Es necesaria una gobernanza ética de los sistemas y herramientas de inteligencia artificial (IA). Si persiste el crecimiento vertiginoso y desordenado de esta tecnología, se agravará la polarización, se perderán libertades fundamentales y se perpetuarán los prejuicios y la discriminación.
Bajo la dirección de la UNESCO se ha desarrollado el marco internacional más completo del mundo para configurar el desarrollo y uso de las tecnologías de la inteligencia artificial. Se trata de la Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial, adoptada por 193 Estados Miembros en 2021. Es decir, tenemos un consenso internacional, reconocido y adoptado por la mayor parte de los países del mundo. Ahora necesitamos que se pongan en marcha, efectivamente, las partes de la recomendación en las que se exhorta a los gobiernos a establecer marcos institucionales y jurídicos para garantizar que estas herramientas contribuyan al bien público.
No se trata únicamente de advertir sobre los peligros de estos desarrollos tecnológicos sin control ni gobernanza, sino también de exigir que se aprovechen las inmensas posibilidades que ofrecen para resolver algunos de los problemas más acuciantes de la humanidad, como la desigualdad de género, por ejemplo.
La Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW67), el organismo de más alto nivel para evaluar los avances en igualdad de género y empoderamiento de las mujeres a escala global, reconoció en su reunión más reciente “el papel fundamental de la tecnología y la innovación para acelerar la igualdad de género”. Allí quedó plasmado un plan para que los gobiernos, el sector privado, la sociedad civil, jóvenes e infancias, promuevan la participación y el liderazgo equitativo de las mujeres y las niñas en el diseño, la transformación y la integración de las tecnologías digitales y los procesos de innovación.
El plan exhorta puntualmente a incorporar una perspectiva de género en el diseño de las tecnologías emergentes y adoptar normativas que garanticen la lucha contra los nuevos riesgos, los estereotipos de género y las violaciones de la privacidad de los datos; y mejorar la transparencia y la rendición de cuentas. Una de las maneras de lograrlo es desarrollar herramientas y servicios digitales para atender las necesidades de las mujeres y niñas, especialmente para su educación, salud, empoderamiento económico y participación en la vida pública, y garantizar que tengan acceso a la alfabetización digital a lo largo de la vida, además de promover políticas para lograr la paridad de género en los campos científicos y tecnológicos emergentes y crear lugares de trabajo y entornos educativos favorables para las mujeres.
Para lograrlo, se necesitan leyes específicas, políticas que aborden desafíos como la capacitación de quienes desarrollan y de quienes usamos estas tecnologías, contenidos digitales y campañas de sensibilización que desafíen los estereotipos de género y las normas sociales negativas, y que involucren, eduquen y empoderen a jóvenes e infancias, para que se conviertan en agentes de la igualdad de género.
También podemos actuar desde otros ámbitos. Muchos modelos de inteligencia artificial (LLMs en inglés) son de código abierto, armados por comunidades de codificadores y no propiedad de empresas y, por lo tanto, adaptables a organizaciones de todos los tamaños y entrenables con insumos acordes a las necesidades y filosofía de cada organización. De modo que se puede hacer mucho desde las empresas tecnológicas, por un lado, y por el otro, desde los gobiernos, la sociedad civil y las empresas para entrenar a las herramientas de inteligencia artificial alimentando los algoritmos, para resultados sin sesgos machistas, racistas o clasistas, como ocurre en la actualidad.
Igualmente, tenemos la opción de los prompts, es decir, las instrucciones que damos a los chats de inteligencia artificial. Si les damos roles femeninos, perspectivas de género, indicaciones desprejuiciadas y sin sesgos, también obtendremos resultados de mejor calidad y más parecidos al mundo que queremos construir.
Para avanzar en esta dirección necesitamos tres cosas: presupuesto, voluntad política y más mujeres en los espacios en los que se diseñan estas herramientas, pero también donde se debaten las políticas y se deciden las normas que han de regularlas.
Como suele ocurrir en las crisis y los momentos de cambio, estamos frente a un riesgo enorme pero también ante una gran oportunidad. Por el rumbo que está tomando esta industria, los LLMs necesitan cada vez más información de calidad que los “eduque”, representativa del mundo diverso en que vivimos, especialmente con una intención proactiva de no reproducir estereotipos ni sesgos.
Es importante que quienes trabajamos por los derechos de las mujeres y las niñas estemos ahí para suministrar esa información, pero también para asegurarnos de estas herramientas contribuyan a su igualdad y empoderamiento. Solo así podremos tener una inteligencia artificial sin sesgos, al servicio de la igualdad de género, y de la construcción de un mundo justo, sostenible y solidario.
Carol Rojas y Estefanía Rivera Guzmán se dedican a contar muertes. Muertes de mujeres asesinadas por hombres, específicamente. Son dos de las cuatro mujeres detrás del Observatorio Colombiano de Feminicidios, un sistema de información que, a partir de la prensa local, regional y nacional, rastrea casos de violencia machista en el país. El año pasado registró 511 feminicidios, más de uno por día. “Psicológicamente la cosa no es fácil”, confiesa Rojas mientras se relaja en la terraza del Café Ruda en el centro de Medellín, que abrió con la asociación feminista que financia el Observatorio ―la Red Feminista Antimilitarista―. “Este trabajo no me funciona todos los días, me entra mucha ansiedad”, cuenta. Enfrenta esa ansiedad con un objetivo claro en mente: “Que la violencia frene”.
Al sentarse a hablar con ellas no se nota que sus vidas giren en torno a la tragedia. Son risueñas, locuaces. Rivera, la coordinadora del Observatorio, tiene 37 años. Es baja, de pelo crespo y oriunda de la vereda La Estrella, un corregimiento del municipio de Yarumal, ubicado a unas tres horas al norte de la capital antioqueña. Lo describe como un lugar con un pasado violento “que genera puras estrellitas”, y estalla en carcajadas.
A su lado izquierdo está Rojas, su jefa. La directora de la Red Feminista Antimilitarista es mucho más alta, tiene 35 años y viste completamente de negro, hasta las gafas de sol. Creció en el Doce de Octubre, un barrio muy en lo alto de los cerros de Medellín que un taxista de la ciudad califica de “feíto”. Juntas han armado un proyecto importante.
Publican boletines mensuales de setenta páginas que llaman “análisis feminista” de la violencia en Colombia. Participan de las mesas sobre la violencia de género que hacen los gobiernos de Medellin y Antioquia. Organizan charlas, talleres, movilizaciones y círculos de protección y de atención a víctimas en Medellín, la capital de uno de los departamentos más conservadores del país. “En este territorio tan de derechas, resistimos”, declara Rivera.
Todo ese trabajo se resume en su Reporte Dinámico de Feminicidios, un informe visual e interactivo que está disponible en su página web. Con un vistazo rápido y unos pocos clics, esta herramienta pinta una mirada bastante completa de los feminicidios en Colombia. Ofrece información de 18 categorías distintas sobre los asesinatos: de feminicidios por departamento ―el mayor número en 2023 ocurrieron en Antioquia―, al rango de edad de la víctima ―la inmensa mayoría tienen entre 20 y 39 años―, la relación con el feminicida, el empleo de la mujer asesinada, el arma utilizada y hasta el método de eliminación del cuerpo.
Estefanía Rivera, el 11 de enero del 2024.NATHALIA ANGARITA
De local a nacional
El Observatorio nació en el 2012 cuando se dieron cuenta de que “estaban matando a muchas mujeres en el centro de Medellín”. Empezaron a recoger datos sobre los feminicidios que ocurrían en la comuna 10, la histórica Candelaria. Entonces, apenas eran dos integrantes de la Red Feminista Antimilitarista manejando “un excel rudimental”. Pero el proyecto fue creciendo.
Pasaron a registrar información sobre la ciudad entera, luego sobre el Valle de Aburrá, región que rodea con Medellín e incluye nueve municipios más. Finalmente, en 2017 se convirtió en un observatorio nacional. Ahora, el proyecto tiene tanto prestigio que cuando este diario le pidió las cifras de los feminicidios de 2023 a la Procuraduría General de la Nación para esta historia, contestó con datos del Observatorio.
Rivera y Rojas son quizás las personas que más saben de feminicidios en Colombia. Pasan horas y horas revisando la prensa, leyendo sobre los asesinatos. Es un trabajo exhausto, difícil. Ambas dicen que van regularmente a terapia: “Nos toca cuidar nuestra salud mental”. A veces tienen que tomarse dos o tres días de descanso porque la violencia las sobrepasa. En ocasiones, están tan metidas en los casos que incluso logran identificar patrones que ni siquiera la Fiscalía tiene en cuenta.
Rivera narra que en 2019 pasó exactamente eso. Era la encargada de documentar los feminicidios en el Valle de Aburrá cuando se dio cuenta de varios casos muy parecidos. En un lapso de 160 días, cinco mujeres habían sido asesinadas en el municipio de Bello, en el conurbano de Medellín, cerca de las estaciones Madera y Bello del Metro. Todas eran madres que habían salido de casa camino al trabajo en horas de la madrugada. Todas habían sido asesinadas con arma cortopunzante y encontradas semidesnudas en espacios boscosos. Tenía que ser un feminicida en serie, pensó.
Sonó la alarma y, junto a sus compañeras, escribieron un informe especial para alertar a la población de la región. Asesinos Seriales. El Caso de Bello-Antioquia se publicó en septiembre de 2019. Dos años y medio más tarde, en marzo de 2023, la Fiscalía de Medellín señaló a Carlos Andrés Rivera Ruiz por la muerte de tres mujeres entre 2019 y 2020, dos de ellas halladas sin vida en el lecho del río Medellín.
El ente investigador ofreció 200 millones de pesos (unos 50.000 dólares) “por información que permita ubicar al feminicida”, pero hasta el momento sigue prófugo. Una de las mujeres a la que supuestamente asesinó, Ruth Estella Álvares, aparece en ese informe especial del Observatorio. Rivera y Rojas están seguras de que él es el feminicida en serie sobre el que estaban alertando.
Carol Rojas, el 11 de enero.NATHALIA ANGARITA
Un problema perpetuo
Pese a todo el trabajo del Observatorio, no está del todo claro cuántos feminicidios ocurren en Colombia. Nunca lo ha estado. El Gobierno no tiene un sistema de información oficial sobre el tema. Durante años, la Fiscalía, el Observatorio y varias organizaciones más han ofrecido cifras diferentes. Históricamente, las de la Fiscalía han sido mucho más bajas que las del Observatorio, a veces hasta casi la mitad.
Rivera y Rojas atribuyen esto al hecho de que ellas tienen una definición más amplia del término feminicidio. Hablan del “asesinato de una mujer que tiene un mensaje de poder”, mientras que la Fiscalía se refiere de una forma más técnica y jurídica a “la muerte de una mujer por su condición de ser mujer o por motivos de su identidad de género”. Aún así, el año pasado la Fiscalía y el Observatorio ofrecieron por primera vez cifras casi iguales: ambos reportaron más de 500.
Bajo un calor poco usual en Medellín, la ciudad de la eterna primavera, las dos mujeres definen su trabajo como activismo de datos. Trabajan por la paz, dicen, por “una Colombia donde las mujeres tengan diferentes condiciones de vida”. Con su cerveza ya casi acabada, Rivera admite que quedan muchos retos en el camino.
Por ahora, ambas esperan que sus datos y las movilizaciones que hacen puedan generar cambios y “hacer visible lo invisible”. No saben exactamente cuál es la solución a la alta tasa de feminicidios en Colombia. Es un problema polifacético, arraigado en años de machismo, pobreza, y una cultura de crimen y de violencia. Pero de algo sí están más que seguras: “No se resuelve simplemente metiendo a los feminicidas a la cárcel”.
Enfundada en un vestido rojo, asegura que su propia madre, de quien cuelga una foto en el local, «fue la primera mujer» taquera en el barrio.
«Aquí crecimos y yo creo que por eso no se nos hace pesado», dice esta mujer delgada frente a una gran cazuela donde se fríen pedazos de carne, tripas y otras menudencias que saca con la mano, destaza en segundos y coloca en una tortilla de maíz.
«¿Uno o dos tacos, mami?», pregunta con dulzura en su local llamado Las Corazonas a una clienta que le responde sonriente.
María del Pilar comparte con su hermana, María Guadalupe, de 70 años, la satisfacción de ser una de las pocas mujeres «taqueras» en todo el país, en donde existen unas 92.000 taquerías.
«Orgullo»
«Es un orgullo saber que nosotros como mujeres somos emprendedoras y el ejemplo de muchas mujeres», dice María Guadalupe, encargada de comprar cada madrugada decenas de kilos de carne.
La capital mexicana cuenta con 11.000 taquerías, de acuerdo con un mapa sobre estos establecimientos de «street food» (comida callejera) creado por el geógrafo Baruch Sangines, basado en datos del instituto nacional de estadística, INEGI.
Dicho de otra manera: 94% de los 9,2 millones de habitantes de ciudad de México viven a menos de cinco minutos de una taquería, asegura Sangines.
En tiempos de inflación y de gentrificación de la ciudad, los tacos siguen al alcance de todos los bolsillos, con un precio promedio de unos 0,75 dólares.
«Se cansan»
Son raras las mujeres que operan este tipo de negocios que alimentan a millones de mexicanos todos los días, pero sí es habitual verlas preparando comida rápida hecha a base de maíz, como quesadillas (tortilla con queso y otros alimentos como hongos y pollo) y tlacoyos (masa de maíz que se rellena de frijoles o habas).
La razón es física, opina un «taquero» en una calle del turístico sector de la Roma. «Lo que pasa es que el machete pesa y no lo resisten, se cansan, yo creo que es por eso», opina David Pérez, de 45 años.
Sangines considera que se trata más bien de «usos y costumbres».
«A mí me han dicho: ‘cargas mejor que un hombre’», dice María Guadalupe, que luce un vestido de flores y zapatillas rosas de tacón.
«Protección» feminista
Al sur de la Ciudad de México, envueltas en una nube de vapor, varias mujeres manipulan kilos de carne en Las Muñecas.
Se trata de otra taquería que rompe la regla no escrita de que las mujeres solo pueden hacer quesadillas.
Teresa Hernández, una de sus propietarias, cuenta que su madre inició este negocio en 1985 para ayudar con los gastos familiares a su esposo velador y criar a sus siete hijos.
Inicialmente, vendía quesadillas y otros alimentos de preparación rápida, pero decidió incursionar en el mundo de los taqueros.
«Cuando ya empezó a hacer la transición a los tacos, le empezaron a sugerir que metiera hombres» con el argumento de que «todo iba a ser más pesado», relata Hernández.
Pero «mi mamá dijo: ‘yo no voy a sacar a ninguna de mis chicas por traer a un hombre’», añade.
En total, trabajan 23 mujeres en este comercio, con horarios que les permiten tener tiempo para llevar a sus hijos a la escuela, ejemplifica.
«Mi mamá siempre buscó la protección para las mujeres», añade.
Aunque «casi normalmente son hombres» los taqueros, Guadalupe exhorta a las mujeres a «que emprendan un negocio que sigan adelante, que no se den por vencidas».
Los atacantes llegaron del norte, arqueros a caballo que dispararon sus flechas con experta precisión.
Arruinaron y quemaron las cosechas, que los aldeanos chinos de la etnia Han -que vivían en las fronteras del norte de China cerca del año 200 a.C.- cuidaban con esmero.
Los Han llamaron a los invasores “Xiongnu», que significa “esclavo feroz”, un término peyorativo destinado a enfatizar la “inferioridad” de los bárbaros.
En realidad, sin embargo, los Xiongnu superaban a sus vecinos chinos en experiencia militar y organización política.
Compuestos por diferentes tribus étnicas, los Xiongnu fueron el primer imperio nómada del mundo, lo suficientemente bien organizado y formidable para crear tantos problemas para los Han, que eventualmente resolvieron construir la Gran Muralla China.
Y, más interesante aún, es que detrás de los feroces arqueros, fueron las poderosas mujeres Xiongnu quienes ayudaron a mantener unido el imperio.
Datos escondidos en la tierra
Reconstruir la curiosa historia de los Xiongnu ha sido un desafío, porque, a pesar de su elevada organización y proeza militar, la nación nunca desarrolló un lenguaje escrito.
“Por tanto la mayor parte de la información que tenemos viene de sus cementerios y sus enemigos”, dice Christina Warinner, líder de un grupo de investigación del Departamento de Arqueogenética del Instituto Max Planck.
Y los cementerios cuentan una historia interesante, ya que un estudio reciente demostró que un número sorprendentemente elevado de entierros de élite Xiongnu contiene restos de mujeres.
Es una hipótesis que se barajaba desde hace tiempo.
Sin embargo, no fue sino hasta que avanzaron las técnicas de secuenciación genética hace unos años que el equipo de Warinner pudo confirmar el género femenino de varios sitios de enterramientos con absoluta certeza.
“Nuestros hallazgos genéticos demuestran que las princesas de élite jugaron roles importantes en la sociedad Xiongnu, política y económicamente”, dice Jamsranjav Bayarsaikhan, que lidera el Centro de Investigación del Museo Nacional de Mongolia en Ulán Bator, y es coordinador del proyecto del Instituto Max Planck de Geoantropología en Alemania
Pie de foto, Entierro Xiongnu.
Cambio de perspectiva
Estos hallazgos cambiaron la perspectiva de los científicos sobre cómo los Xiongnu expandieron su territorio y mantuvieron unido su imperio nómada.
Puede que tradicionalmente pensemos en los imperios como entidades estacionarias que construyen ciudades, palacios y cortes para mantener su dominio, pero algunos reinos nómades eran increíblemente robustos.
El imperio Xiongnu, anterior al famoso imperio de Genghis Khan en unos 1.000 años, duró desde el siglo II a.C. hasta el siglo I d.C. y ocupó el territorio de la actual Mongolia con sus fronteras septentrionales que se extendían hasta el lago Baikal, en la Rusia de hoy.
Además de ser hábiles guerreros, los Xiongnu era también ávidos proveedores de bienes de lujo adquiridos de toda Eurasia a través de las rutas comerciales de la antigua Ruta de la Seda, entre los que se incluían sedas chinas, cristales romanos y cuentas egipcias.
Y las mujeres tenían posiciones relevantes.
De algún modo, eran el pegamento virtual –o tal vez los hilos de seda- que mantenían unido al reino itinerante, que no contaba con ciudades permanentes o instalaciones físicas para afirmar su presencia.
“Las mujeres Xiongnu tenían un gran poder imperial a lo largo de la frontera, y ocupaban con frecuencia rangos nobles exclusivos, mantenían las tradiciones y participaban tanto en la política de poder de la estepa como en las redes de la Ruta de la Seda”, explica Bryan Miller, profesor de arqueología de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, e integrante del grupo de Max Planck.
“Eran muy respetadas”.
Objetos de lujo
En el cementerio de élite de Takhiltyn Khotgor, ubicado en la provincia de Khov, en Mongolia occidental, los investigadores encontraron tumbas monumentales construidas claramente para honrar a las mujeres.
En sus ataúdes decorados con símbolos imperiales Xiongnu del sol y la luna, cada mujer estaba rodeada por una multitud de hombres plebeyos colocados en tumbas sencillas.
Una tumba contenía seis caballos y una carroza.
Pie de foto, Para protegerse de los Xiongnu, los chinos Han construyeron al Gran Muralla.
En el cercano cementerio de Shombuuzyn Belchir, las mujeres ocupaban de forma similar las tumbas más ricas, y estaban acompañadas de objetos de lujo de su vida en la Tierra, entre ellos de espejos chinos, ropa de seda, carretillas de madera, cuentas de loza y ofrendas de animales.
Las tumbas parecen pirámides invertidas con bases rectangulares sobre el suelo (los arqueólogos las llaman terrazas), que se angostan a medida que sobresalen del suelo.
«Cuando las excavas se adentran hasta 20 metros en el suelo”, explica Ursula Brosseder, arqueóloga especializada en prehistoria del Centro Libniz de Arqueología en Alemania (que no formó parte del estudio de Max Planck).
Los arqueólogos también hallaron cinturones ornamentales en los enterramientos Xiongnu, otro tipo de artefacto que denota estatus social.
Decorada con grandes placas y adornados con cuentas y pendientes de piedra, parecen “árboles de Navidad con cosas que cuelgan por debajo de la cintura”, señala Brosseder.
Pie de foto, Solo los Xiongnu en este período le daban cinturones a las mujeres, dice Brosseder.
«Un cinturón es un símbolo muy importante de estatus y rango, pero típicamente pertenece a la esfera masculina y no a la femenina”, explica.
“Lo que es muy interesante es que solo los Xiongnu en este período le daban los cinturones a las mujeres y no tanto a los hombres”.
Rivales peligrosos
La habilidad de montar a caballo y disparar con arco era una de las principales destrezas de los Xiongnu.
“Alguna gente llama a los caballos barcos de la tierra, porque los barcos y los caballos son la forma más rápida de viajar que existía antes de la industrialización”, explica Warinner.
Los Xiongnu domesticaron los caballos, que son nativos de la estepa, y también aprendieron a disparar el arco mientras cabalgaban, así que eran muy peligrosos, tanto de cerca como de lejos.
Los chinos Han no eran rivales para ellos.
«Incluso cuando construyeron la Gran Muralla, nunca funcionó”, señala la experta.“Los Xiongnu simplemente cabalgaban a su alrededor”.
Pie de foto, La habilidad de montar a caballo y disparar con arco era una de las principales destrezas de los Xiongnu.
Algunas tumbas de mujeres contenían equipos ecuestres, pero los investigadores no pueden decir con certeza si las mujeres peleaban junto a los hombres o no. “Creo que no debemos excluir que también había mujeres guerreras”, dice Brosseder.
“Esto no quiere decir que todas las mujeres participaban en el ejército”, agrega, “pero definitivamente podían montar a caballo y disparar con el arco, solo por el propósito de tener una vida mejor en la estepa”.
Alianzas matrimoniales
La investigación genética ayudó al equipo de Max Planck a descubrir otro dato interesante: las mujeres enterradas en las fronteras del imperio cerca de China eran genéticamente muy diferentes a la población Xiongnu aledaña.
En cambio, estaban íntimamente relacionadas con un hombre que se cree era uno de los reyes Xiongnu, cuya tumba fue excavada en Mongolia central en 2013.
El equipo cree que el el rey casó a sus parientes mujeres con los clanes fronterizos para reforzar alianzas políticas y mantener la fortaleza del imperio.
“Pensamos que el rey estaba enviando a sus hijas a controlar las zonas rurales del imperio política y económicamente”, señala Bayarsaikhan.
Allí actuaban como emisarias y mantenían contactos con las redes comerciales de la Ruta de la Seda. “Era una práctica importante”, dice, y añade que estas tradiciones Xiongnu sentaron las bases para el éxito del futuro emperio mongol.
FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES
Cuando construyó su propio imperio nómade, Genghis Khan siguió las “reglas matrimoniales” de los Xiongnu: las reinas mongolas, que gobernaron un milenio después, eran conocidas por sus poderes políticos, comenta Bayarsaikhan.
¿Era los Xiongnu los únicos en abrazar reglas de género diferentes?
No necesariamente. Al contrario, los hallazgos muestran que no “deberíamos extender la mentalidad victoriana sobre los roles de la mujer en todas las culturas a través de la historia”, explica Miller, que se encuentra trabajando en un libro sobre los Xiongnu y su cultura.
“Espero que la gente se de cuenta de que las mujeres, de hecho, tenían mucho poder en las sociedades premodernas”, dice.
A pesar de que la participación de las mujeres en la autoconstrucción de vivienda ha aumentado en los últimos años, la brecha de género en la materia aún es amplia debido a limitaciones económicas y sociales, según especialistas.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Vivienda del 2020, 27.4% de las viviendas con algún proceso de autoconstrucción son de hogares dirigidos por mujeres, con variaciones de entre 18.6% en Chiapas y 37% en la Ciudad de México.
Al respecto, el estudio “Vivienda para nosotras”, realizado por la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), destacó que la autoproducción es un proceso complejo, especialmente por factores institucionales y de seguimiento.
Sin embargo, en materia de género, estas problemáticas son incluso mayores, ya que “la visión sobre la participación de las mujeres y la importancia del trabajo de cuidados suele verse como accesoria, lo que desarticula la puesta en marcha de mecanismos para mejorar sus condiciones”.
Brecha económica
La autoconstrucción es un mecanismo que suele resolver el acceso a la vivienda para algunos segmentos de la población; en el caso de las mujeres, deben enfrentar la barrera económica, pues la brecha salarial impacta directamente en sus posibilidades de obtener un crédito y recaudar el ahorro suficiente para un hogar.
Datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos por Hogar 2022 (ENIGH) arrojan que el ingreso trimestral promedio de los hogares con jefatura femenina en México fue de 19,081 pesos, mientras que el de los hogares con jefaturas masculinas fue de 29,285 pesos.
Asimismo, la Comisión Nacional de Vivienda (Conavi, 2018) indicó que sólo 35.6% de los financiamientos otorgados por los Organismos Nacionales de Vivienda (Onavis) y 31.6% de subsidios federales se otorgan a mujeres, en contraposición a 60% y 66.8%, respectivamente, para los hombres.
Algo similar sucede con el acceso a créditos de banca múltiple (Comisión Nacional Bancaria y de Valores, 2022), aun cuando, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) las mujeres tienen una mayor participación en la fuerza laboral, existe una brecha en el acceso a sistemas de financiamiento.
“Para sostener los costos de construcción y gestión, los gastos del hogar deben de ajustarse y las mujeres suelen hacer esto ahorrando en el consumo cotidiano, así como aplicándose a jornadas parciales para aumentar los ingresos del hogar”, se lee en el estudio de la Sedatu.
En este sentido, el estudio afirma que la participación de las mujeres va más allá del apoyo en el trabajo de cuidados que, además de mantenerse activo durante el proceso de obra, se agregan actividades relacionadas con la adecuación de los espacios para permitir los trabajos, administración de los gastos familiares e, incluso, la gestión de permisos y recursos.
Zaida Muxí, arquitecta y urbanista especializada en temas de producción del espacio y perspectiva de género, enfatiza que existen ciertas ventajas sobre la autoconstrucción de la vivienda, aunque bajo el modelo actual, se sostiene en la precarización de las familias, por lo que sería necesario encontrar nuevos mecanismos que eviten aumentar la carga de trabajo.
“Es un exceso, tienen sus trabajos, tienen un montón de tareas y el tiempo de “descanso” lo deben dedicar a la construcción de su casa. Puede tener resultados positivos, pero también generar precariedad y desigualdades profundas. Si consideramos que la autoproducción es un sistema efectivo, habría qué ver cómo se hace para que no redunde en seguir explotando la vida de las personas”, afirmó la especialista.
La participación de las mujeres y los jóvenes en la industria del turismo presenta un crecimiento de 24% y 28% respectivamente, en comparación con los niveles del 2010, dijeron el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC), y el Centro Global de Turismo sostenible.
Ambos organismos compartieron los datos como parte de los resultados de una investigación realizada por ambas instituciones para favorecer tanto al sector femenino de la población, como a los trabajadores más jóvenes.
“Al proporcionar información y datos sobre la situación del sector, el informe permite a los países y regiones establecer objetivos claros para empoderar a las mujeres e involucrar a los jóvenes”, expresó Ahmed Al Khateeb, Ministro de Turismo de Arabia Saudita, entidad impulsora del Centro Global de Turismo Sostenible.
A la fecha, son 48 millones de mujeres las que trabajan en la industria, empleadas principalmente en el ramo de la hotelería, dice el informe.
Asimismo, resaltan detalles del informe, en todo el mundo las mujeres representan una mayor proporción del empleo en el sector turístico que la fuerza laboral de toda la economía en Asia-Pacífico y las Américas.
En cuanto al empleo juvenil, los resultados de la investigación destacan que más de la mitad del trabajo de los jóvenes a nivel mundial en el sector de viajes y turismo se produjo en la región de Asia-Pacífico, con 9.2 millones de puestos registrados hasta 2021.
Con una tasa de crecimiento del empleo en jóvenes de casi 37% entre 2010 y 2019, la región Asia-Pacífico superó a todas las demás áreas, que estaban más cerca de 20%, completaron el WTTC y el Centro Global de Turismo Sostenible.
En Estados Unidos, donde bautizan con un nombre atractivo a todos esos hechos o tendencias que en el resto del mundo tildamos de “cosas que pasan”, han creado el marital summer sabbatical. Sirve para definir a ese tiempo vacacional en los que una pareja se separa. Un período que puede ir de días a semanas. Ocurre especialmente en verano, como indica su nombre, pero también en las recién finalizadas Navidades, cuando cada miembro debe viajar a diferentes lugares para ver a su familia.
Si una tendencia necesita primero un nombre para existir, exigirá después a un famoso para ponerla de moda. Piers Morgan, conocido por sus titulares machistas en la televisión británica y, en España, por ser el periodista que entrevistó a Luis Rubiales tras el escándalo del beso no consentido a Jenni Hermoso, ya ha apostado por estos descansos programados. Lo supimos a través de su esposa, Celia Walden, que publicó un artículo en The Telegraphen el que aseguraba que haberse tomado seis semanas de parón sabático en su matrimonio le ha ido de maravilla.
“¿Sabes cuando tu ordenador se vuelve terriblemente lento sin ninguna causa discernible y la solución siempre es apagar y reiniciar? Eso es lo que hace un tiempo sabático matrimonial. Ni pasaba nada malo en la relación, ni estábamos fallando. Pero cuando consideras lo antinatural que fue pasar cada hora del día en compañía de tu otra mitad durante todos esos largos meses del confinamiento, lo cierto es que es un milagro que cualquier pareja, casada o no, haya salido ilesa”, escribe sobre los 42 días que pasaron separados.
En realidad, las pausas sabáticas dentro de las relaciones se han practicado durante siglos, como explica enThe marriage sabbatical: the journey that brings you home(El año sabático matrimonial: el viaje que te lleva a casa) Cheryl Javis. En la Edad Media, las mujeres casadas adineradas que querían pasar tiempo a solas se retiraban a los conventos. La autora se pregunta qué les ocurre en la actualidad a esas parejas cuyos trabajos no les ofrecen la posibilidad de pasar largos períodos separados y subraya la importancia que tienen estas pausas o descansos, pues en su opinión otorgan una mayor esperanza de vida a los matrimonios. “En un momento en el que muchos se preguntan cómo hacer que sus matrimonios prosperen durante largos años, es vital ver los períodos sabáticos dentro del matrimonio no como una patología, sino como una promesa”, escribe.
Al parecer, no es la única que lo piensa, pues la proveedora de productos íntimos y empresa del sector del bienestar sexual Lovehoney Group así lo señala en su informe 2024 Sex Trends Reports. Destaca que muchas personas están cambiando conscientemente sus estrategias de relación para darse prioridad a sí mismas, por lo que están aumentando los períodos sabáticos en las relaciones. Se trata de tomar breves pausas en las relaciones para explorar el crecimiento personal, los objetivos y el autodescubrimiento antes de volver a la pareja.
Relaciones sabáticas, pero comunicativas
Cualquiera de cierta edad (o con suscripción a televisión a la carta) a quien se le mencione “un descanso” recordará inmediatamente la frase “¡Estábamos tomándonos un descanso!”, que Ross le espeta a Rachel en Friends para justificar que él tuviese sexo con una mujer sin que eso supusiese una infidelidad. De este parón sentimental tan televisivo, por cierto, Cecilia Bizzotto, socióloga y portavoz de JOYclub España, aplicación para encontrar citas y encuentros sexuales, cree que podemos aprender la importancia de dejar claro qué significado tiene esa pausa. “¿Podemos acostarnos con otras personas? ¿Nos lo contaremos después? ¿Vale hacerlo con cualquier persona? ¿Nos mantenemos en contacto o nos desconectamos absolutamente entre nosotros? Si convivimos: ¿Cómo lo gestionamos? ¿Podemos acostarnos con otra persona en la casa de ambos? Hay que autoanalizar qué estamos buscando, qué esperamos del otro y ser asertivos para evitar problemas de comunicación si no queremos acabar como Rachel y Ross”, advierte.
Muchos considerarán que la pausa debería servir únicamente para disfrutar de la soledad, encontrarse a uno mismo y tener tiempo para echar de menos a la pareja, pero sería caer en el error de que existe un solo modelo relacional clásico, una sola forma de sentir y de convivir. Igual que no hay una sola manera de estar en pareja, tampoco existe una única forma de tomarse un tiempo. “Cuando una pareja toma la decisión de darse una pausa sabática, lo hace porque cree que es lo conveniente para sus problemas. Considera que darse aire, echarse de menos, tomar tiempo para pensar y respirar con calma les ayudará a reenfocar la relación, ver hacia dónde quieren dirigirse, sopesar pros y contras y hacer un buen análisis de la situación”, explica Bizzotto. “Pero para otros puede implicar la vía para hacer realidad fantasías sexuales con otras personas, para conectarse eróticamente con terceros más allá de la pareja y probar cosas nuevas. Decidir un enfoque u otro no es ni malo ni bueno, depende de las necesidades de cada persona de la pareja y de lo que decidan acordar”.
Otros expertos en relaciones apuestan por diferenciar entre las pausas sabáticas y darse un tiempo. Ambas situaciones implican un espacio temporal, pero la intención y el enfoque son diferentes. “La pausa sabática se centra principalmente en el crecimiento personal, la autoexploración y el autodescubrimiento. Ambas partes buscan tiempo para nutrir sus necesidades individuales. Se lleva a cabo mediante un acuerdo mutuo y consciente entre la pareja, donde ambas partes están de acuerdo en tomar este tiempo para su desarrollo individual y, de paso, fortalecer la relación”, explica Ainoa Espejo, coach y grafóloga personal y de relaciones. “La comunicación durante la pausa sabática es clave. Las parejas suelen establecer límites claros, compartir expectativas y mantener una conexión emocional a lo largo de este período. A veces puede estar propiciado por eventos externos, ajenos a la relación, como las vacaciones, separación por trabajo u otros motivos”.
“Por un lado, hay que aceptar las necesidades de cada cual y comprender que, si nuestra pareja necesita espacio, hemos de respetarlo y no insistir para que cambie de parecer, pues eso suele generar el efecto contrario”, continúa Espejo. “También reflexionar sobre qué es lo que me preocupa de ese tiempo de distancia. ¿Que se acueste con otros? ¿Sentir soledad? ¿Que deje de necesitarme? ¿Que se olvide de mí? Si basamos una relación en la confianza y los acuerdos, nada de eso debería preocuparnos, y si la otra parte no respeta los límites acordados o se da cuenta de que sola está mejor, tampoco tiene sentido seguir juntos”.
Las ventajas de parar para volver a empezar
Como explica Espejo, en una sociedad caracterizada por la brevedad y la aceleración constante, tomarnos pausas y reevaluar periódicamente nuestras vidas resulta esencial. “Decidir libremente cada día si queremos seguir compartiendo nuestro camino con esa persona puede otorgar un nivel de compromiso más auténtico. Este acuerdo diario, basado en decisiones maduras y conscientes, puede superar la aparente solidez de relaciones sostenidas por pactos formales o situaciones compartidas a largo plazo. Es un recordatorio de que la verdadera esencia del compromiso reside en la elección continua de estar juntos, haciendo que cada día sea un acto renovado de amor y conexión genuina”, asegura.
Tomarse un tiempo sabático en la relación permite a muchas personas revalorizar a sus compañeros y apreciar lo que tienen a su lado día a día, dejar de dar por hechos los pequeños detalles y comprender por qué están con esa persona. “Considero que uno de los aprendizajes que deberíamos adquirir de tomarnos un tiempo es descubrir por qué hemos necesitado esta fórmula de pausa sabática para tener tiempo para pensar”, indica Bizzotto. “¿Quizá tenemos una relación demasiado absorbente donde no tenemos espacio para nosotros mismos, nuestros proyectos, amistades o simplemente para oír nuestros pensamientos? ¿Cómo podemos priorizar el tiempo individual en la convivencia de pareja?”.
Un matiz clave
Cheryl Lynn Jarvis puntualiza en The Marriage Sabbatical: The Journey That Brings You Home que estas pausas sabáticas suelen ser más complicadas para las mujeres. La psicóloga conductual Carol Gilligan añade que las mujeres están condicionadas a ser más relacionales que los hombres: mientras que ellos desarrollan su identidad a través de la separación y la autonomía, las mujeres desarrollan su identidad a través de las relaciones con los demás. “Debido a que las mujeres han sido educadas para invertir más en las relaciones y a que su sentido de sí mismas está organizado en torno a la afiliación, les resulta psicológicamente más difícil alejarse de las relaciones en sus vidas”, asegura. En este sentido, es posible que esa pausa en el amor pueda ser doblemente beneficiosa para ellas: no solo pueden replantearse una relación en concreto, sino su modo general de relacionarse con el mundo. Como terapia, no tiene precio.
Cada vez con más frecuencia, la gente está posponiendo la maternidad y la paternidad. Desde hace años, la ciencia le ha posibilitado a las mujeres empezar una familia en la madurez. En el futuro cercano podríamos ver métodos cada vez más avanzados para extender la fertilidad.
Chillis siempre había querido ser madre
Dos semanas antes de cumplir 48 años, Eboni Camille Chillis estaba acostada en una cama de hospital, lista para dar a luz a su primer hija.
En sus veinte y treinta había esperado un final feliz, de comedia romántica. “Quería enamorarme, casarme y tener un bebé,” me contó la educadora y emprendedora que vive en Atlanta. “Pero no fue así”. Cuando la pandemia la obligó a desacelerar su vida y reflexionar, decidió tener un hijo sola.
Estaba a mitad de sus cuarenta. De acuerdo con su edad y los resultados de sus estudios, la probabilidad de concebir con sus propios óvulos era menor a 1%, por lo que inició su búsqueda. Por años, revisó perfiles de donadoras de óvulos y donadores de esperma, analizando a detalle sus fotos de bebés, historial médico, películas favoritas.
Eboni Camille Chillis, de 48 años, carga a su hija recién nacida en el cuarto de la bebé, en su casa en Atlanta. Cuando Chillis decidió tener un hijo como madre soltera, se enfrentó con la realidad de la escasez de donantes negros de esperma y óvulos. Coescribió un artículo sobre esta problemática para Psychology Today. (Nos pidió no revelar el nombre de su hija). / JACKIE MOLLOY
Una vez que encontró a los dos donantes que parecían ser los adecuados, era momento de preparar su útero para la transferencia embrionaria. Durante las dos semanas anteriores a la intervención, se inyectó progesterona todos los días. Después, lo siguió haciendo a lo largo del primer trimestre del embarazo.
En enero de 2023 nació la hija de Chillis, quien llegó al mundo al ritmo de Isn’t She Lovely? de Stevie Wonder. Una enfermera colocó a la bebé en el pecho de Chilis y de inmediato su boca diminuta quiso ser amamantada. Cuando lo logró, se disolvió la incertidumbre de los años previos y Chillis pensó “Vamos a estar bien”.
Empezar una familia en la madurez
En Estados Unidos, en 1970 la edad promedio de una mujer que daba a luz por primera vez era de 21.4 años. Para 2021, era de 27.3. De acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, entre 1985 y 2022 la tasa de natalidad para mujeres entre 40 y 44 años se triplicó. En el caso de aquellas mayores de 45 años, en 2022 la tasa se mantuvo baja pero supuso un incremento de 12% respecto al año anterior. Si bien las cifras varían según el país, muchos lugares del mundo muestran la misma tendencia.
Para que quede claro, no es nuevo que algunas mujeres tengan hijos en la madurez. En 1940, la tasa de natalidad en Estados Unidos para mujeres entre 40 y 44 años, incluso de más de 45, era ligeramente mayor que en 2022. Pero, en aquel entonces, la norma era que esos nacimientos correspondieran a su tercero, cuarto o quinto hijo.
Un cambio en la forma de vivir
Hoy día, las personas tienen hijos en la madurez y, en algunos casos, sin pareja. Es una historia familiar: frecuentemente los individuos con acceso a métodos anticonceptivos más confiables, priorizan la educación y sus carreras profesionales antes de asumir las responsabilidades absorbentes de la crianza. La disponibilidad de mejores oportunidades profesionales para las mujeres y el cambio en los roles de género familiares han sido factores clave.
Mientras tanto, las tecnologías de reproducción asistida, como la fecundación in vitro (FIV), han permitido tener hijos en circunstancias que en el pasado hubieran sido difíciles. Esto derivó en por menos 12 millones de bebés que nacieron a nivel global, concebidos mediante FIV. Hoy, la ciencia explora nuevas líneas de investigación que prometen continuar revolucionando la reproducción y permitiéndole a las mujeres empezar una familia en la madurez cada vez con más facilidad.
Si aquella foto del Ateneo de Sevilla en el homenaje a Luis de Góngora de 1927 se tuviera que repetir unos 100 años después, en vez de hombres trajeados y rostros masculinos podrían aparecer en su lugar un buen número de mujeres. Si ellos demostraron innegable talento, dotes, voluntad y audacia sobrada para reinventar el camino de la poesía en el pasado siglo, lo mismo ocurre en el presente. Se enfrentan a él con armas similares, iguales vocaciones, distintas herramientas… pero la misma fe. La que emana de una confianza ciega en la poesía como forma de abordar el mundo.
Como a ellos ayer; a ellas hoy las une también cierta angustia por un tiempo incierto, pero el convencimiento de que, para iluminarlo, conviene emplearse a fondo en la tarea de rescatar de la ciénaga el lenguaje y hacerlo digno de la más noble condición humana mediante el arte de la poesía.
Para aquel homenaje quedaron inmortalizados Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Mauricio Bacarisse, José María Romero Martínez, Manuel Blasco Garzón, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Faltaban algunos hombres y también sobraban allí, en la imagen de la que luego fue bautizada como Generación del 27. No estaban aquel día Luis Cernuda, Pedro Salinas, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre, Juan José Domenchina… Pero, sobre todo, quedaron fuera un buen puñado de mujeres, sin permiso de residencia en el canon. Poetas que con idéntico derecho merecían su lugar. Hablamos de Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre, Concha Méndez, Carmen Conde, Concha Lagos…
A tres años de cumplir aquel centenario, en una misma década, pero con distinto pálpito, las mujeres que hoy aparecen en esta portada de Babelia también marcan una época. No están todas las que deberían, por supuesto. Los azares y los lugares a veces no cuadran con el momento oportuno, pero quienes acudieron a la cita que planteamos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sí representan, entre la cincuentena y la treintena de años, a dos generaciones vigorosas y plenas de talento en la poesía en español contemporánea. Una más madura, a la que pertenecen Lara Moreno, Ada Salas, Julieta Valero, Ana Merino y Raquel Lanseros y otra de sólida juventud ya consagrada como Elena Medel, Berta García Faet, Ángela Segovia y María Gómez Lara.
De izquierda a derecha, Elena Medel, Raquel Lanseros y Ana Merino.XIMENA Y SERGIO
Todas encarnan la creatividad digna y central, ética y estética, de su género. Abordan territorios comunes y angustias discordantes en el imperio de lo que define esta época: el eclecticismo. Aficionados como somos a menudo en empeñarnos a ver el triunfo de las sombras, ellas niegan con su trabajo la mayor y alumbran el panorama literario presente con sus luces. Ya hubo Siglo de Oro,Edad de Plata, no sabemos qué metal reserva la historia para este presente. Una potente aleación, sin duda, de muchos quilates. Por las mujeres y los hombres que lo enriquecen, con la devoción poética múltiple y global de nuestro tiempo.
La reinvención que a todos nos retó tras la apisonadora de las vanguardias, aquella ruptura que llevó a Marinetti a pronunciar su odio a la luna, legó una arrolladora libertad que marca este siglo. Con la variedad y el pluralismo como señas de identidad, cree Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, 50 años), ganadora en 2023 del Premio Generación del 27 por su obra El sol y las otras estrellas y de la Crítica en 2018 por Matria (Visor). En lo que la mayoría de ellas coinciden es en ese primer rasgo: el eclecticismo. “No tenemos, en mi opinión, una definición clara y única”, asegura Lanseros. “Pertenecemos a tiempos en los que impera el eclecticismo en la poesía y el resto de las artes, tanto para abordar temáticas como estéticas”, añade.
Coincide en su diagnóstico con María Gómez Lara (Bogotá, 34 años), ganadora en 2015 del Premio Loewe Joven por Contratono (Visor): “Nos une una pluralidad de voces. Me alegra que esta foto contenga a tantas mujeres escribiendo de maneras distintas”, dice la autora colombiana. Lo mismo que Ángela Segovia (Las Navas del Marqués, Ávila, 37 años), ganadora del Premio Nacional Miguel Hernández de Poesía Joven de 2019 por La curva se volvió barricada (editado en La uña rota): “Todas somos muy distintas y eso es maravilloso, porque muestra una riqueza que me parece presente en la poesía en español de nuestro tiempo”.
En la misma dirección apunta Elena Medel (Córdoba, 38 años), ganadora también del Loewe Joven en 2014 por Chatterton y alejada del género como escritora desde hace una década, aunque no como editora, con su labor al frente del sello La bella Varsovia. “Si algo define la poesía en español en este siglo es la diversidad, con voces de referencia y relevancia en estéticas muy diferentes”, afirma.
No quisiera Medel aplicar perspectiva de género a la generación que pertenece. “Creo por encima de todo que la escritura es un diálogo. ¿Qué nos define? Todas las que estamos aquí somos mujeres que escriben poesía. Pero nada más. Por fortuna no existe el estereotipo de la poeta. Como editora, es decir, como lectora, además, creo que no existe un rasgo único. Pero, por favor, que no se nos acote en el cliché: temas de mujeres. Las circunstancias influyen en la escritura, pero no la determinan ni la definen. No la limitan”.
“En España se ha avanzado mucho para que las poetas formen parte del canon”, subraya Ana Merino
Medel insiste en la transversalidad. No solo masculina y femenina. No solo espacial, también temporal a la hora de buscar vínculos con figuras del pasado. Pero puntualiza que si algo ha definido la escritura de las mujeres ha sido la dificultad a la hora de mantener una carrera. Si miramos atrás, a quienes formaron parte de la Generación del 50, muchas de ellas obtuvieron premios por sus primeros libros, reseñas entusiastas y cánticos de futuros prometedores. “Pero luego sus carreras se detuvieron y la mayoría desapareció. En el caso de muchas de ellas por la maternidad. Es curioso, pero me lo pregunto mucho: qué ocurre con los terceros, cuartos, quintos libros. ¿Qué ocurre cuando deja de ser novedad y cumple años?”.
Para eso ha sido necesario compensar, tal como sostienen Ana Merino y Raquel Lanseros en el prólogo de su antología femenina de referencia sobre el siglo XX, titulada Poesía soy yo (Visor, 2016). “La mirada de la compensación fue una expresión acuñada en Estados Unidos durante el último cuarto del siglo XX”, señala Lanseros. “Busca ampliar voces, se entiende como suma y extensión que enriquece”, afirma Merino. “Es importante tener un sentido de la responsabilidad que se comprometa con la búsqueda y recuperación de voces que quedaron olvidadas en el pasado”, agrega la ganadora del Premio Adonais en 1994 por Preparativos para un viaje.
A ello alude Medel, también, con varias preguntas sobre el presente: “¿Cuántas mujeres escriben crítica de poesía en los principales suplementos? ¿Cuántas editamos —y hablo como editora, no autora— desde sellos con buena distribución? ¿Cuántas programan ciclos y festivales…?”, inquiere la escritora andaluza.
De izquierda a derecha, María Gómez Lara, Ángela Segovia y Berta García Faet.XIMENA Y SERGIO
Sin embargo, la situación, en ese aspecto y en los años recientes, ha mejorado, cree Merino. “Con un gran compromiso y una mirada poliédrica. En España se ha avanzado muchísimo para que las poetas, hoy, formen parte del canon o lo que se entendía como el espacio de gran representación cultural”. Pero falta para llegar donde a Raquel Lanseros le gustaría: “Yo confío en que la igualdad plena de reconocimiento esté muy próxima”, asegura.
Por ser justos y ampliar campos y poéticas, en la reunión faltaban nombres, como los de la última ganadora del Premio Nacional por Materia (Visor), Yolanda Castaño, Olga Novo, Luisa Castro, Aurora Luque, Luna Miguel, Azahara Alonso, Miriam Reyes, Esther Ramón, Violeta Medina, Ana Gorría, Ana Vidal Egea, Marifé Santiago Bolaños, entre otras… Pero no serían nada sin el vínculo global que une al idioma con América. Nada sin el presente magistral que ejercen la colombiana Piedad Bonnett, la uruguaya Cristina Peri Rossi, la dominicana Soledad Álvarez o la nicaragüense hoy exiliada en España Gioconda Belli…
Nada, tampoco, sin una visión ambiciosa del panhispanismo en el siglo XXI. Ese lazo, precisamente en poesía, se refuerza por una base común fundamental que apunta la colombiana María Gómez Lara, residente ahora en Madrid: “Tenemos la suerte de leer en lengua original a muchas autoras de países distintos. Pero siempre podemos leernos más. Vivimos en un mundo mucho más conectado. Es fundamental no olvidar el contexto y las diferencias históricas al momento de enfrentarnos a los textos. Entender la diferencia es una forma de acercarnos”.
“Nos hemos formado con mentalidad panhispánica”, asegura Ana Merino (Madrid, 52 años). “No podríamos pensar en el modernismo español sin la figura de Rubén Darío”, apunta. Ni más atrás, prescindiendo del Inca Garcilaso de la Vega o Sor Juana Inés de la Cruz. Y si a la Generación del 27 la hubiéramos dotado de esa fundamental seña de identidad, crecería a nuestros ojos con los nombres de Pablo Neruda, Vicente Huidobro, César Vallejo, Jorge Luis Borges y ya, más adelante, con el genio de Octavio Paz. Lo mismo que el siglo XX resulta inconcebible sin la influencia de la chilena Gabriela Mistral, premio Nobel en 1945, la cubana Dulce María Loynaz, la argentina Alfonsina Storni o más tarde, a partir de la segunda mitad del XX, por parte de figuras únicas, singulares, como la argentina Alejandra Pizarnik.
Todos estos nombres no hubieran quedado clavados en la Historia sin otro atributo común que tienen las poetas de hoy y que destaca Ángela Segovia: “La valentía de cada una en su poética y a la hora de defender su propuesta. Todas son escritoras de carácter, han apostado por sus voces y las han llevado lejos”, afirma. Lo mismo cree Ada Salas (Cáceres, 58 años). Quien fuera ganadora del Premio Hiperión en 1994 por su obra Variaciones en blanco, anda inmersa en una consagrada madurez, palabra con truco: “Puede sonar a boutade, esto. La madurez se alcanza cuando una deja de pensar en si ha llegado a la misma. Justo cuando empiezas a dudar de verdad de si lo que escribes vale la pena”. Lo que no duda la extremeña es de la valía de sus compañeras. “La calidad de los libros es lo que las define y responde a un alto nivel de autoexigencia. Cuando pienso en autores coetáneos a los que admiro, los primeros nombres que me vienen a la cabeza son de mujeres”.
“Compartimos voluntad de aventura y un diálogo con nuestros predecesores”, asegura Berta García Faet
En eso y en la búsqueda constante de riesgos está de acuerdo Berta García Faet (Valencia, 36 años), también Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández en 2018 por Los salmos fosforitos (La bella Varsovia). “En todas nosotras hay voluntad de aventura y de estilo. También diálogo con quienes nos preceden y con quienes coexistimos literaria y vitalmente hablando. En todas nosotras lo personal es político y lo imaginativo es real. Nuestras afinidades se dan por el grado de complicidad entre nuestras pulsiones, las pasiones lectoras y la manera que tenemos de estar vivas aquí y ahora”, afirma.
En un presente que para Julieta Valero (Madrid, 52 años) ha arrasado muchas convenciones y prejuicios. “Nuestra escritura sucede desacomplejadamente desde la identidad de mujer, epistemológica, corporal, sexual. Lo que significa serlo en este tiempo histórico”, afirma la poeta madrileña, ganadora del Premio Ausiàs March en 2010. “En este sentido, somos deudoras de la genealogía de mujeres poetas que escribieron desde una flagrante lateralidad, cuando no desde la resistencia al borrado sistemático. También somos conscientes de que tenemos la responsabilidad de incorporar la riqueza, las reivindicaciones y los debates de la lucha feminista en nuestro trabajo”.
Otra diferencia que además afecta a estas poetas, según Valero, es el cambio al paradigma digital. “Internet es un hallazgo, una incuestionable evolución, y sin duda ha reducido el encapsulamiento de la poesía en grupos de poder o meramente en azares diversos a la hora de conectar poéticas entre el allá y el acá”, afirma. Pero tiene su cara oculta, avisa: “Su uso perverso. Deformidades complejas y peligrosas, como la pantallización de la realidad. La sobreexposición del yo y la identificación de la poesía de ínfima calidad con muchos seguidores, pero, al fin y al cabo, una poesía escolar hecha por adultos”.
De izquierda a derecha, Lara Moreno, Julieta Valero y Ada Salas.XIMENA Y SERGIO
La encrucijada en este sentido cobra importancia colectiva, observa Valero. “En la construcción de un nosotros que viene de las afinidades electivas y afectivas. En la conciencia de que, o somos desde lo plural solidario o no seguiremos siendo”. Esa búsqueda la realiza quien se considera poeta con una radical conciencia de lenguaje. “Y de sus límites”, añade Valero. “En relación con esa alianza vital, percibo la poesía actual escrita por mujeres como una poesía menos retórica, muy desacralizada”.
Coincide con ella en muchos aspectos Lara Moreno (Sevilla, 45 años). “Algo que nos atraviesa, en mayor o menor medida, es la conciencia del yo, de la identidad, de nuestro lugar como mujeres y como cuerpos en el mundo cotidiano e íntimo, pero también en el mundo social y político”, asegura la autora, que tiene reunida su poesía en el volumen Tempestad en víspera de viernes (Lumen).
Todo eso subyace en una forma a menudo común, dice Moreno: “En una manera expresiva, directa, seca a veces, más descarnada o quizá fluida, despreocupada, natural; una manera en la que el poema parece ser un medio para decir, y no un fin; en la que el lenguaje se afila con una desnudez y una rotundidad más prosaica, más oral o narrativa”, sostiene. “Atesoramos una conciencia diferente del poema. El de un lugar que nos representa, más que un artificio que refleje nuestra poética”.
Los múltiples caminos que en sí y en común atesoran las creadoras de lenguaje en este cruce del siglo XXI, todo ese sano eclecticismo y las características propias y dispares que ellas representan, anda también personificado en las voces masculinas que paralelamente las acompañan.
Buena parte pasarán a la historia en letras mayúsculas. Como herederos de la línea que se formó en el 27, quedó traumatizada con la guerra y el exilio y mantuvo alta la exigencia con la Generación del 50 y los todavía supervivientes como Antonio Gamoneda en España e Ida Vitale en Uruguay. Todos sus hijos en el ámbito de la poesía en español, los hoy muy activos de la corriente de la experiencia liderada por Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes o Benjamín Prado; otros como Antonio Colinas y Juan Carlos Mestre. Y, sobre todo, los que iniciaron el camino del pluralismo radical de la mano de estas voces, muchas de ellas antologadas en el volumen La lógica de Orfeo (Visor) por Luis Antonio de Villena; como Antonio Lucas, Lorenzo Oliván, Carlos Pardo, Mariano Peyroux, Carlos Marzal, Javier Rodríguez Marcos, Andrés Neuman, Manuel Vilas, Juan Antonio González Fuentes, Martín López Vega, Alberto Conejero, Marcos Díez o Luis Muñoz, conviven en el mismo universo… Todos ellos, todas ellas, muestran la brillante vigencia, la extraordinaria salud de la poesía en español y marcan, así mismo, el futuro.
Al tremendo desempleo que sufrieron millones de mujeres en América Latina en la pandemia le siguió un restablecimiento desigual, pues la recuperación del empleo femenino se observa “con particular fuerza” entre las jóvenes y de ellas, las de mayor nivel educativo.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó recientemente el informe Panorama Laboral 2023 América Latina y el Caribe, un reporte anual que este año cumple tres décadas. En esta edición da buenas noticias, pero también informa sobre el lado B de esas mismas revelaciones.
Según la investigación de la OIT, en las primeras olas de la pandemia de covid-19, la tasa de desempleo de las mujeres en la región aumentó 27.5%, mientras que la tasa de desocupación masculina empeoró 26.3 por ciento.
Tres años después, las mujeres están recuperando sus empleos a mejor ritmo que los hombres, pues entre el segundo trimestre de 2020 y el segundo trimestre de 2023 la tasa de ocupación femenina creció 23% y la de los hombres, 17 por ciento.
Sin embargo, antes de la pandemia la población de mujeres con trabajo remunerado era mucho menor a la de los hombres. En 2019, el 69.2% de los varones tenía empleo y apenas el 45.8% de las mujeres estaba en la misma condición.
Luego, más mujeres que hombres se quedaron sin trabajo al comenzar la crisis por la pandemia. Por lo tanto, la recuperación que están reportando ellas no es suficiente, pues en 2023 “la tasa de ocupación masculina es alrededor de 48% más alta que la femenina”, señala el organismo.
En México, al inicio de 2020, cuando todavía no comenzaba el confinamiento y el cierre de establecimientos por la covid-19, el 43% de las mujeres y el 74% de los hombres tenían un trabajo remunerado, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE).
Para el tercer trimestre de ese mismo año, sólo el 38% de las mujeres y el 69% de los hombres pudieron conservar su empleo o seguir laborando en la actividad que les genera ingresos.
A tres años de esa crisis, en el tercer trimestre de 2023 la recuperación de la ocupación femenina ha sido notoria, pues la tasa de 45% de mujeres con empleo es mayor a la que se tenía a inicios de 2020 y se encuentra en niveles históricos. Los hombres también volvieron a sus empleos y recobraron el mismo nivel de 74% de ocupación.
Mujeres mayores con menores tasas de empleo
Al analizar quiénes son las mujeres que han logrado volver al trabajo o entrar al mercado laboral en América Latina, la OIT señala desigualdades de edad, clase y formación educativa.
Entre las mujeres, el grupo de las más jóvenes (de 15 a 24 años) son quienes muestran la mayor recuperación en los niveles de ocupación, del orden del 7% entre el segundo trimestre de 2019 y el segundo trimestre de 2023. Las trabajadoras de más de 25 años en la región tuvieron, en promedio, una recuperación de 0%, según la OIT.
De manera general, entre hombres y mujeres, el Panorama Laboral de la OIT indica que desde mediados de 2020 “los jóvenes regresaron al empleo de manera más rápida que los adultos. La tasa de ocupación regional de las personas jóvenes en el segundo trimestre de 2023 era 3.4% (1.3 puntos porcentuales) superior a la de igual período de 2019 mientras que la de los adultos resultaba similar”.
Esto ha provocado que la brecha de ocupación entre ambos grupos etarios sea inferior en 2023 respecto de cuatro años antes. Sin embargo, a lo que hay que poner atención, recomienda la OIT es que los empleos de las personas jóvenes suelen tener salarios más bajos y carecer de seguridad social.
La brecha educativa
“El nivel educativo ha sido otra dimensión de gran relevancia en la dinámica laboral desde el inicio de la pandemia”, apunta el organismo en el reporte. La correlación negativa entre el bajo nivel educativo y la brecha de ocupación es evidente, tanto entre los hombres como entre las mujeres, pero “esta asociación es más fuerte entre ellas”.
En el segundo trimestre de 2023 las mujeres de menor nivel educativo en América Latina continuaban “significativamente más alejadas del nivel de empleo de igual trimestre en 2019 (-8%) en comparación con cualquier otro grupo de ocupados”.
Por ejemplo, la brecha de ocupación entre los hombres de nivel educativo bajo era la mitad de la registrada entre ellas, 4 por ciento. “En el otro extremo, la tasa de ocupación de los hombres y mujeres de niveles altos de educación han superado (levemente) los valores observados cuatro años atrás”.
A 30 años de presentar continuamente este informe, la OIT apunta que la tasa de participación laboral de mujeres de 15 años o más en América Latina y el Caribe aumentó en casi 12 puntos porcentuales, al pasar de 41.3% a principios de los noventa al 53.9% en promedio en 2022.
Sin embargo, subraya que “aún persisten grandes desafíos con relación a la igualdad de género sobre los cuales la región necesita seguir trabajando”.