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  • No existe una ley que obligue a los estados a llevar un registro de niñas, niños y adolescentes huérfanos por feminicidio.

    No existe una ley que obligue a los estados a llevar un registro de niñas, niños y adolescentes huérfanos por feminicidio.

    En México solo 238 huérfanos por feminicidio reciben atención del Estado como víctimas de la violencia, aunque se reconoce que cada año, en la última década, hay por lo menos 3 mil niños y niñas cuya madre fue víctima de homicidio por odio.

    Los 238 menores huérfanos están en 11 de las 32 entidades: Michoacán (96), San Luis Potosí (64), Morelos (31), Coahuila (13), Jalisco (10), Chihuahua (9), Durango (6), Yucatán (5), Querétaro (2), Oaxaca (1) y Veracruz (1). Son los únicos estados del país que reportaron atender a huérfanos por feminicidios.

    Otros ocho estados —Baja California Sur, Guerrero, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Sonora, Tabasco y Tlaxcala— dijeron tener cero casos. El resto, no cuenta con información.

    A nivel nacional, tampoco existe un registro. Apenas en julio pasado, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) anunció que realizará un censo para informar en 2020 del número exacto de niños y niñas huérfanos por este delito. Su cálculo inicial indica que, en los últimos ocho meses, fueron 3 mil 400 niños, y que esa es la tendencia anual, pero no hay una cifra oficial.

    Animal Político solicitó a las Comisiones Estatales de Atención a Víctimas de la Violencia y a cada Sistema Integral para el Desarrollo de la Familia (DIF) en las entidades los registros de huérfanos víctimas de feminicidio, que han recibido atención desde 2012.

    En ningún caso hay información desde ese año, pues los estados comenzaron a registrar los casos desde 2015. Reconocen que los niños y niñas que quedaron huérfanos por feminicidio antes de ese año no son ni serán atendidos como víctimas de la violencia.

    En entrevista para Animal Político, Gail Aguilar, titular de la Unidad de Género de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), explicó que la inexistencia de una base de datos nacional y la disparidad de casos entre una entidad y otra, se debe a que no existe una ley que obligue a los estados a llevar un registro de niñas, niños y adolescentes huérfanos por feminicidio.

    Aunado a esto, Gail detalló que la Ley General de Víctimas, que ampara a estos menores bajo la figura de víctimas indirectas, es una ley en materia concurrente. Esto significa que cada entidad tiene la facultad de establecer sus reglas de aplicación, decidir cómo trabajarán sus comisiones y realizar los registros que crean pertinentes.

    “Básicamente, cada entidad federativa va marcando sus ámbitos de competencia de acuerdo a su legislación, y es por eso que cada órgano estatal tiene una forma distinta de llevar a cabo este registro”, añadió Gail.

    Invisibles para el Estado

    Carlos, Uriel y Fernanda tenían 5, 4 y 2 años, respectivamente, cuando su padre, Bernardo López, asesinó a su madre Nadia Alejandra Muciño el 12 de febrero de 2004, en el Estado de México. No solo son víctimas de la violencia feminicida del país, también son víctimas del Estado que no los reconoce como tal.

    Su abuela María Antonia, madre de Nadia, se hizo cargo de ellos, pagando su educación y tratamientos psicológicos. Desde que su madre fue asesinada hace 15 años, no han recibido apoyo del Estado.

    Apenas en 2013 se creó la Ley General de Víctimas y en 2014 se conformó la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), que nació para atender y apoyar a las víctimas de un delito federal o de violación a sus derechos humanos, con el fin de que éstas obtengan “verdad, justicia y reparación del daño”.

    En 2015, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) inició un registro anual de feminicidios. Desde enero de aquel año a mayo de 2019 suman 3 mil 17 feminicidios y 9 mil 892 mujeres víctimas de homicidio doloso.

    El Inmujeres dijo en julio pasado que se han usado esos datos del SESNSP para hacer una estimación inicial del número de huérfanos por feminicidio, que deberían recibir atención del Estado.

    El instituto hizo este cálculo al multiplicar los homicidios dolosos y feminicidios de mujeres entre noviembre de 2018 y abril de 2019, por la tasa de natalidad, que según datos del INEGI es de 2.21 hijos por mujer.

    El Inmujeres dijo a Animal Político que revisarán los expedientes de muertes violentas de mujeres en el periodo mencionado, para generar un registro de huérfanos con los datos que proporcionen las 32 fiscalías y procuradurías del país, aunque ese registro será solo una muestra.

    Toda la información e imágenes son de ANIMAL POLÍTICO.
    Link original: https://www.animalpolitico.com/

  • Rabia somos todas y la lucha contra los actos de misoginia más crudos y violentos

    Rabia somos todas y la lucha contra los actos de misoginia más crudos y violentos

    Construido con las mejores herramientas del periodismo de investigación, el testimonio personal y el manifiesto feminista, Rabia somos todas es un libro indispensable que da voz a las causas, expresiones y posibilidades de la ira femenina.

    Desde niñas aprendemosque debemos contener la ira y no dejarla salir, aunque lastre nuestro cuerpo y nuestra mente de maneras insospechadas. Y sin embargo, tenemos una multitud de razones legítimas para sentirnos enojadas: desde los actos de misoginia más crudos y violentos, hasta el sutil goteo del sexismo cotidiano que fortalece las normas de género más insidiosas de nuestras sociedades.

    En Rabia somos todas, Soraya Chemaly sostiene que nuestro enojo no sólo está justificado, sino que es parte fundamental de la solución: cuando somos conscientes de él, se convierte en un instrumento vital, un radar para señalar la injusticia y un catalizador para el cambio.

    Construido con las mejores herramientas del periodismo de investigación, el testimonio personal y el manifiesto feminista, Rabia somos todas es un libro indispensable que da voz a las causas, expresiones y posibilidades de la ira femenina.

    Fragmento del libro Rabia somos todas:copyright: 2019, Soraya Chemaly. Cortesía otorgada bajo el permiso de Océano.

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    1. Chicas locas

    [Mi madre] me legó el respeto por las posibilidades y la voluntad de ir tras ellas. Alice Walker

    Cada mañana, en preescolar, mi hija construía un alto y elaborado castillo de bloques, listones y papel, todo para que el mismo compañerito de siempre lo destrozara con singular alegría. Luego de varias semanas, la mamá o el papá del niño, ambos invariablemente complacidos, se expresaban al respecto con las mismas frases trilladas que hacían enfurecer a mi hija: “¡Es que está pasando por esa etapa!”, “¡Vaya muchacho! ¡Le encanta destrozar todo!”, y, mi favorita, “¡Es que no puede evitarlo!”. A medida que transcurría el tiempo, mi hija sólo se enfadaba y se frustraba más.

    Sin embargo, mi hija no le gritó, no lo pateó, no le pegó ni hizo un berrinche. Primero, le pidió amablemente que por favor dejara de hacerlo. Luego le bloqueó el paso para impedir que lo tirara, pero con gentileza. Construyó un castillo con mejores cimientos, de modo que fuera más difícil de derrumbar. Se condujo tal y como esperaríamos que se condujera alguien que sigue las reglas de una persona educada. No funcionó.

    Durante semanas, los padres no intervinieron, aunque presenciaran cómo su hijo destruía una y otra vez el castillo de mi hija; sólo hacían un comentario al final. Como muchos padres, seguí la regla tácita de no disciplinar a hijos ajenos. Mientras tanto, imaginaba a los padres de ese niño pensando, porque solían hacerlo en voz alta, “¿Qué niño fuerte no tiraría ese castillo?”.

    Era tan tentador. Mi hija construía una torre reluciente en un espacio público. Él era un niño incapaz de controlarse y, siendo varón, tenía inclinaciones violentas. Además, en última instancia, ¿no era ella la responsable de mantener a salvo su construcción? Como no armaba un escándalo cada vez que el niño la derrumbaba, parecía que a ella no le importaba mucho. De hecho, actuaba de la manera como lo que según varios estudios hacen las niñas de su edad: las niñas en edad escolar que se enojan tratan de hallar la forma de proteger sus intereses en silencio y jamás se desahogan.

    En paralelo, ¿qué ejemplo le daba yo a mi hija furiosa? Depende del ángulo desde el que se mire. Mucha gente diría que le sirvió para aprender a ser paciente y amable, educada y comprensiva. Mirándolo en retrospectiva, pienso que le di un ejemplo terrible. Mis intentos de enseñarle cómo evitar el daño, vivir en franca cooperación con los otros y ser una buena ciudadana resultaron perjudiciales en tanto tenían la carga de los roles de género. Intenté ayudarla a cumplir su objetivo, tener un castillo intacto, pero no le di a su enojo el lugar que ameritaba; es decir, la validación y el apoyo que merecía. No lo hice yo ni ninguno de los adultos presentes. Ella tenía todo el derecho a estar enojada, pero no la alenté para que lo expresara en público, se sobresaltara o expresara con claridad sus exigencias.

    Para salvaguardar la relación escolar, tuve una conversación cordial con los padres del niño. Comprendían la frustración de mi hija, pero sólo en la medida en la que deseaban de todo corazón que encontrara la forma de lidiar con ella. No parecían darse cuenta de que estaba enojada, ni tampoco comprendían que su ira era un reclamo a su hijo en relación directa con su propia inacción parental. Les satisfacía contar con la cooperación de mi hija para entender aquello por lo que estaba pasando su hijo, aunque no se sentían obligados a exigirle a él lo mismo de vuelta. Incluso en este entorno infantil, relativamente inocente, al chiquillo le enseñaban una concepción equivocada de la palabra “no”. Arrasaba con todo a su paso, sin noción de las consecuencias que eso tenía para la gente a su alrededor. Por descartado, sus emociones tenían prioridad y no sólo le permitían tener el control de su entorno, sino que lo motivaban a hacerlo.

    Escenarios como éste se presentan una y otra vez a lo largo de la infancia. En mi experiencia, es difícil para muchos adultos aceptar que los niños pueden y deben aprender a controlarse y asumir los mismos estándares de conducta que se esperan de las niñas. Es aún más difícil aceptar que las niñas son capaces de sentir enojo y que tienen derecho a no prestarse a ser una herramienta de desarrollo para los varones. En 2014, investigadores de varias universidades llevaron a cabo un estudio a gran escala en cuatro países sobre la preparación y el género a nivel preescolar.1 Entre los niños estadunidenses se observó la brecha más amplia en lo relativo al autocontrol. La investigación reveló que las expectativas tanto de padres como de docentes en términos de género delineaban cómo se conducían los niños y cómo se les evaluaba, y, en última instancia, determinaban si eran o no capaces de controlarse a sí mismos. Según otro estudio, las diferencias sexuales en cuanto al autocontrol caen en el rubro de lo que conocemos como epigenética, ya que reflejan la interacción de predisposiciones genéticas en combinación con las expectativas sociales y culturales.

    Si mi hija se hubiera sobresaltado y manifestado abiertamente su rabia, es muy probable que la discusión se hubiera centrado en su conducta y no en la del niño. La habrían puesto equívocamente al nivel o hasta por encima de la falta de control y empatía del niño, en vez de considerarla una respuesta justificable frente a la mala conducta de aquél.

    En 1976, en uno de los primeros intentos para entender cómo influyen los sesgos parentales en la conducta de niños y niñas, los investigadores ocultaron deliberadamente el género de los bebés y les pidieron a los adultos que describieran lo que veían al observarlos. Los adultos “vieron” distintos estados emocionales, dependiendo de si les parecía que observaban a una niña o a un niño.2 A un niño quisquilloso, por ejemplo, lo consideraban irritable y enojado, mientras que a una niña quisquillosa más bien la percibían como miedosa o triste.3 Los adultos incluso atribuían emociones de género a simples dibujos lineales. Una serie de experimentos realizada en 1986 reveló que, cuando los adultos creían que analizaban un dibujo hecho por un varón, describían la imagen como más furiosa o más violenta y hostil.

    El hallazgo de que las personas adultas tienen prejuicios de género relacionados con las emociones sigue vigente décadas después. Harriet Tenenbaum, psicóloga del desarrollo de la Universidad de Surrey, en Inglaterra, ha estudiado cómo los padres y las madres les hablan a niños y niñas. “La mayoría de los padres y las madres reconoce que les gustaría que los niños fueran más expresivos”, explica, “pero no se dan cuenta de que les hablan de forma distinta que a las niñas.”5 Hablan más sobre emociones con sus hijas, valiéndose de un espectro más amplio de palabras.6 ¿Cuál es la única excepción a lo que los investigadores llaman la “conversación sobre emociones”? La rabia y las emociones negativas. Los padres hablan con los niños sobre cómo enfurecerse, pero no hacen lo mismo con sus hijas.7 Las madres en particular tienden a emplear palabras asociadas a la ira cuando hablan con sus hijos o les narran cuentos.

    Las suposiciones sobre la emocionalidad y el género se extienden hasta la edad adulta.

    En 2011 la doctora Kerri Johnson, profesora asistente de los departamentos de comunicación y psicología de la Universidad de California en Los Ángeles, puso al alcance del público los hallazgos de un estudio innovador sobre percepciones de género y emoción.9 “Está bien visto —se espera, de hecho— que los hombres expresen su ira”, declaró. “Sin embargo, cuando las mujeres experimentan emociones negativas, lo que se espera de ellas es que las canalicen a través de la tristeza.”

    Los sesgos de género nos permiten detectar la alegría y el miedo con más facilidad en el rostro de las mujeres. Según las investigaciones, las expresiones neutrales en las mujeres10 aparecen descritas como “sumisas”, “inocentes”, “temerosas” o “felices”, mientras que el rostro neutral en los hombres se asocia con el enojo. En un estudio, los participantes calificaron el rostro de las mujeres como “cooperativo” y “pueril”.11 Varios experimentos revelan que la cara de una mujer furiosa es la que a la gente le resulta más difícil de analizar,12 mientras que a un rostro andrógino con expresión de ira lo catalogan como masculino casi por descartado.13

    Una mujer “triste” y un hombre “enojado” pueden estar experimentado emociones negativas similares, pero estos adjetivos y los estereotipos que evocan tienen implicaciones radicalmente distintas. La diferencia no es trivial.

    Los especialistas en psicología Matthijs Baas, Carsten De Dreu y Bernard Nijstad han demostrado que no sólo la ira, a diferencia de la tristeza, estimula un “pensamiento desestructurado” durante la ejecución de tareas creativas, sino que quienes manifiestan abiertamente su enojo son mejores generadores de nuevas ideas. Más interesante aún es que uno de los estudios comprobó que las ideas de estas personas suelen ser muy originales.18

    La tristeza también conlleva beneficios cognitivos, desde luego. Por ejemplo, la melancolía refleja que quien la experimenta ha reflexionado de forma metódica y concienzuda sobre aquello que la provoca; la tribulación tiende a considerar el malestar social en vez de asignar culpas individuales. Las personas nostálgicas son también las más generosas.19 Por otro lado, una de las desventajas de la tristeza es que puede derivar en reflexión paralizante, falta de expectativas e impaciencia onerosa: la gente triste tiene pocas expectativas y se conforma con menos.20

    ¿Qué representa, para nosotras las mujeres, separar la rabia de la feminidad? Por un lado, implica suponer que la ira femenina no surte ningún efecto como recurso personal ni colectivo. El trato que recibe la rabia femenina es un mecanismo de control muy poderoso; es el modo ideal de contrarrestar el efecto de las batallas que las mujeres hemos ganado en el camino a la igualdad.

    En 2012, un metaanálisis de investigaciones en torno al género, la infancia y la regulación emocional puso sobre la palestra tres décadas de estudios sobre cómo niños y niñas manifiestan sus emociones. Los estudios analizaban a más de 21,000 participantes y se enfocaban no sólo en el modo en que niños y niñas se expresaban, sino en cómo los adultos respondían a estas expresiones y, por último, en la manera en que niños y niñas se adaptaban a las expectativas de los adultos. El análisis halló “diferencias de género significativas, pero mínimas” respecto a la forma en que niños y niñas experimentaban y expresaban sus emociones, pero diferencias muy significativas en cuanto a cómo los demás percibían y reaccionaban a dichas emociones.

    En casa o en la guardería, los bebés aprenden sobre sus emociones a la luz de los prejuicios de género, lo que quiere decir que son muy escasas las instancias en las que los adultos no hacen distinción de trato entre niños y niñas. De las niñas se espera que muestren más afecto, que sean más apegadas, acomedidas y cooperativas. Cuando una niña pequeña muestra emociones positivas o es complaciente, es mucho más probable que se le premie con sonrisas, afecto y comida, mientras que a un niño pequeño se le reconoce cuando es rudo y estoico. A medida que crecen, las niñas aprenden a disimular cada vez más sus expresiones negativas o agresivas.21

    Para cuando llegan a preescolar, niños y niñas asocian ya la ira con rostros masculinos y declaran que es normal que los niños se enojen, pero las niñas, no.22 A medida que se desplazan de la intimidad de sus hogares a la escuela, clubes deportivos y centros religiosos, aumenta la presión para que niñas y niños se conduzcan de forma estereotípica. La brecha que divide el modo de expresar el enojo entre niños y niñas se amplía a medida que ambos se distancian de la familia, pues se ajustan a las normas dominantes a fin de reducir fricciones.

    Una vez que entran a la escuela, la mayoría de las y los menores creen que la asertividad y las conductas disruptivas (por ejemplo, gritar, interrumpir, eructar, bromear o maldecir) son indicadores lingüísticos de masculinidad, aceptables en niños pero no en niñas.23 Niños y niñas gradúan sus reacciones en función de las expectativas de los adultos, a la vez que los adultos muestran de forma sistemática su inconformidad frente a una niña furiosa que con justa razón exige lo que le corresponde. A las niñas se les advierte tres veces más que a los niños24 que deben reaccionar con dulzura, razón por la cual aprenden a priorizar las necesidades y los sentimientos de los demás sobre los propios; a menudo, esto implica que hagan caso omiso a su propia incomodidad, ira o resentimiento.

    Si les preguntas a padres y madres por igual, te jurarán que les enseñan a todos sus hijos a ser respetuosos y cordiales, sin importar el género. No obstante, niños y niñas no aprenden la lección en igualdad de condiciones. En un estudio, los investigadores decepcionaron de forma deliberada a niños y niñas a través de dinámicas que supuestamente involucraban regalos. Sin importar cómo se sintieran, en general las niñas eran más proclives a sonreír, dar las gracias y aparentar felicidad, a pesar de estar desilusionadas. Varios estudios demuestran que las niñas que comienzan a manifestar problemas de conducta a esta edad exhiben también altos niveles de frustración al no poder demostrar su inconformidad o su enojo, ya sea en público o en privado, luego de una decepción.25 Estas tendencias de autosilenciamiento y problemas de conducta son bidireccionales, en tanto que una predispone a la otra y viceversa.

    Las niñas aprenden a sonreír desde pequeñas, y en muchas culturas se les enseña explícitamente a “poner cara bonita”. Es una forma de tranquilizar a la gente que nos rodea, una adaptación facial congruente con la expectativa de que situemos a los demás por encima de nosotras y preservemos nuestras conexiones sociales a la vez que disimulamos nuestra decepción, frustración, rabia o miedo. Se espera que seamos más complacientes y menos asertivas o dominantes.26 A medida que las sonrisas de las niñas pierden autenticidad, se diluye también el conocimiento que tienen de sí mismas.

    En el caso de las niñas negras, esperar que sonrían también está impregnado de racismo y de la exigencia histórica de que los negros tranquilicen a los blancos al demostrarles que en el fondo no están descontentos con las circunstancias de desigualdad.27 A pocas personas les preocupa pensar que, en realidad, educar a las niñas para que “sean lindas” e incluso reprenderlas so pretexto de que “se ven más bonitas cuando sonríen” es una forma de perpetuar el estatus.

    Invertimos tanto tiempo enseñándoles a las niñas a que sonrían que a menudo se nos olvida enseñarles, como sí hacemos con los niños, que también merecen respeto.

    La cultura influye en la forma en que nos sentimos y pensamos sobre nosotras mismas

    Luego de un periodo que en psicología se conoce como latencia, las niñas entran a la pubertad y comienzan a expresar sus emociones con más apertura y muchas veces, incluyendo la ira. A medida que se vuelven más asertivas, con frecuencia toman por sorpresa a los adultos, sobre todo respecto a aquello que los incomoda. “Pero ¿qué le pasó a mi dulce niña?”, se preguntan a menudo. Las niñas, sin embargo, suelen expresar sus emociones negativas sin ser capaces de explicar por qué las experimentan.

    Cada niña aprende en distinta medida a filtrarse a través de los mensajes culturales sobre la irrelevancia, la impotencia y la falta de valor de las mujeres en comparación con los hombres. A niños y niñas los bombardean con mensajes que transmiten desdén por las niñas, las mujeres y la feminidad, mientras que la transición de la mayoría de los niños hacia la adultez (incluso la de quienes están en una posición de desventaja por cuestiones de clase o etnicidad) permanece oculta tras la importancia cultural de la virilidad y la masculinidad.

    Cuando las niñas consumen contenidos mediáticos o participan en actividades culturales, tales como la proyección de películas populares o competencias deportivas, muy a menudo se ven obligadas a tomar una decisión: ponerse en los zapatos de los niños u hombres, o bien evaluar lo que significa la relativa invisibilidad, el silencio y la distorsión de las niñas y mujeres que se ven como ellas. La mayoría de las mujeres y los monumentos nacionales no reconocen a las mujeres. Los libros, las películas, los juegos y el entretenimiento popular presentan protagonistas hombres y niños (blancos, por lo general)28 dos o tres veces más que protagonistas mujeres.29 A medida que niños y niñas crecen, estas métricas se consolidan como la realidad.

    Cada año, los análisis mediáticos llegan a la inapelable conclusión de que los hombres (casi todos blancos, otra vez) son protagonistas de 70 a 73 por ciento de las películas norteamericanas más importantes, así como la mayoría de los roles secundarios y las posiciones creativas y ejecutivas tanto frente como detrás de las cámaras.30 El análisis de género en la industria cinematográfica a nivel mundial muestra los mismos sesgos.31 De acuerdo con un estudio con enfoque de género, raza y temática lgbtq sobre la actuación cinematográfica en 2014, ninguna mujer de más de 45 años tuvo un rol protagónico o coprotagónico. Sólo tres mujeres protagonistas o coprotagonistas provenían de una minoría étnica. Y no hubo ni una sola protagonista lesbiana o bisexual.32

    Los mismos patrones se observan en otras alternativas de entretenimiento, como videojuegos o materiales educativos. Muchos adultos se preocupan por la violencia en los videojuegos, pero no consideran que la anulación y sexualización frecuente de las niñas y las mujeres sean motivo suficiente para prohibir algunos de ellos. Por ejemplo, la franquicia de ea Sports del superpopular videojuego de la fifa no incluyó ningún equipo femenil sino hasta 2015. ¿Tiene alguna importancia que quienes lo juegan rara vez o nunca vean mujeres como jugadoras, entrenadoras o incluso como parte de la audiencia?

    Incluso en la escuela, los menores reciben mensajes sutiles sobre las historias que sí importan. En las clases de literatura, los libros escritos por mujeres o personas racializadas (un libro entre los muchos escritos por personas blancas) se estudian sólo de manera excepcional, y en ciertos colegios sólo se tiene acceso a ellos a través de materias optativas. Un estudio reciente dejó al descubierto que, en el ámbito mundial, los libros de texto están también plagados del sesgo de género.33 Estas decisiones pedagógicas son determinantes para la construcción de la autoestima, la empatía y la aceptación. También contribuyen a la formación del resentimiento, la confusión y la ira.

    Algunos años atrás, pregunté en un salón con más de 100 estudiantes cuyas edades iban de los 14 a los 18 años si habían aprendido algo en la escuela sobre la esclavitud y el movimiento de derechos civiles. Todos dijeron que sí. Ese mismo día hablamos sobre el abuso sexual en el campus, así que les pregunté si tenían conocimiento de las violaciones a las mujeres negras durante la esclavitud, en el periodo de las leyes de Jim Crow, y el movimiento de derechos civiles. Prácticamente nadie sabía nada al respecto. “¿Cuántos de ustedes han escuchado o se han reído de algún chiste sobre violación en alguna película popular?”, les pregunté. Más de 90 por ciento. Pedí que alzaran la mano quienes supieran de la lucha de emancipación que libraron las mujeres durante varios siglos en Estados Unidos o de su indivisibilidad de las batallas por la igualdad racial y los derechos lgbtq. Quizá seis alzaron la mano. Sentí la necesidad de explicarles que Sojourner Truth no era el nombre de una banda de rock independiente.

    Debido al predominio de los puntos de vista de niños y hombres, las niñas aprenden muy pronto a ponerse en los zapatos masculinos. La imaginación de una niña sería estéril si no fuera así. Los niños, sin embargo, son mucho menos propensos a hacerlo, y la sociedad, en algunos casos, los avergüenza en público cuando lo hacen. Los muchachos no piensan en las mujeres como modelos a seguir ni se ven obligados a empatizar con el sexo opuesto al consumir medios de entretenimiento. La preponderancia y visibilidad de los jóvenes blancos que existe sobre todo en Estados Unidos es una importante fuente de confianza, del capital invisible que se refleja en la autoestima.34

    Sin embargo, el problema para las niñas va más allá de la anulación, el sesgo y los estereotipos. Es la degradación silenciosa e históricamente ignorada de la feminidad la que sofoca el ambiente. Frases como “llora como una niña”, “lanza como una nena” y “grita como chiquilla” son hoy día estampas de la niñez aceptables en varios círculos sociales. El lenguaje cotidiano está plagado de insultos que van de lo positivo a lo peyorativo, y reflejan la desigualdad estructural entre lo masculino y bueno, y lo femenino y malo. Todas somos putas y golfas en potencia. Da la casualidad que ciertas palabras “reapropiadas”, tales como puta o perra, están conectadas a la amenaza de violencia. “¡Feliz cumpleaños, perra!” escala en un parpadeo a “Chúpame el pito, perra”. Es cierto que el hecho de hacer de alguien tu “perra” no necesariamente implica que esa persona sea mujer, pero lo que también es cierto que, para todos, la sumisión y la impotencia son estados propios de la feminidad.

    Las redes sociales son objeto de arduas críticas por su rol en el acoso e intimidación, pero es importante considerar las raíces profundamente tradicionales del abuso en internet. El bullying, al que siempre le hemos llamado sexismo, racismo y homofobia, hoy tiene a su favor el poder de las redes sociales, pero el problema de raíz no es la tecnología tanto como lo es la cultura. Sin embargo, el lado positivo es que en redes sociales la gente es mucho más libre de representarse a sí misma en formas antes inconcebibles para hallar comunidades y formar un frente común contra la denigración.

    Ésta es una fuerza cultural muy importante. Gran parte de lo que las jóvenes proyectan en sus redes sociales (fotografías, Snapchats, memes, comentarios) desafía los estereotipos que muestran a las mujeres en contextos negativos o demasiado idealistas. La creación de los memes y el uso de selfies, por ejemplo, les permite confrontar, socavar y criticar con creatividad, humor y rabia35 las representaciones dañinas e inservibles de los medios de comunicación. Las jóvenes pueden enmarcar, narrar, definir y construir sus propios canales de comunicación, y las que tienen cuerpos “rebeldes” pueden refutar la vergüenza.

    No obstante, a pesar de valernos de la tecnología para generar nuestras nuevas reglas, seguimos supeditadas a las normas dominantes que proliferan sin freno. La cultura de la selfie tiene sus virtudes, pero también pone el foco en la delgadez, la blancura y la belleza idealizada, lo que toda mujer “debe” ser. En cualquier formato de entretenimiento, por ejemplo, las mujeres son al menos cuatro veces más propensas de que las representen como extremadamente delgadas, físicamente disminuidas, frágiles, débiles e indefensas.36 Mientras más vulnerable se muestre una niña, más potencial tendrá para ser popular. Estudios realizados en varias partes del mundo demuestran que, a la edad de diez años, las niñas ya se asumen débiles y vulnerables, no tan valientes como los niños, y necesitadas de protección.37 Las niñas no paran de rumiar estas ideas en su cabeza, al tiempo que se les obliga a experimentar los efectos limitantes y preocupantes de su vulnerabilidad física. Los estudios demuestran que incluso padres y madres que declaran estar a favor de la igualdad tratan de forma tácita a las niñas como si fueran más frágiles y menos capaces.38 Les imponen restricciones físicas reales que conllevan una amenaza, tales como limitar su actividad por las noches o enseñarles a ir al baño acompañadas de alguien. El sentido de vulnerabilidad e indefensión que les imponemos a muchas de ellas dificulta el desarrollo de la resiliencia frente al daño, ya sea personal o cultural.

    A medida que las niñas se abren paso intelectualmente entre estas exigencias, evalúan también lo que significa que las palabras, las ideas, los intereses, las habilidades y el trabajo duro de una mujer pasen a segundo plano, detrás de su apariencia. Las mujeres son más visibles como entretenimiento sexualizado. Mientras escribía esto, por ejemplo, me preguntaba qué encontraría una joven si buscara en internet “mujeres atletas”. El primer resultado que arrojó el buscador fue “Las 50 atletas más candentes de 2017”. En 2015, al buscar “mujeres ceo”, la primera imagen no era de una mujer real, sino de una muñeca Barbie.39 Así es. Una muñeca Barbie cuyo nombre, por cierto, es Barbie ceo.

    Estas imágenes van acompañadas de una absoluta falta de fraternidad en la representación de las mujeres. Las mujeres, aisladas de otras mujeres, suelen proyectarse en un océano de hombres.40 Si una mujer es brillante o poderosa, es porque es única. Incluso las películas más exitosas que muestran chicas y mujeres “empoderadas” (Mujer Maravilla está entre las más recientes y populares) carecen de toda camaradería entre mujeres en pantalla.41 Por ejemplo: cuando la Mujer Maravilla abandona su paraíso amazónico, sus principales compañeros de batalla y arqueros son hombres. Hay admirables modelos femeninos a seguir, representaciones positivas de amistades entre mujeres y programas que reflejan la diversidad del mundo, pero, tal como demuestran las investigaciones sociales año con año, las mujeres siguen estando marginadas y, a menudo, también solas.

    Me he enfocado en descripciones binarias de género porque hay muy poca investigación sobre la regulación emocional en infantes de género fluido y porque a nivel cultural carecemos de “guiones” sociales (lineamientos inconscientes que seguimos para organizar nuestros pensamientos y nuestra conducta) para gente no binaria. Casi todos los estudios se valen de marcos teóricos binarios tradicionales para el análisis. Hay pocos estereotipos dominantes positivos sobre gente bi, trans o queer que delinean la infancia. Los infantes que desafían lo binario quedan atrapados en el punto de mira, lo cual orilla a los padres a crear un entorno seguro y a forzar con ello un cambio social, o bien a contribuir, de forma consciente o no, a las exigencias perjudiciales de ajustarse a las normas que recaen sobre sus hijos e hijas.

    Es importante subrayar cuán determinante resulta la denigración sistemática de las mujeres para la vida y emociones de niños y adultos que no se ajustan a las expectativas tradicionales de género. Un porcentaje arrollador del bullying durante la infancia consiste en la persecución por variaciones de género, y se presenta en forma de homofobia, transfobia y acoso sexual. Reprimir a niños y niñas que rompen los esquemas binarios (sexuales o de género) es más perjudicial, por ejemplo, para niños que escogen la feminidad o niñas que renuncian a ella para apropiarse de prerrogativas masculinas.

    “He descubierto que quienes desean ridiculizarme o excluirme lo hacen no sólo porque no me ajusto a las normas de género. Más bien, se burlan sobre todo de mi feminidad. Desde mi punto de vista, gran parte de la transfobia con la que he tenido que lidiar en la vida puede describirse de forma más certera como misoginia”,42 afirma la activista trans Julia Serano.

    Es una broma muy cruel la que les jugamos a las niñas al exponerlas a estas realidades mientras ejercemos sobre ellas la más aguda presión social para que ignoren y escondan la ira que les provoca. Desviamos la mirada de la rabia de las niñas y somos cómplices de los mecanismos que erosionan su sentido de valor; luego nos preguntamos qué ocurre con su “naturaleza” que las hace dudar de sí mismas como mujeres.

    Socavar la confianza de las niñas va de la mano con la negación, el menosprecio y la desviación de su ira. Una primera reacción a las demostraciones de su enojo puede ser que alguien le tome foto o video manifestando su rabia. Una niña pequeña enojada es “adorable” y “pícara”, dos de los términos adyacentes más populares cuando buscamos “niña enojada” en Google. Las adolescentes que muestran su ira son menos adorables. Si son de tez morena u oscura, dejan de ser adorables para ser “arrogantes”.

    La discriminación por la edad (etarismo), la homofobia y el racismo influyen en la forma en que el entorno percibe nuestra rabia. No hay momento en la vida en que nuestro enojo sea aceptable. Las adolescentes son engreídas o tontas o malhumoradas cuando se defienden. Las mujeres mayores, que están hartas y no tienen empacho en decirlo, son unas amargadas insufribles. Las mujeres furiosas son machorras, lesbianas y odian a los hombres. A todas nos etiquetan: “tristes muchachas asiáticas”, “latinas de mecha corta”, “blancas histéricas” y “negras furiosas”. Todo esto sin mencionar que las “mujeres furiosas” son “mujeres feas”, el pecado cardinal en un mundo donde el valor de las mujeres, su seguridad y gloria dependen de su valor sexual y reproductivo ante los hombres que las rodean. Ninguna de estas ideas nos lleva a considerar la ira como un derecho moral o político de las mujeres.

    A pesar de lo consciente que estoy de todo esto, no estaba lista para enfrentar mis propios sesgos ni lo impactante que podían resultar estas ideas. Mi reacción frente a lo que ocurría en el salón de mi hija me trajo a la mente viejos hábitos familiares. Evalué los posibles costos y decidí que confrontar con furia a los padres del niño sería perjudicial para mi hija. Esto se llama “autocondena preventiva”, y es común en las mujeres cuando estamos enojadas. Fui sensata y supe que mi molestia podía pasar inadvertida, así que me decanté por alternativas mejor estructuradas. Hice sugerencias respetuosas. Le pedí a la maestra que por favor interviniera. Escuché a los padres con paciencia. Quería preservar la paz y cultivar buenas relaciones.43 Pensé que la ira y la externalización de la frustración serían fútiles y potencialmente dañinas.

    ¿Qué ocurre con la autoestima cuando decidimos no correr el riesgo de enfurecernos?

    La ira muy rara vez forma parte de los debates populares sobre la brecha de confianza entre géneros. Hasta más o menos los cinco años de edad, niños y niñas tienen los mismos niveles de autoestima, competitividad y ambición. Las niñas tienen un concepto de sí mismas tan bueno como el que tienen los niños: se sienten orgullosas de ser quienes son, tienen muchas aspiraciones y no se avergüenzan con más frecuencia que los varones.

    Sin embargo, después de los cinco años, la confianza que tienen en sus propias habilidades comienza a tambalearse, cosa que no ocurre con los niños. Un estudio realizado en 2017 con niños norteamericanos halló que, a la edad de cinco años, niñas y niños asocian en igual medida la inteligencia con su propio género. A las edades de seis y siete, 65 por ciento de los varones considera que ellos y los hombres son “muy, muy inteligentes”, mientras que sólo 48 por ciento de las niñas considera que ellas y las mujeres también lo son.44 Puede que los niños confíen demasiado en sí mismos y que las niñas sean de hecho más realistas, pero la brecha en todo caso es muy notable. Incluso cuando se estudia la cuestión de la brecha de confianza entre géneros, se parte de que el nivel de confianza masculina es el ideal al que ambos géneros deben aspirar.

    Durante la adolescencia, los niños se quedan con la idea de que son excepcionales y más competitivos, a pesar de que las niñas los superan en promedio y logros escolares. No hay límite de edad para el elevado nivel de confianza y las aptitudes de liderazgo que tienen los varones, mientras que con las chicas ocurre exactamente lo contrario: su baja autoestima las persigue hasta la adultez. En Estados Unidos, a partir de los seis o los siete años, a pesar de que su desempeño escolar es mejor, casi ninguna se siente capaz de liderar un grupo mixto, y se sienten poco seguras para presidir alguna asociación estudiantil o apoyar a alguna otra candidata mujer (en especial las niñas caucásicas, que son quienes llegan a hacerlo).45 Nuestras hijas terminan la escuela con menos y no con más confianza en sí mismas.

    Lyn Mikel Brown, Carol Gilligan y Rachel Simmons son tres reconocidas psicólogas y educadoras con amplia experiencia que han estudiado y publicado mucho sobre la vida emocional de las niñas durante ese periodo de transición. En sus textos, llaman cada vez más la atención sobre la importancia de comprender el enojo y la agresión, y demuestran que las niñas (quienes se desenvuelven en un vacío de información respecto a sus emociones negativas) canalizan la ira y la agresión de forma encubierta, como, por ejemplo, recurriendo al chisme y a la difusión de rumores sobre otros. Las niñas también se vigilan a sí mismas para evitar el juicio negativo por parte de otras compañeras.

    En las décadas que ha durado su investigación, las tres investigadoras han observado que el lugar que ocupan las niñas en la sociedad, es decir su estatus en una jerarquía específica, determina la forma en que expresan su enojo. Según explican, la mayoría de los estudios sobre género, emociones y autoestima reflejan las normas dominantes de la feminidad definidas por la clase media blanca. Las niñas marginadas o pertenecientes a las minorías expresan su ira con mayor libertad y muestran un sentido más desarrollado de cómo y cuándo ejercer el enojo de forma consciente. “Donde la lucha económica y la privación de derechos prevalecen, la asertividad y la agresión son el pan de cada día”, escribe Simmons en su libro Odd Girl Out: The Hidden Culture of Aggression in Girls. “En este mundo, el silencio puede ser sinónimo de invisibilidad y peligro.”46

    La ira es particularmente traicionera. Cualquier despliegue de emociones, vulnerabilidad y pasividad (características “tradicionalmente femeninas”) son señal de debilidad. Los estudios de sesgo implícito demuestran que los adultos consideran que las niñas asertivas, las que van al grano, las que se abren paso en el espacio verbal y, sí, las que reconocen que están molestas, son groseras, beligerantes, poco cooperativas y transgresoras.

    En la adolescencia, la mayoría de las jóvenes sabe que las demostraciones abiertas de ira amenazan su potencial de éxito y su seguridad. Comprenden que el enojo pone en riesgo su estatus, su popularidad y sus relaciones.47 Lo peor de todo es que, a diferencia de la mayoría de los chicos que conocen, ellas tienen una mayor tendencia a asociar la ira con la vergüenza. Para las chicas negras de clase trabajadora, quienes comparten la percepción de que el enojo no sólo es vergonzoso, sino que es mal recibido por otros, la ira en particular es una emoción complicada y riesgosa, dado que también es algo necesario que vale la pena defender.

    Antes de usarlo para estereotipar, silenciar y vigilar a las mujeres, acusar a las chicas de ser “negras furiosas” se usa para penalizarlas cuando dicen lo que piensan, “son beligerantes” y “demasiado engreídas”.48 Estas chicas, a quienes se les califica de “furiosas” y “problemáticas”, se conducen del mismo modo que los jóvenes caucásicos, a quienes se les tilda de “atrevidos” y “líderes en potencia”. Los adultos consideran que las niñas negras, por pequeñas que sean, son menos inocentes y requieren menor protección o cariño que las niñas blancas.49 Desde el jardín de infantes, las niñas negras son de cinco a siete veces más susceptibles de ser disciplinadas, suspendidas o expulsadas que el resto de sus compañeras, dependiendo de dónde vivan. Estos sesgos empujan a las niñas negras a un trayecto bien documentado que comienza en la escuela y desemboca en la cárcel. En entornos escolares como éste, muchas niñas se desviven por ser “buenas” y evitan dejar su ira al descubierto, incluso cuando necesitan defenderse.

    A las niñas hispanas se les tiende a rechazar cuando “se portan mal”. “La gente no suele poner atención a lo que decimos”, escribe Edén E. Torres en Chicana Without Apology, “porque nos escuchan a través de los estereotipos que nos describen como mujeres explosivas y de sangre caliente.”50 Dior Vargas, latina, feminista y activista dedicada a temas de salud mental, habla sobre las expectativas de género relacionadas con la ira, que a menudo se transmiten de generación en generación, de abuelas a madres a hijas furiosas. “Antes las mujeres estaban mucho más subyugadas para expresar emociones negativas. Antes no se esperaba que yo hablara de eso. Es como una opresión en el pecho”, me explicó. “En el ámbito social, aprendemos que no podemos expresar nuestro enojo, pero llorar sí está permitido. Cuando veo a una mujer que manifiesta una emoción, ésta suele traducirse en llanto. Antes creía que los hombres no estaban biológicamente capacitados para llorar. El llanto también tiende a ser criticado, de modo que el espectro de nuestras alternativas para expresar nuestras emociones se reduce aún más.”

    Las chicas de ascendencia asiática, por otro lado, se enfrentan con la expectativa de que tienen que ser tranquilas y agradables “por naturaleza”. “Cuando era niña, mis padres justificaban todos los berrinches de mi hermano, que casi siempre pasaban inadvertidos. En paralelo, tanto mis padres como los adultos a mi alrededor eran implacables con cualquier manifestación de ira de mi parte”, explica Regina Yau, escritora y activista feminista. Sus palabras resonarán en muchas mujeres. “El estereotipo de la hija obediente, solícita y dócil hacía que los adultos que me rodeaban quedaran estupefactos cuando mostraba mi enojo. Tenía carácter fuerte, y todo el tiempo me hacían sentir culpable por ello. Más de una vez me dieron a entender que no tenía permitido ni ‘tenía derecho’ de enojarme por nada. Lo que decidí hacer, a fin de cuentas, fue canalizar toda mi ira contenida y empoderarme a partir de ahí por medio del activismo feminista: hacer algo para subvertir las convenciones y las culturas que les transmiten a las mujeres la noción de que las emociones y los sentimientos son debilidades, y de que es imposible manejar la ira femenina sin darles a los hombres un pase directo para mutilar/lastimar/matar mujeres sólo porque ellos no pueden controlar la suya cuando nosotras los rechazamos.”

    En 1994, Lela Lee, quien por aquel entonces aún era estudiante universitaria, dibujó y produjo un corto animado que tituló Angry Little Asian Girl. El personaje principal de la serie, Kim Lee, se convirtió en la protagonista de una popular serie de libros.

    Lee explica que, a lo largo de los años, a medida que abordaba el tema de la ira en su producción artística, comenzó a entender “por qué las mujeres de todas las edades y todos los contextos sentían que no tenían derecho a enojarse”.51 (En la actualidad, el nombre de su sitio web es, simplemente, “Anger Is a Gift” [La ira es un don].)

    Las chicas blancas de clase media son quienes más reprimen sus sentimientos negativos y las menos propensas a manifestar su furia abiertamente. Este distanciamiento de sus emociones es indispensable para mantener los estándares de feminidad que a nivel histórico se han construido en torno a la indefensión, la vulnerabilidad, la tristeza, la delgadez y la pasividad relativas como normas dominantes. Se trata también de un ideal de feminidad que con facilidad se convierte en una daga envenenada. La necesidad de proteger a las mujeres caucásicas, a quienes siempre se les retrata como criaturas frágiles, inocentes e indefensas, ha sido una justificación ancestral para la violencia racista con tintes terroristas. Por ejemplo, en los medios de comunicación, la vulnerabilidad exagerada de las niñas y las mujeres caucásicas se conoce como “síndrome de la mujer blanca perdida”,52 una fascinación casi fetichista que amenaza a las chicas blancas, exponiéndolas a terribles y violentos peligros, a expensas de mujeres negras desaparecidas o asesinadas. En la cultura norteamericana, a las jóvenes blancas se les percibe y representa como el epítome de la inocencia, lo que implica que dependen de la protección masculina. No es coincidencia que se considere que las niñas y mujeres caucásicas son las menos capaces de liderar, y que, por ende, ellas mismas duden de sus aptitudes de liderazgo.

    “Cuando las niñas deciden valorar sus emociones”, declara Simmons, “se valoran a sí mismas.”

    La ira, la agresión y la asertividad de mujeres y niñas se consideran como un mismo comportamiento

    Uno de los problemas más persistentes que enfrentan niñas y mujeres cuando se trata de manejar emociones negativas e intensas es la agresión pasiva, una expresión de la ira que ha dado lugar a todo un género de entretenimiento en torno a las “chicas pesadas”. En la adolescencia, la mayoría de las jóvenes comprenden la agresión relacional e indirecta entre niñas y mujeres. Todas estamos familiarizadas con el chisme, la exclusión silenciosa, el desaire y las indirectas: conductas pasivo-agresivas asociadas, sobre todo, con la feminidad.53

    La agresión indirecta es uno de los mecanismos que muchas mujeres usan para dirigir las emociones negativas y la competencia de cara a la prohibición social de manifestarlas abiertamente. También sirve para regular las conductas grupales.54 Una niña o una mujer desfachatadamente ambiciosa, “muy popular” o “ganadora” (lo cual se considera transgresor para su género) puede verse envuelta en chismes, ser excluida y acosada tanto en internet como en la vida cotidiana.

    En especial en el caso de niñas y mujeres, la asertividad, la agresión y la ira se consideran la misma cosa. La ira es una emoción, pero la asertividad y la agresión son conductas. Por ejemplo, yo soy muy contundente cuando hablo. Esto no quiere decir que esté molesta, pero puede desconcertar a ciertas personas. A veces bromeo diciendo que lo único que tengo que hacer para que me consideren agresiva es entrar en una habitación. La verdad es que no se trata de ninguna broma, ya que las percepciones son importantes.

    Es posible ser asertiva y agresiva sin estar enojada; de igual modo, puedes estar furiosa y conducirte con tranquilidad. La agresión es más hostil que la asertividad: la agresión no tiene en cuenta las necesidades ni los puntos de vista de los demás, mientras que la asertividad permite expresar las necesidades dentro de las normas de entendimiento y límites establecidos.

    Durante la adolescencia, las jóvenes viven el conflicto perpetuo de experimentar ira y agresividad a sabiendas de que tales emociones y conductas se contraponen con la feminidad. Muchas niñas se ajustan a las normas de género porque es más sencillo y cómodo para todos los involucrados y porque están condicionadas a tranquilizar a la gente que las rodea.55

    Esto no quiere decir que somos menos agresivas que los hombres “por naturaleza”, ni que los hombres no son pasivo-agresivos. Las niñas y mujeres tenemos la capacidad de agredir tanto verbal como físicamente (y cada vez lo hacemos más).56 Sin embargo, la agresión física no es nuestra forma predilecta de canalizar la ira, razón por la cual nos volvemos expertas en controlar esos impulsos. La capacidad para evaluar las circunstancias, es decir, para aprender a controlarnos en situaciones que a menudo representan un riesgo o una amenaza, es una aptitud que en más de una ocasión provoca que nos tilden de “manipuladoras” o “mentirosas”.

    A pesar de que la agresión pasiva es una forma de agresión, la agresividad se asocia con el despliegue físico, que a su vez se vincula con los hombres y la masculinidad.57 Para muchas personas, esa ecuación se resume en una palabra: testosterona. ¿Cuántas veces has escuchado, o quizá tú misma has dicho, que las mujeres no son tan irascibles ni tan agresivas como los hombres porque la rabia y la agresividad de los hombres (así como su incapacidad para regularlas) son producto de su biología? Yo ya perdí la cuenta.

    La creencia popular dicta que la testosterona causa ira y agresividad, y que, dado que los hombres producen mucha más testosterona que las mujeres (de hecho, es la hormona sexual masculina), ellos son mucho más proclives a conductas relacionadas con la ira y la beligerancia. Es aún más interesante que, mientras que la testosterona origina mayor agresión (mas no ira), la conducta agresiva, a su vez, estimula la liberación de más testosterona en el torrente sanguíneo.

    Este efecto lo descubrió la psicóloga Sari van Anders gracias a un ingenioso experimento: ella, junto con otros expertos de la Universidad de Michigan, investiga la manera en que las normas sociales afectan las hormonas.58 Las hormonas, que son los “mensajeros” químicos del cuerpo, estimulan ciertas respuestas físicas y regulan el estado de ánimo y la conducta. En 2015, Van Anders y su equipo trabajaron con una compañía de teatro: produjeron un guion en el que los actores y las actrices “bombardeaban” a otros miembros del elenco de manera particularmente hostil, humillante y cruel. Antes y después de cada representación, tomaban y analizaban muestras de saliva de los participantes, lo que dejó al descubierto que quienes llevaban a cabo un papel agresivo no sólo tenían mayores niveles de testosterona al salir de escena, sino que también se sentían exasperados durante largos periodos debido al cambio hormonal. Esto les ocurría tanto a hombres como a mujeres.

    Otro estudio que analizó los efectos de la conducta durante la producción hormonal comprobó dinámicas similares. Los hombres que se dedican a cuidar bebés, por ejemplo, tienen niveles significativamente menores de testosterona.59

    En el experimento con la compañía de teatro, los investigadores comprobaron que el simple hecho de conducirse “de forma masculina” no alteraba la producción hormonal. El ejercicio del poder, por el contrario, sí la modificaba. A petición de las investigadoras, los actores y las actrices que formaron parte de esta investigación reprodujeron estereotipos de género en sus actuaciones. Éstos dieron lugar a variaciones mínimas en los niveles de producción de testosterona. El factor que más afectó la producción de testosterona fue lo que Van Anders y su equipo llaman “el ejercicio del poder”:60 maltratar a alguien incrementó los niveles de testosterona en los hombres en 3 o 4 por ciento. En las mujeres, el incremento fue de 10 por ciento.

    La socialización tradicional de género durante la infancia estimula que los niños ejerzan el poder en todos sentidos, con el cuerpo, las palabras, el tono de voz y la distribución espacial. Así es como aprenden a asociar la ira y la agresión con el hecho de ser hombres “reales”, conductas que, como veremos más adelante, hacen que las mujeres vivan las relaciones sentimentales con más rabia. El estudio nos invita a reconsiderar si el modo en que educamos a los niños para que se conduzcan de manera prototípicamente masculina (apropiarse de los espacios y ser beligerantes) altera sus niveles hormonales. Lo mismo ocurre con las niñas.

    Atribuir ciertas manifestaciones emocionales y conductuales a la actividad hormonal es una forma habitual, sencilla y cómoda de evadir la complejidad que entraña todo el tema. Cuando las adolescentes comienzan a articular su frustración o a manifestar su cólera y sus emociones negativas, los adultos tienden a refugiarse en esta explicación. En un parpadeo, los adultos hacen que la frustración, la ansiedad, la ira y más desaparezcan, valiéndose de la trillada frase “¡Está viviendo cambios hormonales y se ha salido de control!”. No hay duda de que las hormonas nos afectan a todos, pero invalidar a las niñas por ello es contraproducente. “De hecho”, según explica la psicóloga Lisa Damour, autora de Untangled: Guiding Teenage Girls Through the Seven Transitions into Adulthood, “los estudios demuestran que las hormonas responden e incluso se supeditan a otros factores que influyen en el ánimo de tu hija, tales como eventos estresantes o la calidad de sus relaciones.”61

    La realidad es que la ira en las niñas es sumamente racional. Vivimos en una cultura que pulveriza su autoestima y su confianza, y luego se los recrimina. Las chicas padecen mucho las desigualdades producto de las limitaciones sobre su libertad física y su conducta. Los sentimientos de ira se mezclan con ideas sobre la “bondad”, la belleza, el cuerpo, la comida, las relaciones y el poder. Estas mismas experiencias dan lugar a frustraciones, depresión, ansiedad y, en algunos casos, actos de violencia, incluso entre los hombres más racionales. Cuando algo así les ocurre a ellos, no sacamos a colación sus hormonas. Uno de los ejemplos más sorprendentes de esta doble moral con el que me topé a lo largo de esta investigación fueron los sitios web profesionales de manejo de ira dedicados a apoyar a niños y jóvenes que atraviesan episodios de frustración. La mayoría describe la ira y la frustración como acciones legítimas de las preocupaciones que suelen vincularse con distintas etapas de la vida, como dificultades derivadas del cambio de escuela, el desempleo, el nacimiento de un hijo o el retiro. No encontré un solo caso en el que se dijera que las hormonas eran la causa.

    Aceptar la desigualdad

    Es durante nuestra niñez que todo aquello que hemos aprendido sobre la ira comienza a manifestarse en nuestra percepción de la dignidad, el merecimiento y la legitimación, precondiciones para tener buena autoestima y confianza en nosotras mismas, así como para reconocer con claridad nuestros derechos.

    Al preguntarles qué detona sus sentimientos de ira y agresión, la mayoría de las niñas menciona como factor crucial alguna forma de desigualdad experimentada en distintos niveles.62 Desde jóvenes son conscientes de que los adultos responderán a sus sentimientos de enojo con resistencia, y que sus pares las reprimirán. Se crea un circuito de retroalimentación entre la autoestima, la ira y la forma en que una comunidad determinada responde a las necesidades de la persona.

    En 2017, Erin B. Godfrey, Carlos E. Santos y Esther Burson estudiaron la autoestima en un grupo de niños de escasos recursos, pertenecientes a minorías étnicas, y descubrieron que su creencia en un sentido de igualdad universal afectaría su conducta más adelante. Observaron también que los niños que creían en la equidad y en la meritocracia eran, en sexto año, “buenos” estudiantes. Eran escrupulosos, trabajaban duro y, en términos generales, reportaban tener altos niveles de autoestima. Dos años después, sin embargo, quienes más creían en la igualdad básica del sistema y, por ende, en la capacidad del individuo para superar cualquier obstáculo, no sólo experimentaron un decremento considerable en sus niveles de autoestima, sino que fueron quienes reportaron conductas destructivas y criminales en mayor medida. Mientras más creían en la meritocracia, más batallaban para asimilar los episodios de desigualdad y más confianza perdían en sí mismos.

    Los hallazgos de los tres especialistas bridan explicaciones más amplias sobre las experiencias de las niñas, incluso de las más privilegiadas, en términos raciales y de clase social. Conforme las niñas se acercan a la pubertad y se ven cada vez más obligadas a silenciar su ira, varias empiezan a manifestar las conductas problemáticas y de riesgo observadas en el estudio, tales como demostraciones de angustia, lesiones autoinfligidas e hipervigilancia, un estado de alerta ansioso frente a los posibles riesgos del entorno. En la secundaria, las niñas que antes se consideraban “buenas” comienzan a mostrar comportamientos problemáticos, como mentiras, ausentismo escolar y actitudes antisociales. El acoso se dispara durante ese periodo, mismo en el que las jóvenes tienden a refugiarse en la agresión, el sarcasmo, la apatía y la crueldad. En esta época también se hacen evidentes formas prematuras de angustia o lesiones provocadas a sí mismas.

    Según las y los médicos, la ira que deriva en un componente significativo de ansiedad y depresión es una ira específica: aquella que es producto de la pérdida o el rechazo. Al enfrentarse con estas emociones, las niñas se ven obligadas a encontrar formas de salir adelante: a veces se compartimentan, a veces buscan cambiar al orden establecido, a veces hunden la cabeza bajo la arena, a veces se conforman y se cosifican. A veces, sin embargo, se ponen muy, muy furiosas. Cuando esto llega a ocurrir, en vez de considerarlo un acto mediante el cual se ejerce la libertad de expresión, los adultos prefieren considerarlo “un tipo de desequilibrio”: los adultos que rodean a las adolescentes optarán siempre por usar cualquier palabra que no sea ira.

    Cuando los medios de comunicación se centran en las brechas que dividen la confianza y la baja autoestima, tienden a uniformar un abanico de diversas experiencias. Las jóvenes hispanas reportan tener niveles ligeramente mayores de autoestima que las niñas blancas, pero ambos grupos reportan menores niveles de autoestima que sus contrapartes masculinas. Las chicas de origen asiático tienen los niveles más bajos de autoestima, y experimentan una de las brechas más amplias entre géneros, abismo que puede ligarse a la orientación cultural hacia la comunidad por encima del individuo.63

    La juventud negra en Estados Unidos muestra un patrón distinto. A diferencia de los casos anteriormente citados, reporta niveles mucho más elevados de autoestima y una brecha de género más reducida.64 En tercer año de preparatoria, las jóvenes afroamericanas son las únicas chicas cuya autoestima es mayor que la de los chicos afroamericanos.65 La diferencia se extiende hasta la adultez, donde menos de 50 por ciento de las mujeres caucásicas está totalmente de acuerdo con la afirmación “me considero una persona que tiene autoestima”, en comparación con 66 por ciento de mujeres negras66 que comulga con esta frase.

    El apoyo de los padres parece ser lo más crucial para que una niña se mantenga fiel a sí misma, aunque también es importante que la comunidad a la que pertenece no sólo reconoce la discriminación, sino que también construye mecanismos de resiliencia para afrontarla. Más interesante aún es que los niños negros admiran a las mujeres negras —como madres, como miembros valiosos de familias numerosas y como líderes de su comunidad— de formas en que los niños provenientes de otro origen étnico no lo hacen. Aunado a esto, los padres afroamericanos son conscientes de los riesgos que correrán sus hijos y la imposibilidad de preservar su inocencia en una sociedad empeñada en negarlo. Los estudios demuestran que, debido a la alienación social y la necesidad de tomar pasos firmes en aras de combatir la discriminación, las madres negras son menos propensas a fomentar que sus hijas se subordinen a los poderes establecidos.67

    Es imposible exagerar cuán problemática resulta la transferencia de ira como herramienta —de niñas a niños y de mujeres a hombres—, no sólo a nivel individual sino social. Esta transferencia es crucial para mantener la supremacía blanca y el patriarcado. El enojo sigue siendo la emoción menos aceptable para niñas y mujeres porque es el primer paso para defendernos de la injusticia. Saber que tienes el derecho de valerte intensamente de tu rabia entraña múltiples derechos sociales que se traslapan.68

    Al final, al enfrentarme una vez más con Niño Destructor y sus padres, rompí mi propia regla de no interferir en la educación de niños ajenos. Me puse de rodillas y miré al niño a los ojos. Le pedí que se mantuviera al menos a un brazo de distancia de mi hija y de su castillo para siempre. Le expliqué que era importante que respetara su trabajo y que la escuchara cuando le hablaba. Si tenía muchas ganas de derrumbar un castillo, le dije, podía construir uno propio. Me dijo que entendía y que no volvería a hacerlo. Funcionó, pero mi intervención adulta no contribuyó a reforzar en mi hija la sensación de que ella tenía control sobre la situación que la rodeaba ni su creencia en que sus emociones y derechos merecían respeto y validación sociales. En un sentido tradicional, perpetué una suerte de ignorancia en torno a la ira.

    Cuando nos enseñan que nuestra rabia es indeseable, egoísta, débil y fea, aprendemos que nosotras somos indeseables, egoístas, débiles y feas. Cuando evitamos hablar sobre la ira, porque representa riesgo o peligro, o porque trastorna el statu quo, también olvidamos valiosas lecciones sobre el peligro, los desafíos y la incomodidad del statu quo. Al establecer como norma que las mujeres no pueden mostrar enojo sino tristeza, al insistir en que se guarden su rabia para sí mismas, silenciamos las demandas y los sentimientos de una mujer, y los reducimos a su mínima expresión social. Cuando nos referimos a nuestra ira como tristeza en vez de enojo, somos incapaces de reconocer lo que está mal, en especial cuando nos disuade de imaginar que todo cambie y luchar para que suceda. La tristeza, como emoción, se empareja con la aceptación. La ira, por otro lado, invoca la posibilidad de cambio y de luchar por él.

    Lo que hubiera deseado enseñarle a mi hija en ese momento era que tenía todo el derecho a estar enojada y, por ende, a exigirnos a los adultos que la rodeábamos que le pusiéramos la atención debida a su ira. Sólo entonces habría sentido que tenía derecho a hacerle exigencias al mundo.

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  • Estereotipos de género en internet violentan a las jóvenes

    Estereotipos de género en internet violentan a las jóvenes

    Los estereotipos de género en las plataformas YouTube, Facebook, Instagram, Netflix y otras páginas de internet responden a un ideal de belleza altamente exigente, racista, capacitista, hipersexualizado y resistente a la diversidad corporal, lo que induce presión aspiracional y violencia simbólica entre las jóvenes.

    Así lo dice el estudio “Representaciones de género y violencia contra las mujeres en los medios digitales y de entretenimiento”, realizado en 2018 por el Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim), de la Secretaría de Gobernación.

    La investigación analizó videos, imágenes y perfiles de personas con más seguidores en las redes sociales y encontró que estas plataformas difunden modelos de cuerpos blancos, delgados, jóvenes, “heteronormados” y a menudo estilizados de acuerdo a los parámetros de la pornografía, estereotipos que son mucho más rígidos para las mujeres que para los hombres.

    Además, el estudio encontró que los modelos de género hacen que las jóvenes deseen ropa y accesorios, viajes, autos, fiestas, etcétera, algo que implica un consumo intensivo.

    La tecnología digital de las telecomunicaciones, se indica en el documento, se ha convertido en un elemento importante en nuestras vidas, presenta ventajas para la comunicación y fortalecer canales para la libertad de expresión, pero también plantea desafíos, ya que permite la circulación de mensajes abusivos, así como de diferentes prácticas de control social

    En 2017, de acuerdo con los datos sobre hábitos de personas usuarias de internet recopilados en la investigación, 57 por ciento de internautas tenían entre 12 y 34 años de edad, 8 por ciento se conecta entre las 14 y las 16 horas del día, el promedio de conexión diaria era de 8 horas con un minuto y la actividad que más se realizaba era acceder a las redes sociodigitales.

    En este contexto, destaca que varios de los medios sociodigitales más populares entre las y los jóvenes en México activan un escenario comunicativo de “cualidad masculinista”, es decir, de contenidos de hombres para hombres, que excluyen a las mujeres a pesar de que la presencia femenina constituya un elemento que está presente.

    Ante esta realidad, una de las conclusiones del estudio es la necesidad de que las instituciones públicas alienten programas de educación formal y no formal, que pueden ser desde cine-debates, talleres, cursos de sensibilización, exposiciones y otras actividades lúdicas, para instruir valores de igualdad de género a la juventud.

    La propuesta de la investigación es que además las instituciones difundan información contra la violencia y a favor de los Derechos Humanos y la no discriminación por razones de género, orientación sexual, color de piel, o diversidad corporal y funcional; y que en los programas de educación formal incorpore los temas de igualdad de género y ciudadanía.

    Toda la información e imágenes son de CIMAC NOTICIAS.
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  • Literatura y feminismo: es momento de nosotras

    Literatura y feminismo: es momento de nosotras

  • Revictimización y vulneración del proceso: ¿Cómo afectan las filtraciones la investigación de una violación?

    Revictimización y vulneración del proceso: ¿Cómo afectan las filtraciones la investigación de una violación?

    La filtración de información sobre denuncias que se encuentran siendo investigadas, así como de los datos personales de las víctimas, constituyen prácticas que violan el debido proceso y generan discursos de odio contra quienes acuden a las autoridades, especialmente cuando se trata de mujeres y feministas.

    De acuerdo con la abogada Ana Velazquez y con la especialista en comunicación con perspectiva de género Lucía Lagunes, la filtración de información sobre carpetas de investigación de las procuradurías y fiscalías del país es ilegal, y el que los medios de comunicación la difundan genera revictimización y que se ponga en duda la palabra de las denunciantes.

    El caso de una menor de edad que denunció haber sido víctima de violación por parte de policías de Azcapotzalco es un ejemplo de estas prácticas, pues desde que sus familiares acudieron a dar parte a las autoridades de lo ocurrido, medios de comunicación obtuvieron información personal de la joven y la difundieron sin respetar su intimidad.

    Las autoridades, por su parte, utilizaron información difundida en los medios de comunicación para desestimar la denuncia.

    Filtración de datos y revictimización

    Doce días después de que la joven que denunció haber sido violada por policías todavía no hay detenidos por el caso, y las autoridades de la Ciudad de México han señalado que se debe a que la víctima no continuó con el proceso.

    Sin embargo, Ana Velazquez, integrante del Círculo Feminista de Análisis Jurídico, explicó a Animal Político que esta no es la razón por la que no se ha hecho, sino porque las autoridades no han conseguido pruebas suficientes para imputarle cargos a alguno de los oficiales que podrían estar involucrados, pues el delito de violación, a diferencia de otros, no necesita de la denuncia de la víctima directa para ser investigado.

    “La violación se persigue de oficio, o sea, no es necesario que la víctima deba denunciar o ratificar la denuncia. En este caso, por ejemplo, quien acudió a dar parte a las autoridades fueron los familiares de la joven y procedió. Lo que sucede ahora es que la denuncia no es un elemento suficiente para acreditar la responsabilidad de los policías”, señaló.

    Aunque, de acuerdo con la abogada, en el delito de violación el testimonio de la víctima directa es un elemento preponderante en la investigación, dado que es una conducta “que se llama de realización oculta”, en la que generalmente solo pueden testificar quien sufre la agresión y el presunto agresor, lo que no necesariamente quiere decir que esto sea determinante para acreditar que existe responsabilidad.

    Además de las declaraciones de la víctima, otros elementos que deben considerar las autoridades para investigar el delito de violación sondan prueba ginecológica, así como dictámenes médicos y psicológicos, aunque estos últimos “se prestan mucho a la interpretación, porque no necesariamente deben llegar golpeadas, desgarradas o desangradas”, dijo Velázquez.

    En el caso particular de la joven de Azcapotzalco, la abogada señaló que la revictimización que vivió por parte de las autoridades capitalinas y de los medios de comunicación fueron los principales motivos para que, hasta el momento, se desistiera de continuar la investigación por la presunta violación.

    Primero, porque desde que se presentó la denuncia las autoridades filtraron a medios de comunicación datos como su número de carpeta de investigación, sus declaraciones y una ubicación que permitió conocer su dirección, lo que vulneró su privacidad.

    En segundo lugar, dijo, estas prácticas se sumaron al proceso “desgastante y revictimizante” de interponer la denuncia, pues para que las autoridades inicien una carpeta de investigación por violación “hay que ir a declarar en instalaciones horrorosas: el lugar donde hacen el examen ginecológico es un cuarto de tablaroca donde es desagradable estar, y hay que contestar preguntas que pueden ser fuertes para las víctimas… y encima de todo, después de practicar dichas pesquisas, puede que les digan que no parecen haber sido violadas”.

    “Todo el proceso es complejo y desgastante, y si a ello se suma la mediatización y la filtración de información de la víctima, que es una persona que vivió una situación traumática, es normal que prefiera desistir”, aseveró.

    En opinión de Ana Velazquez, la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México podría iniciar una investigación por el delito de ejercicio ilegal del servicio público, debido a las filtraciones de información del caso que continúa en investigación, y las víctimas tienen derecho de proceder por daño moral contra los medios de comunicación que hayan difundido datos y elementos considerados probatorios.

    Discurso de odio contra las víctimas

    Para Lucía Lagunes, directora de la asociación civil CIMAC, la respuesta que han tenido las autoridades a las protestas para exigir justicia por el caso de violación denunciado en Azcapotzalco, así como de otros dos que fueron presuntamente cometidos por policías el mismo mes, criminaliza la libertad de expresión y fomenta un discurso de odio que principalmente afecta a mujeres y feministas.

    De acuerdo con Lagunes, el hecho de que la respuesta del gobierno de la Ciudad de México ante las exigencias de justicia fuera que eran una “provocación”, estigmatizó y criminalizó a las manifestantes.

    “El haber calificado de provocación una manifestación me parece delicado y peligroso, por esta estigmatización y criminalización que se hace de la protesta. Creo que, en concreto, las autoridades deben ser muy cuidadosas por el ambiente que tenemos en México, y generar discursos de odio no ayuda a construir una sociedad dialogante”, dijo en entrevista con el medio.

    Acerca de las violaciones al debido proceso por la filtración de información sobre el caso de Azcapotzalco, y que la PGJCDMX haya utilizado un video difundido en medios de comunicación para desestimar la denuncia, Lucía comentó que son prácticas que vulneran particularmente a las mujeres y “provocan un discurso de odio hacia las víctimas, que deja la idea de que denuncian a personas inocentes”.

    “En general es grave que se filtre información de las víctimas, pero lo es más que existan juicios mediáticos en su contra sobre todo en un país en el que, según cifras oficiales, se asesina a nueve mujeres cada día”, sentenció.

    La responsabilidad de los medios

    Respecto del papel de los medios de comunicación, Lagunes explicó que “tenemos una enorme responsabilidad en la tarea social que hacemos. En ese sentido, cuando recibimos filtraciones que lo que buscan es cuestionar a las víctimas, me parece equivocado que las difundamos, especialmente si con ello generamos la idea de que ellas son responsables de las agresiones que se cometieron en su contra”.

    “Incluso en los feminicidios, los medios suelen exculpar al agresor y responsabilizar a las víctimas de los asesinatos”, señaló.

    En su opinión, las acciones de los medios “van reforzando el discurso de que las mujeres provocamos que nos agredan, y en ningún momento construyen un discurso que erradique de la sociedad la justificación de la violencia contra las mujeres, lo cual es muy grave, sobre todo si tomamos en cuenta que en el país hay un 98% de impunidad y que hay poca confianza de la justicia”.

    “Ver linchamientos mediáticos a las víctimas, especialmente a las mujeres, desalienta la denuncia, porque pierden confianza de que las declaraciones o datos personales sean resguardados y por supuesto que la autoridad actúe conforme derecho. Lo que están haciendo las autoridades es vulnerar a las víctimas a través de las filtraciones”, sentenció.

    La especialista explicó que los medios están obligados a respetar los procesos de investigación y a no revictimizar, por lo que dijo, algunas recomendaciones básicas para el buen tratamiento de la información en casos de violencia de género es evitar describir la forma en que vestían las víctimas, si éstas acudieron a alguna fiesta o si consumieron alcohol y/o drogas, así como insinuar que pudieron haber aceptado o no haberse negado participar en el acto sexual.

    “Me parece que, como periodistas, hacer referencia a la ley y al buen actuar de las autoridades es una tarea fundamental para la construcción de ciudadanía. Si informamos que las personas tenemos derecho a denunciar y que se guarde nuestra intimidad, les vamos dando herramientas para que se defiendan, y eso, indudablemente, genera una mejor sociedad”, concluyó.

    Toda la información e imágenes son de ANIMAL POLÍTICO.
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  • Retroceso en los derechos humanos de las mujeres en este gobierno federal: Olamendi

    Retroceso en los derechos humanos de las mujeres en este gobierno federal: Olamendi

    La abogada y feminista Patricia Olamendi Torres lamentó la ignorancia de las autoridades capitalinas en el caso de la joven que fue violada por policías en la alcaldía de Azcapotzalco, pues la procuraduría local tenía que haber iniciado una investigación por tortura y no responsabilizar a la víctima de no seguir con la demanda.

    “Se están viendo muy mal, como poco conocedoras del derecho”, reiteró hoy en su exposición sobre el Estado laico, en el marco de la sexta sesión de la cuarta generación de la Escuela de Verano Feminista, convocada por las Constituyentes feministas CDMX, a la que acudieron más de 160 mujeres.

    A pregunta expresa, comentó que las autoridades no están actualizadas en materia legal, al seguir manejando el concepto de “crimen pasional”, pues formaba parte de un lenguaje que justificaba la violencia contra las mujeres. Los delitos contra las mujeres son motivados por la discriminación y el odio; incluso, profundizó, aún se mantiene la cláusula donde se habla de la “emoción violenta”, pero se ha estado retirando y no se puede aplicar entre cónyuges.

    Asimismo, la exfuncionaria pública y consultora internacional advirtió que en el actual gobierno federal se está teniendo un retroceso de los derechos humanos de las mujeres, pues no actúa bajo ese pensamiento. Citó la Cartilla Moral que será distribuida por grupos evangélicos, la cual tiene una visión clasista dirigida a la gente pobre. Incluso, Jaime Torres Bodet no quiso publicarla en aquella época.

    Es un documento que no tiene cabida en una sociedad como la nuestra y está desfasado, pues se basó en un texto de los años 40, antes de que existiera el marco normativo de los derechos humanos, además de que contradice el artículo tercer constitucional y los principios que rigen al Estado laico, argumentó. La cartilla vuelve a recuperar las costumbres, creencias, valores y cultura que han sometido a las mujeres; no obstante, sugirió no darle “tanto vuelo” al folleto, pues la teoría feminista nos ha provisto de conocimientos científicos para para decidir lo que queremos ser.

    Expuso que la libertad de creencia es un derecho humano fundamental en estos tiempos y el consenso se ha logrado a través de la laicidad, pero en México no se entiende la complejidad del asunto. “La laicidad sigue siendo una aspiración”, continuó. Benito Juárez hizo una separación entre Estado e Iglesia, pero solo fue en materia de bienes. Lo que se requiere, hizo, hincapié, es construir un andamiaje jurídico para evitar que las religiones o aspectos subjetivos influyan en el desarrollo, los derechos y libertades de las personas.

    La abogada conminó a identificar la influencia de la religión en la vida cotidiana de las mujeres, ya que la ha complicado y ha influido en las leyes: “Nos ven como portadoras del mal […] Hemos sido las eternas pecadoras […] y lo seguimos pagando con la vida […] Es un sistema perverso que invade nuestros derechos y que ha contribuido a que las mujeres vivamos en un clima hostil, violento”.

    El Estado mexicano tiene en la legislación familiar y penal, así como en su práctica, un fuerte contenido religioso. Las creencias y prejuicios se siguen utilizando para juzgar a las mujeres y se siguen viendo los pecados como delitos. Por ejemplo, mencionó, todos los casos de embarazos en menores de 18 años de edad son producto de una violación, pero solo en este país un hombre puede tocar a una niña y no pasa nada.

    Insistió en la necesidad de contar con políticas públicas y un andamiaje jurídico que concrete el ejercicio de los derechos, puesto que no se construyen por decreto. “Hoy, las leyes están a nuestro favor”, pero es necesario conocerlas; en especial, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW), pues podemos reclamar y ampararnos en los tribunales para el cumplimiento de nuestro derecho a una vida libre de violencia, alentó.

    Por otra parte, hizo un reconocimiento a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que haya ratificado el derecho que tienen las víctimas de violación a interrumpir un embarazo, al declarar constitucional la Norma Oficial Mexicana 046-SSA2-2005, referente a los criterios para la prevención y atención de la violencia familiar, sexual y contra las mujeres.

    Toda la información e imágenes son de SEMMÉXICO.
    Link original: https://www.semmexico.mx/

  • Cómo explica la ciencia que las mujeres puedan superar a los hombres en los deportes de extremo rendimiento

    Cómo explica la ciencia que las mujeres puedan superar a los hombres en los deportes de extremo rendimiento

    Soportando tormentas, calor sofocante y lluvias en medio del frío, Fiona Kolbinger pedaleó 4.000 kilómetros en poco más de 10 días a lo largo de unos de los terrenos más exigentes de Europa.

    La ciclista alemana se convirtió en la primera mujer en ganar la Transcontinental, una carrera ciclista de ultrafondo que se celebra en Europa cada año.

    De por sí eso ya es sobresaliente: era la primera vez que competía en un evento de ciclismo extremo.

    Pero lo que es más extraordinario es que completó la brutal travesía desde Bulgaria hasta Francia diez horas más rápido que su rival más cercano.

    «Estoy tan, tan sorprendida de ganar», declaró.

    «Cuando entré en esta carrera pensé que tal vez podría disputar el podio femenino, pero jamás pensé que ganaría toda la carrera».

    Quizás no debió haberse sorprendido tanto: su resultado es una de varias victorias registradas por mujeres atletas de extremo rendimiento en años recientes.

    Mapa de la ruta de Fiona Kolbinger

    En enero, la ultramaratonista británica Jasmin Paris se convirtió en la primera mujer en ganar la carrera Montane Spine de 431 km en Reino Unido, completando el trayecto en 83 horas, 12 minutos y 23 segundos, rompiendo el récord por 12 horas.

    Y en mayo, la médico interna británica Katie Wright derrotó a 40 hombres y otras seis mujeres al ganar el Riverhead Backyard ReLaps Ultramaratón en Nueva Zelanda, corriendo casi sin parar durante 30 horas.

    ¿Es esto una manifestación que las mujeres se desempeñan mejor en eventos de extremo rendimiento? Si es así, ¿por qué?

    Jasmin ParisDerechos de autor de la imagenYANN BESREST-BUTLER/MONTANE SPINE RACE
    Image captionJasmin Paris rompió el récord de la carrera Montane Spine en más de 12 horas

    En general, las mujeres tiene una mayor distribución de fibras musculosas de contracción lenta, explicó el doctor Nicholas Tiller, profesor de fisiología aplicada de la Universidad Sheffiel Hallam, en Inglaterra. Esas fibras musculosas no se fatigan tanto y son mejor adaptadas a la resistencia.

    Indicó que los hombres todavía tienden a tener músculos más grandes y mayor capacidad máxima como la fuerza y potencia aeróbica, que son las razones por las que las mujeres generalmente no pueden competir contra hombres en distancias más cortas, como un maratón convencional.

    El maratón de Londres de este año fue ganado por Eliud Eliud Kipshge en un tiempo de dos horas, dos minutos y 38 segundos. Brigid Kosgei, que fue la mujer ganadora tomó 16 minutos más en completarlo.

    «Una de las razones por las que las mujeres tienden a competir con hombres y algunas veces superarlos, es que las mayores capacidades máximas de los hombres no son tan importantes en eventos de resistencia extrema», dijo el doctor Tiller, que también es un ultramaratonista.

    Indicó que en carreras de extrema resistencia, el rendimiento de los atletas nunca llega cerca de su capacidad máxima. Se trata mucho más del estado físico periférico, de la eficiencia en consumo de oxígeno y la fortaleza mental.

    Mientras las mujeres no superan a los hombres en deportes de fondo, en los deportes de extremo rendimiento son mucho más competitivas, dijo.

    «Los ultramaratones son los grandes niveladores», comentó el doctor Tiller, «porque no hay otros deportes en los que hombres y mujeres pueden competir codo a codo en términos de su condición física».

    Fiona OakesDerechos de autor de la imagenFIONA OAKES
    Image captionFiona Oakes dijo que las mujeres tienen una psiquis completamente diferente a la de los hombres.

    Entre «mayor sea la distancia, menor es la brecha entre hombres y mujeres», señaló Fiona Oakes, una ultramaratonista que ostenta cuatro récords mundiales.

    «Definitivamente, de las carreras que he hecho, las mujeres se desempeñan de una manera completamente diferente», le contó a la BBC. Se dio cuenta de esto mientras completaba un maratón en el Polo Norte.

    «Las mujeres tienen una psiquis completamente diferente», dijo. «Durante la carrera en el Polo Norte, muchos de los hombres tendieron a arrancar muy rápido. En esa carrera en particular, es imperativo que empieces al mismo ritmo que vas a terminar porque, si no lo haces y desaceleras durante la carrera, te va a dar hipotermia».

    Una de las razones por las que la mujeres podrían tener un mejor desempeño en evento de extremo rendimiento es cómo lidian con las emociones, opinó la doctora Carla Meijen, profesora de Psicología Aplicada al deporte, la la Universidad St Mary’s en Twickenham, Inglaterra.

    «Cuando pensamos en eventos de extremo rendimiento, una de las cosas más prevalentes son las emociones por que te fatigas, estás privada de sueño y estás cansada, y eso causa cosas como confusión y respuestas emocionales menos beneficiosas», explicó.

    «Típicamente, las mujeres enfrentan situaciones con un foco más emocional, de manera que se concentran más en cómo reformular lo que están sintiendo más que los hombres en general. Esa podría ser la razón por la que están mejor capacitadas para esos eventos extremos».

    Courtney DauwalterDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
    Image captionCourtney Dauwalter ganó la carrera MOAB de 383 km con solo 21 minutos de sueño.

    Cuando Jasmin Paris ganó la carrera Montane Spine, descansó apenas siete de las 83 horas, durante las cuales tuvo que dormir, comer y organizar su equipo. En la última sección de la carrera, empezó a alucinar, imaginándose que podía ver animales saliendo de las rocas. Se olvidaba de lo que estaba haciendo antes de recordar que estaba participando en una carrera.

    En 2017, la ultramaratonista estadounidense Courtney Dauwalter ganó la carrera MOAB, en el estado de Utah, en menos de 58 horas. Lo logró con sólo 21 minutos de sueño.

    En otra carrera extrema de 160 km, corrió los últimos 20 kilómetros con una ceguera total. Le tomaron cinco horas antes de que la visión le regresara por completo.

    Le comentó a la revista especializada Trail Runner que había continuado corriendo, cayéndose varias veces y terminó la carrera con una herida sangrante en la cabeza.

    «No procesé por completo lo que estaba sucediendo. En ese momento, sólo pensaba ‘estoy en esta carrera, necesito seguir moviéndome’», le dijo a la revista.

    La doctora Meijen señaló que en investigaciones que condujo con Paul Anstiss y el profesor Samuele Marcora de la Universidad de Kent, encontró que algunas atletas de alto rendimiento mencionaron que anteriores experiencias como el parto las habían ayudado durante las carreras.

    «Algunas mujeres participantes dijeron que eventos como el parto les habían ayudado a lidiar con el dolor lo que significaba que tenían más confianza en ellas mismas para continuar adelante a pesar del dolor», expresó la doctora Meijen. «Cuando hablas de extrema resistencia, es una experiencia muy dolorosa».

    Sin embargo, agregó que había muy poca investigación en torno a mujeres atletas versus hombres atletas y «muchas otras investigaciones no los comparaban».

    No hay muchas muestras para determinar si las mujeres son mejores atletas de extremo rendimiento que los hombres, indicó el doctor Bryce Carlson, un ultramaratonista y el primer estadounidense en completar la carrera de remo de 3.218 km del Atlántico Norte de oeste a este en solo.

    «En unos años, una mujer podrá ganar totalmente», declaró. «Cuando eso suceda, será una muestra muy pequeña, en la que tendrás una atleta mujer élite que ha entrenado muy bien y muy duro y tiene grandes capacidades en el deporte, y la competencia en el deporte masculino podría no ser tan alta».

    Atletas corren en el Maratón des SablesDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
    Image captionEl Maratón des Sables, llamado también Maratón del Sahara, es una de las carreras de resistencia más famosas, donde los atletas corren más de 250 km en sólo seis días.

    Expresó que la corredora extrema Ann Trason rompió récords y le ganó a hombres en ultramaratones desde finales de los 1980 hasta 2004.

    Obtuvo el título de corredora extrema del año durante más de una década y quebró 20 récords mundiales en distancias desde 65 hasta 161 kilómetros. Sus logros desataron un debate sobre si las mujeres empezarían consistentemente a derrotar a los hombres en deportes de extremo rendimiento.

    «Hubo mucha discusión en esa época sobre si cuando se corre distancias cada vez más largas, la brecha de fuerza entre mujer y hombre se cierra hasta el punto en que mujeres y hombres estarían compitiendo a la par», señaló el doctor Carlson.

    Treinta años después de ese debate, dijo, más y más mujeres están compitiendo en eventos extremos, pero todavía los hombres generalmente de desempeñan mejor que las mujeres.

    Sophie Power dando amamantando a su bebé durante una extenuante carrera de 170 km en Mont Blanc.Derechos de autor de la imagenSOPHIE POWER
    Image captionLa foto de Sophie Power amamantando a su bebé durante una extenuante carrera de 170 km en Mont Blanc, se convritió viral.

    Fiona Oakes, la ultramaratonista, comentó que las mujeres «no han estado compitiendo en estos eventos durante mucho tiempo» pero que en la actualidad las mujeres estaban «mejorando mucho más rápido que los hombres».

    «Cuando participé en el Maratón des Sables, no había muchas mujeres compitiendo en la carrera, ahora están entre los 20 primeros puestos al lado de los hombres en estas carreras extremas», señala Oakes.

    «Las mujeres están allí derrotando a los hombres. Vamos a verlo mucho más frecuentemente. Están encontrando su lugar en en estos eventos extremos y veremos muchas más mujeres llegando a la cima».

    Toda la información e imágenes son de BBC.
    Link original: https://www.bbc.com/

  • Criminalizan. Sentencian a mujeres por partos fortuitos

    Criminalizan. Sentencian a mujeres por partos fortuitos

    Marisol tenía seis meses de embarazo cuando se cayó de una silla por accidente. El golpe provocó que sintiera dolor, pero un médico de la Cruz Roja le informó que no había nada de qué preocuparse y la regresó a casa.

    Horas más tarde, la joven fue al baño y su fuente se rompió, dejando caer al bebé sin vida. Por estos hechos Marisol fue acusada de homicidio en razón de parentesco y condenada a 22 años de prisión.

    Otro caso es el de Alma, quien el 28 de agosto de 2017 sufrió cólicos y sangrado. Para aliviar el dolor se recostó en su cama y llamó a su familia para que la llevaran al hospital, minutos después la policía ingresó a la casa y encontró a un bebé sin vida. Debido a que Alma tomaba pastillas anticonceptivas y su periodo era irregular, no se percató de su embarazo. Fue sentenciada a 23 años de prisión por homicidio calificado.

    Estos sucesos ocurrieron en momentos diferentes, pero tienen una cosa en común: las mujeres fueron sentenciadas por haber parido fortuitamente.

    “A partir de que se permitió la interrupción del embarazo, en algunos estados el aborto se investiga como homicidio en razón de parentesco o infanticidio, delito sancionado con más de 20 años de prisión. Querétaro, Puebla, Guanajuato y Baja California son las entidades con más incidentes”, aseguró José Luis Gutiérrez, director de la organización Asistencia Legal por los Derechos Humanos (AsiLegal).

    Aseveró que este tipo de investigaciones no sólo se inician tras un aborto —cuando la mujer tiene menos de 20 semanas de gestación—, sino en cualquier etapa del embarazo.

    “Los casos que hemos documentado tienen patrones parecidos: las mujeres no sabían de su embarazo por tener una menstruación irregular, comienzan a tener la sensación de ir al baño, pujan y expulsan el producto”, explicó Gutiérrez.

    Verónica Garzón, coordinadora del Área de Incidencia Internacional y Nacional de AsiLegal, agregó que las malas investigaciones y los estereotipos de género provocan que se impute a las mujeres el delito de homicidio en razón de parentesco.

    “Las mujeres son sometidas a tratos crueles. Llegan a las instituciones de salud y las cuestionan respecto a dónde está el bebé, llaman al Ministerio Público. Cuando aún están en recuperación, les enseñan las fotos del feto en la taza del baño”, dijo.

    El estudio Maternidad o Castigo, elaborado por el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), exhibió el tema: “La judicialización de abortos o partos fortuitos como homicidios calificados evidencia que, lejos de buscar sanciones coherentes, la motivación detrás de las actuaciones de agentes ministeriales y judiciales es la estigmatización de las mujeres”.

    Isabel Fulda, coordinadora de investigación de GIRE, expresó que “si la criminalización del aborto es grave, la del delito de homicidio pone a las mujeres en una situación más delicada”.

    Añadió que durante las audiencias no se presentan pruebas contundentes contra las acusadas, pero se logran las sentencias.

    “Los expedientes se basan en las confesiones incriminatorias de las propias mujeres, las cuales son obtenidas mediante amenazas. Otros argumentos están plagados de estereotipos, en algunas ocasiones las penas se agravan o disminuyen si son ‘buenas mujeres’, si están casadas o por su comportamiento sexual”.

    Comentó el perfil de las afectadas: “Son las más marginadas, de escasos recursos, viven en comunidades rurales y alejadas de servicios médicos, algunas [son] menores de edad y madres con familias grandes, entre otras”.

    Todas están expuestas

    Asilegal, GIRE y Las Libres, organización de Guanajuato, detectaron al menos 20 casos en Baja California, Durango, Guerrero, Querétaro, Veracruz, San Luis Potosí, Tamaulipas, Yucatán y Zacatecas, entidad donde Claudia fue sentenciada a cuatro años de prisión por infanticidio. Cuando tenía 38 semanas de gestación, sintió un fuerte dolor que confundió con ganas de ir al baño, al sentarse en una bacinica expulsó al bebé y perdió la fuerza. Tiempo después, un juez argumentó que Claudia no pidió ayuda a su mamá para salvar a su hijo, pero no tomó en cuenta las condiciones de salud ni físicas de la acusada.

    Elba Lugo Hernández, coordinadora del Servicio de Salud Sexual y Reproductiva en Iztapalapa, de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México, detalló que “el parto fortuito es espontáneo y no cuenta con la debida atención. Estando una mujer dentro de un hospital, si el parto sucede en el sanitario o en el pasillo, lo podemos considerar así”.

    Esta complicación se puede presentar en cualquier momento del embarazo, pero, según los expertos, si se registra antes de la semana 28 de gestación, hay más posibilidad de que el bebé pierda la vida.

    El ginecólogo Enrique Martínez aclaró que todas las mujeres pueden parir fortuitamente y criticó que “se les condena pensando que lo provocaron”.

    Informó que en 80% de las ocasiones estos partos suceden por razones fisiológicas y anatómicas.

    “Vivimos en una sociedad que estigmatiza a las mujeres, si ellas están embarazadas y pasa algo anatómico la población inmediatamente dice que no quisieron tener al bebé”, concluyó.

    Toda la información e imágenes son de El Universal.
    Link original: https://www.eluniversal.com.mx

  • Paola Longoria, Andrea Vargas, Yulimar Rojas y otras mujeres que marcaron historia en Lima 2019

    Paola Longoria, Andrea Vargas, Yulimar Rojas y otras mujeres que marcaron historia en Lima 2019

    Se terminaron los Juegos Panamericanos Lima 2019 y aunque nos dejaron momentos que quedaran marcados en la historia de las justas continentales, las mujeres resultaron grandes protagonistas de la competencia.

    Son atletas que ya tiene un lugar en la historia de cada uno de sus países por lo que han logrado en sus respectivas disciplinas pero que siempre deberíamos tener en la memoria del deporte universal puesto que por sus venas corre el coraje, la tenacidad, el valor y la constancia que caracteriza a las mujeres, esas mismas que hoy por hoy, jamás deben volver a ser nombradas como ‘el sexo débil’. No cabe duda que en Lima 2019 ¡Jugamos todas!

    El equipo femenil de Gimnasia Rítmica de México:

    Karen VIllanueva, Ana Galindo, Mildred Maldonado, Adriana Hernández y Britany Sainz, sorprendieron a las potencias en esta disciplina y les arrebataron los oros con sus majestuosas ejecuciones en el all around y en cinco pelotas de conjuntos.

    https://youtu.be/O134dXDoOcs

    https://youtu.be/StVuwu0Zvxo

    Paola Longoria, la máxima medallista mexicana en Juegos Panamericanos:

    La número uno del ranking mundial del ráquetbol femenil se convirtió en la atleta mexicana con más títulos en Juegos Panamericanos, con 9 oros.

    Andrea Vargas, ¡Pura vida y puro oro!

    Con apenas 23 años la costarricense Andrea Vargas, se colgó un oro inédito para Costa Rica en Juegos Panamericanos. La entrenada por su madre, conquistó el título en los 100 metros vallas y además logró un boleto para los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020.

    Colombia y su primer oro panamericano en el fútbol femenil:

    La selección colombiana derrotó en tanda de penaltis a la escuadra de Argentina y así, conquistaron por primera vez la medalla de oro para el país cafetero dentro del fútbol femenil panamericano.

    Yulimar Rojas, ‘La Bicha’ venezolana:

    Con 15.11 metros, estableció una nueva marca panamericana en el Salto Triple. A la tres veces campeona mundial y subcampeona olímpica, la apodan ‘La Bicha’ en su natal Venezuela porque sus logros son equiparados con los del también internacional futbolista, Cristiano Ronaldo.

    https://youtu.be/eZV8uQv3n50

    Nadie puede con Mariana Pajón en el BMX

    La colombiana Mariana Pajón dominó de principio a fin la prueba del ciclismo BMX. La doble campeona olímpica se sacó la espina de Toronto 2015 donde una grave lesión la relegó de la lucha por las medallas y se consagró reina del BMX femenil.

    Las Leonas argentinas conquistaron su séptima medalla panamericana:

    Estas Leonas ‘rugieron’ como nunca en la cita panamericana de Lima 2019, pues se alzaron con su séptimo oro en esta justa continental derrotando a la potente Canadá. Ellas, también subieron a lo más alto del podio en 1987, 1991, 1995, 1999, 2003 y 2007, además ostentan plata en 2011 y 2015.

    ¡Las reinas del Caribe son de la República Dominicana!

    La selección dominicana de voleibol femenil recuperó el cetro que había conseguido en casa, cuando los Juegos Panamericanos se celebraron en Santo Domingo en 2003. Las llamadas ‘Reinas del Caribe’ impusieron su hegemonía ante Colombia a quienes derrotaron en la final por 3-1 (25-20, 19-25, 27-25 y 25-16) pero además terminaron invictas en el torneo de Lima 2019.

  • Mujeres, víctimas de violencia y discriminación por desigualdad salarial

    Mujeres, víctimas de violencia y discriminación por desigualdad salarial

    • Remuneración es hasta 18% menor que la de los hombres en los mismos puestos y se ha normalizado
    • No hay sensibilidad ni empatía para que se acorte la brecha de desigualdad salarial entre hombres y mujeres

    En la actualidad prevalece la disparidad salarial entre hombres y mujeres que se desempeñan en las mismas áreas y desarrollan tareas similares; la presidenta de la asociación de Mujeres Jefa de Familia, Gwendolyne Negrete Sánchez, señaló que no hay sensibilidad ni empatía para acortar esta brecha; la remuneración de una mujer trabajadora llega a ser hasta un 18 por ciento menor que la de un hombre en el mismo cargo.

    Destacó que el hecho de que ellas ganen menos dinero incurre en actos de violencia y discriminación que no son atendidos y no se dimensionan como tal: “Lo tenemos que señalar, primero para que realmente sea notoria, porque luego, muchas veces, es tan cotidiana que ya no se nota; son de estas conductas normalizadas que ya no se toman en cuenta”.

    La activista recalcó que esto es parte de la lucha que se emprende día a día por la paridad entre hombres y mujeres, además de que se les otorguen espacios en cargos públicos en igualdad de números, lo que sigue es que las mujeres ganen lo mismo que los hombres por la misma cantidad de trabajo que se realiza.

    Reconoció que esta desigualdad predomina en los sectores económicos más bajos, en la clase obrera, es en las maquilas donde más marcada es la diferencia salarial entre hombres y mujeres; aunado a las largas jornadas de trabajo, en ocasiones de más de diez horas, las mujeres muy pocas veces ascienden de puesto en estos espacios: “Llegan muy poco a puestos de poder, de supervisión, y siguen ganando mucho menos; alguien que simplemente llega y las violenta exigiéndoles que hagan su trabajo más rápido y mejor ganan el doble que ellas que lo están realizando”.

    Reiteró que es necesario visibilizar este tipo de conductas de estructuras desiguales para poder atacarlas; Negrete Sánchez enfatizó que es común que las mujeres, especialmente las jefas de familia, destaquen en su desempeño en las empresas, al ser responsables de sus hijos, del hogar y todo lo que conlleva, cuidan, respetan y valoran su trabajo más que algunos hombres: “Porque saben que es el que les permite salir adelante, saben que, si pierden su trabajo, difícilmente van a poder encontrar algún otro trabajo, entonces son mucho más responsables y comprometidas”.

    Precisó que en los espacios laborales también se destaca el compromiso que las mujeres tienen en cuestión financiera y de créditos; el 98 por ciento cumplen con los pagos en forma, mientras que la contraparte masculina registra un atraso significativo en los préstamos y créditos que solicitan.

    La presidente de la asociación Mujeres Jefas de Familia resaltó que la violencia laboral hacia las mujeres queda suscrita desde un pago menor por el desempeño de sus funciones, además de la falta de promoción para ascender de puesto, aunque sean comprobadas sus capacidades, con el argumento de que tienen hijos y van a faltar para atenderlos, entre otros detalles que no son válidos.

    “Son todos estos ejercicios de violencia, porque eres mujer y no te toman en cuenta; pero las mujeres no siempre se quejan por lo mismo, porque entonces es muy probable que pierdan el empleo; se les educó, lamentablemente, a que calladita te ves más bonita, tú cumple con tu trabajo y de lo demás que ellos se encarguen, y entonces son estas estructuras, estos techos de cristal que a veces se convierten hasta de cemento y concreto firme, muy difíciles de romper”, lamentó la activista.

    Subrayó que, a través de la capacitación y el empoderamiento, se lucha porque las mujeres accedan a puestos de poder y a la toma de decisiones, a que se atrevan a manifestar lo que las tiene inconformes en sus puestos de trabajo y en acciones en general que se replican de esta forma. Estimó que un 90 por ciento de las mujeres que trabajan perciben un salario menor al de los hombres, en todos los órdenes de gobierno y en cualquier estrato económico de las empresas.

    Toda la información e imágenes son de La Jornada Ags.
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