de Iztapalapa, con 12; Cuauhtémoc y Tlalpan (CDMX), con 11 cada uno; Zapopan, con 10; así como Tlajomulco (Jal) y García (NL), con 9 cada uno.

    Continúan Chihuahua, Manzanillo, Guadalajara, Benito Juárez (Cancún) y Veracruz con 8 casos cada uno, mientras que Atizapán, Chimalhuacán y Ecatepec sumaron 7 cada uno.

    El informe indica que, del total de municipios a nivel nacional, 424 tuvieron al menos un feminicidio en dicho periodo, de estos el 56 por ciento de los casos se registraron en sólo 100 municipios.

    El registro en todo el país indica que la tasa de feminicidios por cada 100 mujeres fue de 1.32 entre enero y noviembre. Pero, precisa la Secretaría, ese promedio es ampliamente superado por municipios como Manzanillo, cuya tasa fue de 7.95; y García (NL), con 6.02.

    En cuanto a la entidad con el mayor número de asesinatos durante los primeros 11 meses del año fue Guanajuato, con 401, de los cuales 382 fueron homicidios dolosos y 19 feminicidios. Siguieron Estado de México, con 367; Chihuahua, 271; Baja California, 261; Jalisco, con 248 mujeres víctimas. Estas cinco entidades registran casi la mitad (44.8 por ciento) de los asesinatos de mujeres en estos 11 meses del años.

    Toda la información e imágenes son de PROCESO.
    Link original: https://www.proceso.com.mx/nacional/2020/12/25/asesinaron-103-mujeres-al-dia-entre-enero-noviembre-de-2020-255154.html

  • Sobrecarga laboral de trabajo doméstico y de cuidados en las mujeres

    Sobrecarga laboral de trabajo doméstico y de cuidados en las mujeres

    En 10 años se ha logrado incrementar de manera importante la participación de las mujeres en el mercado laboral, sin embargo, dentro de casa siguen siendo las que más actividades realizan de manera no remunerada. Esto implica que ahora, las mujeres enfrentan una doble carga laboral.

    Toda la información e imágenes son de EL ECONOMISTA.
    Link original: https://www.eleconomista.com.mx/empresas/Sobrecarga-laboral-de-trabajo-domestico-y-de-cuidados-en-las-mujeres-20201226-0005.html

  • Fragmento de “Ciudad feminista: la lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres”, de Leslie Kern

    Fragmento de “Ciudad feminista: la lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres”, de Leslie Kern

    ¿Por qué las calles no están hechas para las mujeres?, se pregunta esta geógrafa en un punzante libro publicado por Ediciones Godot y traducido por Renata Prati. A continuación, Infobae Cultura reproduce parte de la Introducción, donde habla del desorden, el miedo y la libertad que posibilitan las metrópolis.

    El desorden de las mujeres

    Las mujeres siempre han sido vistas como un problema para la ciudad moderna. Durante la Revolución Industrial, el rápido crecimiento de las ciudades europeas produjo una mezcla caótica de clases sociales e inmigrantes en las calles. Las normas sociales de la época victoriana incluían demarcaciones estrictas entre las clases y un duro código de etiqueta diseñado para proteger la pureza de las mujeres blancas de clase alta. El aumento del contacto urbano entre hombres y mujeres, y entre las mujeres y las bulliciosas grandes masas urbanas, fue una ruptura de ese código. “Los caballeros y, lo que era todavía peor, las damas de la alta sociedad se veían forzados a codearse con las clases inferiores, a chocarse y ser empujados sin ninguna ceremonia ni muestra de respeto”, escribe la historiadora cultural Elizabeth Wilson. El “terreno disputado” de la Londres victoriana había abierto un espacio para que las mujeres “se reclamaran como parte de lo público”, explica la historiadora Judith Walkowitz, sobre todo en relación con los debates sobre la seguridad y la violencia sexual. Con todo, estos tiempos de caótica transición implicaron una dificultad creciente para discernir el estatus de las personas, y así una dama en la calle corría siempre el riesgo de recibir el peor insulto: ser confundida con una “mujer pública”.

    Esta amenaza a las distinciones de rango supuestamente naturales, junto con la inestabilidad de las fronteras de la responsabilidad, llevó a que, para muchos comentaristas de la época, la vida urbana en sí fuera una amenaza a la civilización. “La condición de las mujeres —explica Wilson— se convirtió en la piedra de toque para el enjuiciamiento de la vida en la ciudad”. Las libertades de las mujeres, que se ampliaban poco a poco, se toparon así con una reacción de pánico moral por todo tipo de cuestiones, desde el trabajo sexual hasta las bicicletas. El campo y las periferias, que por entonces comenzaban a crecer, pasarían a ofrecer un refugio adecuado para las clases medias y altas y, de modo crucial, seguridad para las mujeres y su posibilidad de mantener la respetabilidad.

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    Si algunas mujeres necesitaban protección del confuso desorden urbano, otras necesitaban ser controladas, reeducadas y tal vez incluso desterradas. La atención creciente a la vida de ciudad visibilizó las condiciones de vida de la clase trabajadora, algo que resultó inaceptable para las clases medias. ¿Y qué mejor chivo expiatorio que las mujeres, que habían llegado a las ciudades buscando trabajo en las fábricas y en el servicio doméstico, y que eran así las responsables, según Engels, de “dar vuelta” la institución familiar? La participación de las mujeres en el trabajo asalariado les otorgó una pequeña cuota de independencia, así como redujo por supuesto el tiempo que tenían disponible para las responsabilidades domésticas en sus propios hogares. Las mujeres pobres fueron presentadas como fracasos domésticos, incapaces de mantener limpia su casa y culpables por la “desmoralización” de la clase obrera, que se expresaba en el vicio y en otras formas de comportamientos problemáticos, tanto públicos como privados. Todo esto se veía como una situación profundamente antinatural.

    Por supuesto, el mayor de los males sociales, el que tenía el poder de destruir la familia, sacudir los pilares de la sociedad y diseminar enfermedades, era la prostitución. En esta época previa a la teoría microbiana, se creía que las enfermedades se transmitían por medio de “miasmas” aéreos que se encontraban en las malsanas emanaciones de las cloacas. En esta línea surgió también el concepto de miasma moral: la idea de que la depravación podía contagiarse por sola proximidad con alguien que la portara. La presencia usual de mujeres “haciendo la calle”, que ejercían abiertamente el oficio e inducían a hombres buenos a entrar en el mundo del vicio, escandalizaba a los escritores de la época. También las mujeres se veían “constantemente expuestas y, una vez que una mujer había ‘caído’ en la tentación, muchos reformadores la consideraban perdida, condenada a una vida de humillaciones cada vez peores y a una muerte temprana y trágica”.

    La solución que proponían muchos, entre ellos Charles Dickens, era que las mujeres caídas fueran enviadas a las colonias, donde podrían casarse con algún colono —los había de sobra— y restaurar así su respetabilidad. Allí, la necesidad de proteger a las mujeres blancas de la amenaza de los “nativos” servía de justificación para controlar y eliminar a las poblaciones indígenas de las áreas en proceso de urbanización. En varias novelas por entonces populares se narran historias espectaculares de secuestros, torturas, violaciones y casamientos forzados de las mujeres blancas con los voraces y vengativos “salvajes”. Los nuevos asentamientos coloniales fortificados marcarían las fronteras de la civilización, y la pureza y la seguridad de las mujeres blancas vendrían a completar la metamorfosis.

    En cambio, las mujeres indígenas eran vistas como amenazas para esta transformación urbana. Portaban en el cuerpo la capacidad de reproducir esa “barbarie” que los colonizadores buscaban contener. También ocupaban en sus sociedades importantes posiciones de poder cultural, político y económico. Al despojarlas de ese poder, por medio de la imposición de la familia patriarcal y los sistemas de gobierno europeos, y al tiempo que se las deshumanizaba, presentándolas como primitivas y promiscuas, se sentaron las bases para los procesos de desposesión y desplazamiento, tanto legales como geográficos. La degradación y la estigmatización de las mujeres indígenas fue así parte integral del proceso de urbanización; y resulta evidente, dados los elevadísimos niveles de violencia contra las mujeres y niñas indígenas que siguen registrándose en las ciudades de hoy, que estas prácticas y actitudes han dejado una marca perdurable y devastadora.

    Si pegamos un salto hasta la actualidad, nos encontramos con que los esfuerzos por controlar el cuerpo de las mujeres, como medio para lograr ciertos tipos de mejoras en las ciudades, de ninguna manera han quedado en el pasado. Hemos visto, en tiempos muy recientes, la esterilización forzada de aquellas mujeres de color e indígenas que recibían asistencia social o que eran vistas como dependientes del Estado de alguna manera. El estereotipo racista de la mujer negra como “reina de la beneficencia” circuló en las décadas de 1970 y 1980 como parte del relato sobre la decadencia de las ciudades, y se relacionaba también con el pánico moral por el embarazo adolescente y la suposición de que esas jóvenes madres se unirían a las filas de las reinas de la beneficencia en su cometido de traer al mundo pequeños criminales en potencia. Los movimientos contemporáneos que propugnan la abolición del trabajo sexual se han renombrado como campañas contra la trata, y el tráfico de personas se representa como una nueva forma de amenaza urbana de cariz sexual. Pero, lamentablemente, bajo este nuevo paradigma, a las trabajadoras sexuales que no son víctimas de trata no se les concede casi respeto ni agencia de ningún tipo. En una línea similar, las campañas en contra de la obesidad se dirigen a las mujeres en cuanto madres e individuos cuyos cuerpos son vistos, junto con los de sus hijos, como meros síntomas de problemas de la ciudad moderna, como la comida rápida y la dependencia del automóvil.

    En suma, el cuerpo de las mujeres sigue siendo presentado a menudo como fuente o señal de los problemas urbanos. Aun cuando las mujeres jóvenes y blancas con bebés han sido culpadas de todos los males de la gentrificación, los defensores de este proceso apuntan a las mujeres solteras de color y a las inmigrantes por reproducir la criminalidad urbana y entorpecer la “revitalización” de las ciudades. Las formas en que las mujeres pueden quedar vinculadas con las preocupaciones sociales de las ciudades parecen no tener fin.

    Si bien es cierto que algunos de los miedos victorianos más exagerados en torno a la castidad y el aseo han cejado, la experiencia urbana de las mujeres sigue estando marcada por una serie de barreras —físicas, sociales, económicas y simbólicas— que moldean su vida cotidiana en formas profundamente influidas por el género (aunque no solo por él). Muchas de esas barreras son invisibles para los hombres, puesto que rara vez las encuentran en sus propias experiencias. Esto significa que quienes toman la mayor parte de las decisiones en las ciudades —sobre políticas públicas urbanas o diseño de viviendas y vacantes escolares, sobre la remoción de la nieve o la frecuencia del transporte público—, que siguen siendo sobre todo hombres, están decidiendo sin ningún conocimiento —ni hablar de preocupación o interés— acerca de cómo esas decisiones afectan a las mujeres. La ciudad está organizada para sostener y facilitar los roles de género tradicionales de los hombres, tomando las experiencias masculinas como la “norma” y mostrando poca consideración por la manera en que la ciudad puede obstruir los caminos de las mujeres e ignorar su experiencia cotidiana de la vida urbana. A esto es a lo que me refiero cuando digo “ciudad de hombres”.

    ¿Quién escribe la ciudad?

    Mientras trabajaba en este libro, recibí con un entusiasmo inusitado mi lustroso ejemplar de la revista de exalumnos de la Universidad de Toronto: esta vez la historia de tapa era “Las ciudades que necesitamos”. El rector actual de la universidad es un geógrafo urbano, así que el número me hacía mucha ilusión. Había cuatro artículos sobre “necesidades” urbanas: costos asequibles, accesibilidad, diseño sustentable y diversión. Temas importantes, sí. Pero todos los artículos estaban escritos por hombres blancos de mediana edad. Casi todos los expertos que los autores citaban también eran hombres, incluido el omnipresente Richard Florida, cuya desmedida influencia en políticas públicas urbanas a lo largo y ancho del mundo, con su paradigma de la clase creativa y sus muchos y profundos (y por él mismo reconocidos) defectos, probablemente tenga la culpa de varios de los problemas que aquejan hoy a ciudades como Vancouver, Toronto y San Francisco en términos de costos asequibles. Me gustaría poder hablar de sorpresa o desilusión, pero creo que la palabra que mejor describe lo que sentí es resignación. Como señala con agudeza la investigadora feminista Sara Ahmed: “La citacionalidad es otra forma de la relacionalidad académica. El hombre blanco se reproduce en una relación citacional. Hombres blancos que citan a otros hombres blancos: es lo que siempre han hecho. […] Hombres blancos como un camino trillado; cuanto más seguimos ese camino, más avanzamos por ese camino”. Y los estudios urbanos y el planeamiento llevan ya un buen tiempo recorriéndolo.

    De ninguna manera soy la primera escritora feminista que ha llamado la atención sobre esto. Existe una importante tradición de mujeres que escribieron sobre la vida urbana (como Charlotte Brontë en Villette), de mujeres que defendieron las necesidades de las mujeres urbanas (como Ida B. Wells y Jane Addams, activistas y reformadoras sociales estadounidenses), y de mujeres que se pusieron a diseñar sus propias casas, barrios y ciudades (como Catharine Beecher y Melusina Fay Peirce). Hay arquitectas, urbanistas y geógrafas feministas que han logrado intervenciones sustanciales en sus respectivos campos a través de rigurosas investigaciones empíricas sobre la dimensión de género en las experiencias urbanas. Hay activistas que han trabajado duro por introducir importantes cambios en el diseño urbano, en las prácticas policiales o en el sector de los servicios, para que se condigan un poco más con las necesidades de las mujeres. Y, aun así, si es de noche, las mujeres siguen cruzando de vereda si hay alguien detrás de ellas.

    Los pilares de este libro son los aportes fundamentales hechos por las académicas y escritoras urbanas feministas que me precedieron. Cuando “descubrí” la geografía feminista durante mis estudios de posgrado, algo cambió para mí. De repente, la teoría feminista adquirió una nueva dimensión. Entendí el funcionamiento del poder de otra manera y empezaron a llegar, como bocanadas de aire fresco, nuevas formas de comprender mis propias experiencias de vivir como mujer en los suburbios, primero, y luego en la ciudad. Desde entonces ya no me detuve, y hoy me llena de orgullo poder presentarme como geógrafa feminista. A lo largo de este libro, iremos conociendo a las pensadoras urbanas que han estudiado la ciudad en todos sus aspectos: desde cómo nos movemos en ella hasta el simbolismo de género de la arquitectura urbana o el rol de las mujeres en la gentrificación. Pero, en vez de empezar por la teoría, las políticas públicas o el diseño urbano, quisiera empezar por lo que la poeta Adrienne Rich llamó “la geografía más cercana”: el cuerpo y la vida cotidiana.

    “Empezar por lo material”, escribe Rich, “empezar por el cuerpo femenino […]. No para trascender este cuerpo, sino para reclamarlo”. ¿Qué es lo que estamos reclamando con esto? Estamos reclamando una experiencia personal, vivida, lo que sabemos en las entrañas, las verdades a las que nos ha costado mucho llegar. Rich habla de “intentar, como mujeres, mirar desde el centro”, o de una política de plantear preguntas de mujeres. No se trata de preguntas esencialistas o basadas en la errónea pretensión de una definición biológica de la feminidad. Se trata, por el contrario, de preguntas que emergen de la experiencia cotidiana y corporal de quienes se incluyen a sí mismas en la cambiante y dinámica categoría de “mujeres”. Para nosotras, la vida de ciudad plantea preguntas que ya llevan demasiado tiempo sin respuestas.

    Como mujer, mis propias experiencias urbanas cotidianas están profundamente marcadas por el género. Mi identidad de género determina cómo me muevo por la ciudad, cómo vivo mis días, qué opciones tengo disponibles. Mi género es algo más amplio que mi cuerpo, pero mi cuerpo es el sitio de mi experiencia vivida, allí donde se cruzan mi identidad, mi historia y los espacios que he habitado, donde todo eso se mezcla y queda escrito en mi piel. Mi cuerpo es el espacio desde donde escribo. Es el espacio en el que mis experiencias me llevan a preguntar cosas como: ¿por qué el cochecito no entra en el tranvía? ¿Por qué tengo que caminar un kilómetro de más para llegar a casa solo porque el atajo es demasiado peligroso? ¿Quién recogería a mi hija de la guardería si a mí me arrestan en la manifestación contra el G20? Estas no son meras preguntas personales. Son preguntas que apuntan al meollo mismo de cómo y por qué las ciudades mantienen a las mujeres “en su lugar”.

    Empecé a escribir este libro con el estallido del #MeToo. Al calor de la investigación periodística que destapó una larga historia de acosadores y abusadores en Hollywood, una ola de mujeres —y varios hombres— salieron a contar sus historias, a hablar del flagelo del acoso y la violencia sexual en los lugares de trabajo, en los deportes, en la política y en la educación. Habría que remontarse hasta el caso de Anita Hill, a principios de los noventa, para encontrar niveles comparables de atención mediática, institucional y política al problema del acoso sexual. Si bien el discurso utilizado para desacreditar tanto a sobrevivientes como a denunciantes no ha cambiado mucho desde las audiencias de Clarence Thomas, la montaña (y la expresión es casi literal) de las evidencias disponibles contra los culpables más graves y las instituciones más misóginas está logrando convencer a muchas personas de que algo debe cambiar.

    Quienes han sobrevivido a estos abusos han dado cuenta de los efectos profundos y duraderos de la violencia física y psicológica. En sus historias resuena la vasta literatura sobre el miedo femenino en las ciudades: la amenaza constante y sutil de la violencia y el acoso cotidianos moldean las vidas urbanas de las mujeres de incontables maneras, conscientes e inconscientes. Así como el acoso en el lugar de trabajo expulsa a las mujeres de las posiciones de poder y borra sus contribuciones en ciencia, política, arte y cultura, también el espectro de la violencia urbana limita el poder de las mujeres, sus opciones y decisiones, sus oportunidades económicas. Así como las industrias están organizadas para permitir el acoso, proteger a los abusadores y castigar a las víctimas, también los ambientes urbanos están estructurados para respaldar las normas de la familia patriarcal, la segregación por género de los mercados de trabajo y los roles de género tradicionales. Y por mucho que nos guste creer que la sociedad ha progresado, que hemos dejado atrás los duros confines de cosas como los roles de género, en verdad, las vidas de las mujeres y de otros grupos marginalizados siguen limitadas por las normas sociales presentes en la arquitectura misma de nuestras ciudades.

    El movimiento #MeToo dejó al descubierto la persistencia al día de hoy de lo que el feminismo ha llamado los “mitos de la violación”: un conjunto de prejuicios e ideas falsas que sostienen el acoso y la violencia sexual culpando a las víctimas. Estos mitos son una pieza clave de lo que ahora llamamos “cultura de la violación”. “¿Cómo ibas vestida?” y “¿Por qué no lo denunciaste?” son dos de las preguntas típicas con las que se enfrentan las sobrevivientes. Los mitos de la violación tienen también una geografía, que se inscribe en el mapa mental de seguridad y peligro que cada mujer lleva en la cabeza. “¿Qué hacías en ese barrio? ¿En ese bar? ¿Sola en la calle? ¿Volviendo a casa de noche?”. “¿Por qué tomaste ese atajo?”. Nos anticipamos a este tipo de preguntas. Moldean nuestros mapas mentales tanto como cualquier peligro real. Estos mitos sexistas tienen el objetivo de recordarnos lo que se espera de nosotras: que limitemos nuestra libertad para caminar, para trabajar, para divertirnos, para ocupar espacios en la ciudad. El mensaje es claro: la ciudad, en verdad, no es para ustedes.

    Miedo y libertad

    Unos diez años después del frenesí con las palomas, Josh y yo estábamos de vuelta en Londres, ya lo bastante mayores como para tomar el metro solos hasta Tottenham Court Road y Oxford Street. Supongo que nuestros padres querían poder disfrutar de algún tipo de experiencia cultural sin que les preguntáramos cada cinco minutos cuándo iríamos de compras. Tal como esas palomas que a veces se ven en los subtes, que aprendieron a usar los túneles para llegar más rápido a sus comidas preferidas, Josh y yo aprendimos solos a usar la cabeza y la intuición para encontrar nuestros propios caminos por la ciudad. Mucho antes de los smartphones, solo contábamos con un mapa y con nuestros instintos. Nunca tuvimos miedo. Los carteles de seguridad y los anuncios que instaban a estar alerta conjuraban noticias distantes de bombardeos del ira, pero esto no era nada que pudiera tener algo que ver con un par de chicos canadienses de vacaciones. Para el final del viaje, nos habíamos convertido (eso creíamos) en pequeños pero expertos exploradores urbanos, casi verdaderos londinenses.

    Un año antes habíamos visitado Nueva York por primera vez. Esto debe haber sido en 1990, unos años antes de que la política de “tolerancia cero” del alcalde Rudy Giuliani acelerara la remodelación à la Disney de Times Square y de otros de sus barrios icónicos. Teníamos algo de libertad para deambular por las grandes tiendas de la Quinta Avenida, pero ni hablar de tomarnos el subte solos. De hecho, creo que no nos subimos al subte ni una sola vez en todo el viaje, ni siquiera acompañados. Nueva York era una bestia completamente diferente, nada que ver con Toronto o Londres. Para nuestros padres, lo emocionante de la ciudad venía mezclado con un sentido tangible de amenaza, que se sentía mucho más real que un ataque del ira.

    Creo que fue entonces cuando aprendí que una ciudad —sus peligros, sus emociones, su cultura, sus atractivos, y mucho más— reside en la imaginación tanto como en su aspecto material. La ciudad imaginada se moldea a través de la experiencia, los medios, el arte, los rumores, y a través de nuestros propios deseos y miedos. La Nueva York tenaz y peligrosa de los años setenta y ochenta seguía ejerciendo su influencia en nuestros padres. Esa ya no era la ciudad que visitamos en 1990, pero moldeaba lo que sabíamos o creíamos saber sobre el lugar. Y, de hecho, ese riesgo insinuado tenía su encanto. Era lo que hacía que Nueva York fuera Nueva York: no Toronto, no Londres, y, por supuesto, no Mississauga. La energía y la fuerza de la ciudad tenían mucho que ver con esa sensación de que todo podía pasar.

    Ese enredo de sensaciones de entusiasmo y peligro, de libertad y miedo, de oportunidad y amenaza, da forma a una gran parte del pensamiento y la escritura feministas sobre las ciudades. Ya en los ochenta, quien luego sería mi tutora de doctorado afirmó con audacia que “el lugar de una mujer está en la ciudad”. Con esto, Gerda Wekerle buscaba mostrar que solo la densidad y la amplia oferta de servicios de los ambientes urbanos podían contener a las mujeres en sus “dobles jornadas” de trabajo pago e impago. Al mismo tiempo, desde la sociología y la criminología se daba la voz de alarma por los altísimos niveles de miedo entre las mujeres por el crimen urbano, miedo que no podía explicarse por las tasas reales de violencia contra las mujeres infligida por extraños. En el activismo feminista, los actos de violencia pública contra las mujeres dieron lugar a las primeras manifestaciones “Take Back the Night” [Recuperemos la noche] en ciudades de toda Europa y América del Norte, ya desde mediados de los setenta.

    En el día a día, ambas afirmaciones (“la ciudad no es para las mujeres” y “el lugar de una mujer está en la ciudad”) son ciertas. Como muestra Elizabeth Wilson, hace mucho tiempo que las mujeres acuden a la ciudad, a pesar de la hostilidad con que esta las recibe. Wilson sugiere que “tal vez haya sido excesivo el énfasis en el confinamiento de las mujeres victorianas en la esfera privada”, y señala que, incluso en esa era tan estricta con las normas de género, había mujeres que lograban explorar la ciudad y ocupar roles de figuras públicas. Al carajo con los riesgos. Fue en la ciudad donde surgieron posibilidades para las mujeres que hubieran sido inconcebibles en comunidades más pequeñas o rurales. Oportunidades laborales. Oportunidades para escapar del provincianismo de las normas de género o para esquivar un matrimonio heterosexual o la maternidad. Oportunidades de carreras no tradicionales, de cargos públicos. Poder expresar la propia identidad, poder abrazar causas sociales y políticas, desarrollar nuevas redes de parentesco, priorizar la amistad. Poder participar en el arte, en la cultura, en los medios. Es en la ciudad donde todas estas opciones se vuelven mucho más posibles para las mujeres.

    Las cualidades psíquicas de la vida de ciudad, aunque menos tangibles, no son menos importantes: el anonimato, la energía, la espontaneidad, lo impredecible, y sí, incluso el peligro. Lucy Snowe, la heroína de Villette, de Charlotte Brontë, viaja sola a Londres y, cuando se anima a enfrentar los “peligros” de cruzar la calle, siente un “placer tal vez irracional, pero muy auténtico”. No estoy diciendo que a las mujeres les guste tener miedo, sino que parte del placer de la vida en la ciudad está en su intrínseca incognoscibilidad y en la propia valentía para afrontar esa incognoscibilidad. De hecho, el desorden y lo impredecible pueden llegar a ser lo más “auténticamente urbano” para aquellas mujeres que rechazan la aquiescencia segura de los suburbios o los repetitivos ritmos del campo. Por supuesto, es mucho más fácil hallar fascinante el desorden urbano si una tiene los medios para escaparse cada tanto, pero, en cualquier caso, el miedo al crimen no ha logrado alejar a las mujeres de las ciudades. Sin embargo, sí es uno de los muchos factores que moldean de un modo particular las vidas de las mujeres en la ciudad.

    Este libro se hace preguntas de mujeres acerca de la ciudad, prestando atención a lo bueno y a lo malo, a lo divertido y a lo aterrador, con el objetivo de sacudir lo que creemos que sabemos sobre lo que nos rodea. Se trata de poder ver con nuevos ojos las relaciones sociales —de género, de raza, de sexualidad, de capacidad, entre otras— que componen la ciudad. De fomentar una discusión sobre tipos diferentes de experiencias urbanas que no suelen ser tan visibles. De abrir espacios para pensar de maneras creativas qué caminos podrían llevarnos hacia una ciudad feminista. Se trata, en fin, de poner a conversar a la geografía feminista con la miríada de esfuerzos concretos y cotidianos que implican sobrevivir y prosperar, luchar y florecer, como mujeres en la ciudad.

    * Para saber más sobre el libro, click aquí.

    Toda la información e imágenes son de INFOBAE.
    Link original: https://www.infobae.com/cultura/2020/12/26/fragmento-de-ciudad-feminista-la-lucha-por-el-espacio-en-un-mundo-disenado-por-hombres-de-leslie-kern/

  • Grandes mujeres del jazz: una playlist de 91 canciones que reivindica su importancia

    Grandes mujeres del jazz: una playlist de 91 canciones que reivindica su importancia

    Como en el resto de las demás facetas de la vida. la sociedad y del arte, en el mundo del jazz hemos tardado demasiado en reconocer el monumental rol de la mujer.

    Billie Holiday murió en la más profunda oscuridad el 17 de julio de 1959. Tenía 44 años pero su cuerpo y su cabeza eran los de una anciana, luego de una vida que fue una larga serie de padecimientos, malas relaciones amorosas y adicciones imposibles de quebrar. «Lady Day» dejó más de 300 canciones perfectas grabadas y una ilusión que persiste: la de que sus versiones nunca podrán ser superadas

    Decían los entendidos que nadie había cantado como ella. Desde luego, nadie cantó como ella ni el hambre ni el amor. Todavía hoy sus discos son como aquellas sirenas que fascinaban con su canto a los marinos antes de perderlos, una fruta extraña y tan poderosa que pueden robarte la mitad del corazón y dejarte la otra mitad sangrando. Recordamos a la maravillosa Billie Holiday cuando se cumplen 60 años después de su triste partida.

    Aprovechamos esta efeméridas para reivindicar este género que muy pronto cumplirá los 100 años de edad ha estado monopolizado mayormente por la figura masculina, pero ello no es fortuito: numerosas mujeres vivieron su talento silenciado por la sombra de los hombres simplemente porque tenían menores oportunidades de desarrollarlo.

    En el jazz, las mujeres suelen tener su lugar en la historia como cantantes. Tenemos, desde luego, a grandísimas como Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Dinah Washington o Peggy Lee, pero también yace en la penumbra el listado de mujeres que interpretaron magistralmente otros instrumentos en este fabuloso e inagotable género musical.

    La siguiente playlist de Spotify incluye el bello trabajo de numerosas cantantes e intérpretes femeninas. Mujeres que, con todo en contra, han dejado una imborrable huella.

    No dejéis de disfrutar esta playlist, en nuestro canal de Cultura Inquieta en Spotify, con temas imprescindibles de jazz cantados por mujeres que han definido la historia del jazz. Una lista esencial:

    Toda la información e imágenes son CULTURA INQUIETA.
    Link original: https://culturainquieta.com/es/arte/musica/item/12310-grandes-mujeres-del-jazz-una-playlist-de-91-canciones-que-reivindica-su-importancia.html